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» Misionesopina
Fecha: 06/06/2025 13:44
Era apenas un niño; algo introvertido y poco sociable. Tenía doce años y una mente indescifrable. Es probable que jamás pueda saberse qué pasó por su cabeza aquella noche del 28 de octubre de 1997, en el interior de la vivienda de madera y piso de tierra donde vivía junto a sus padres y dos hermanos, menores de edad como él. La noche había caído sobre Oberá y en la casa del barrio Villa Ruff, Matías era el único de los tres hermanos que estaba despierto. No estaba solo. Lo acompañaba un joven de 18 años, llamado Pedro Luis, un vecino de dudosa reputación que se hacía llamar Peter y al parecer adoraba a Satanás. Pero no era lo más grave, trataba de ocultar el monstruo que llevaba adentro; un impulso pedófilo irrefrenable. María Cecilia, madre del chico, no estaba en el domicilio; a sus 29 años intentaba terminar sus estudios superiores en la Facultad de Artes. Sin embargo, ese día sucedería un imprevisto, una acción que rompería la rutina de actividades, horarios y reacciones. La mujer regresó antes de la Universidad y todo cambió, desafortunadamente para mal. La hipótesis investigativa indicó, en aquel entonces, que María Cecilia ingresó a la vivienda y habría encontrado a Peter y a su hijo manteniendo relaciones; y todo estalló. Villa Ruff, en ese entonces, daba sus primeros pasos camino a convertirse en el barrio urbanizado que es en la actualidad. Había pocas casas, distantes unas de otras, las calles eran más bien trillos de tierra y los servicios esenciales eran escasos. Pudo ocurrir que por esa razón nadie escuchara gritos ni alaridos ni pedidos de auxilio. Nada. O tal vez, María Cecilia no tuvo tiempo de hacerlo. La autopsia determinó que la atacaron a martillazos y que, además, tenía heridas de cuchillo en distintos puntos del cuerpo. Peter estaba jugado y decidido a todo con tal de que nadie supiera lo que hacía con el niño de doce años. Y no se detuvo; ni él ni Matías. Jamás se sabrá, porqué el niño, como establece la ley, fue declarado inimputable y no dieron detalles de su accionar. Pero los investigadores hicieron su trabajo para reconstruir en detalle todo lo ocurrido alrededor del triple homicidio. Aún con su madre tendida en el suelo, destrozada por la mano impune de la crueldad y la malicia, Matías fue por sus hermanos que dormían a pocos metros, en una cama cucheta. Ambos murieron atravesados por la hoja de un cuchillo tramontina. El primero en llegar a la vivienda del barrio Ruff fue el padre de los chicos, un artista callejero que vendía pulseritas y otras artesanías en la vía pública. Había sangre por todos. Desesperado comenzó a buscar a su familia, incluso pidiendo ayuda a los vecinos. Rápido alguien llamó a la Policía y los uniformados arribaron poco después. Los curiosos rápido poblaron las inmediaciones del escenario de la investigación. Entre ellos aparecieron Peter y Matías, quien curiosamente no se presentó como miembro de la familia asesinada. Fue un vecino quien lo reconoció y avisó a los investigadores. “¿Sabés qué pasó?”, le habrían preguntado, y él respondió sencillamente “no”. Era de noche y la Policía trabajaba con linternas. Uno de los lugares inspeccionados fue un pozo. Retiraron las maderas que hacían de brocal y en el fondo se veía el reflejo del agua. Lo volvieron a tapar, pero un policía, con ojo de águila, vio que una de las tablas tenía marcas recientes, como si la hubieran tratado de clavar nuevamente. Entonces, retiraron las maderas, arrojaron una roca al lecho y el agua se tiñó de un rojo escarlata. Allí estaban las tres víctimas. Nadie parecía sospechar de Peter y menos, de Matías. Hasta que un vecino afirmó haber visto al mayor, en el horario de los crímenes, en inmediaciones de la casa. Los investigadores allanaron la morada del sospechoso. En el frente, tallado en una roca, podía verse el rostro de Satanás, con dos canicas tipo “bolonas” como ojos. Y en su habitación, una infinidad de ilustraciones gráficas, dibujos y objetos demoníacos. Y lo más importante, para la resolución del caso, un cuaderno con una leyenda en la tapa que decía: “Club de amigos de Peter”. En su interior, podía leerse una lista interminable de nombres masculinos y en un renglón, concretamente, “Peter y Matías”, acompañados de corazoncitos. Ese fue el principio del fin. Por otro lado, la Policía buscaba una campera jean que el principal sospechoso vestía la noche del triple homicidio. Y la encontró gracias al testimonio de una familiar, que relató que solían lavar su ropa en un arroyo de la zona. Allí, semienterrada, la hallaron. Tenían manchas en las mangas y en el pecho. Las pericias criminalísticas confirmaron que eran de las víctimas. Los investigadores judiciales recuerdan, aún hoy, la frialdad pasmosa con la que Matías narró cada detalle de lo ocurrido. Fue declarado inimputable y enviado, oficio judicial mediante, a una institución de rehabilitación en Buenos Aires. Allí permaneció hasta que unos tíos pidieron su custodia, que finalmente obtuvieron. Dicen que se trata de personas con una buena posición económica. Lo cierto es que nunca se volvió a saber del Ángel de la Muerte. ¿Es posible que se haya rehabilitado? ¿Se puede dejar atrás semejante atrocidad? ¿Es posible la redención en estos casos? La versión demoníaca es real, como también que Pedro Luis cumplió la condena a 25 años y recuperó la libertad, en diciembre pasado. Aquel impulso irrefrenable está allí, quizás nunca vuelva a activarse. Pero sigue allí.
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