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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 05/06/2025 04:33
La foto: un hombre desafía a una columna de tanques un día después de la masacre de la plaza Tiananmén (AP Photo/Jeff Widener) Viste una camisa blanca arremangada y un pantalón largo de tono oscuro. En la mano izquierda lleva un bolso o una bolsa. En la derecha, parece cargar un abrigo u otra bolsa, que cambiará de mano según el instante retratado. Luce sereno, apacible, indefenso, vulnerable, en un contraste furioso con lo que enfrenta. Esa China de 1989 no está como él. Camina en la calle, sobre la amplia avenida Chang’an que custodia una de las plazas más grandes del mundo: el parque de cemento cubre 440 mil metros cuadrados delimitados por ríos, puentes y templos. No hay nadie más que él en las imágenes: ninguna otra persona visible. Es él contra algo. No tiene nombre, no tiene edad, no tiene rostro. Nadie sabe quién es, qué lo llevó ahí, qué planea, qué siente. En algún momento de la historia la humanidad lo buscó, se intrigó por él, por sus pulsiones, por su suerte y por su devenir. Ya no. Un halo de misterio recorre la secuencia fotográfica. La revista Time eligió a las cien personalidades más destacadas del siglo XX y solo una no tiene identidad. Es el personaje anónimo que la mañana del 5 de junio de 1989 detuvo dos minutos la represión en la plaza de Tiananmén o -paradójicamente- plaza de la paz celestial. Lo llamó “el rebelde desconocido”. La prensa británica le puso otro entrecomillado: “el hombre del tanque”. Y así, con ese seudónimo, perduró. El hombre del tanque no está en el tanque, sino frente a él. Había llegado caminando desde el ala sur de la plaza, con su bolsa, su abrigo. Por la avenida, sentido al este, una columna de catorce tanques avanzaba por el centro de la arteria, sobre la doble línea amarilla. El hombre se interpone ante la caravana de blindados del Ejército Popular de Liberación. Se frena. Los mira. Gesticula, hace señas. El hombre contra la máquina. Ninguno se inmuta. Pasan diecisiete segundos hasta que el tanque vuelve a moverse. Intenta esquivarlo con un giro torpe y lento hacia la derecha. El hombre reacciona y se desplaza a su izquierda. La distancia que los separa es menor a un metro. El hombre se trepa al tanque. Procura hablar con su conductor. Desde la escotilla se asoman dos soldados. Discuten. El hombre se baja. La columna vuelve a marchar y el hombre repite su plan: frenar el avance del ejército. Primero aparece un extraño en bicicleta. Luego tres anónimos lo corren con empujones. La secuencia dura poco más de dos minutos. Los suficientes para eternizarse. Nunca se supo quién era el hombre que se enfrentó a catorce tanques en China en 1989 Una filmación registró el episodio completo. Pero lo que se perpetuó en el inconsciente colectivo fueron las fotografías. A doscientos metros del extremo norte de la plaza, está la prensa extranjera recluida en el hotel Beijing. Desde uno de los balcones, el fotógrafo Jeff Widener de la agencia Associated Press prepara el foco de su cámara Nikon FE2 para retratar la caravana de tanques de guerra cuando distingue a una personita menuda, aparentemente pacífica, acercarse temerariamente. “Lo primero que pensé de él fue ¿qué hace ahí? ¡Va a arruinarme la composición de la imagen! Evidentemente no estaba pensando de forma clara. Además, tenía una fuerte contusión, porque la noche anterior fotografiando los enfrentamientos una piedra me había golpeado en la cabeza. Cuando tomé esa foto nada parecía inusual. Después de lo que había visto esos días, un hombre con una bolsa parando unos tanques no parecía raro… Así que lo primero que me vino a la cabeza es que el hombre me iba a arruinar la foto. No pensaba que iba a ser una de las fotos más icónicas en la historia de la fotografía”, dijo en una nota publicada en diario Público. Porque sabe dónde está, porque entiende el tiempo histórico que está documentando, porque ya le pasó la noche anterior cuando fue agredido y asaltado por las autoridades locales que se apropiaron de las fotos que mostraban policías reprimiendo estudiantes, es que Widener esconde el rollo en la mochila del inodoro. Su intuición funciona. Esa noche lo vuelven a requisar. No hallan el material de hoy. Un joven voluntario lo guarda entre sus prendas íntimas antes de que llegue sano a la redacción de la agencia de noticias. Otra postal de la misma situación: de fondo, un colectivo incendiado completa la escena (Charlie Cole) Al lado de Widener, está Stuart Franklin, fotógrafo acreditado de Magnum para la revista Time. Había conseguido una bicicleta para trasladarse por la ciudad. “Los chinos estaban protestando por la libertad de expresión, la libertad de prensa y por el fin de la corrupción. Una vez que los manifestantes habían acampado durante semanas, el gobierno se dio cuenta de que tenían que actuar. Fui testigo de cómo las tropas se trasladaban a la plaza y la limpieza de manifestantes que hubo en la noche del 4 de junio”, le confió a The Guardian en 2014. Franklin dirá que tendrá suerte. Otros periodistas y reporteros habían cambiado de hotel porque la comida en el Beijing no era buena. “Recuerdo que salí en las primeras horas del 5 de junio. Cuando regresé al hotel, estábamos totalmente cercados. Los militares ocuparon el hall. Yo me encontraba en un balcón con otro grupo fotógrafos cuando vimos al hombre saltar delante del tanque. Esa imagen se ha vuelto tan icónica, pero lo curioso es que las fotos se tomaron por el hecho de que la gente lo estaba viendo por televisión, veían al hombre en movimiento delante de los tanques en la televisión. Recuerdo también que las fotografías que unos pocos tomaron de esa escena en su momento no me parecían nada especial, quizás se debía a que me encontraba alejado para entender lo que estaba pasando”. Los curiosos residentes de Beijing se acercan al borde de la plaza de Tiananmén y se encuentran con tropas del Ejército Popular de Liberación bloqueando la avenida principal Changan. Poco después, las tropas abrieron fuego contra los transeúntes para despejar la carretera (Charlie Cole) Hizo lo mismo que Widener: el reflejo de un fotógrafo que sospecha que sus obras pueden herir las susceptibilidades del régimen. Como cada día, las autoridades chinas visitaron su habitación. Le confiscaron toda la documentación, salvo un rollo que guardó en una caja de té. Procuró, audaz, que se llevaran otro material fotográfico como recurso de conformidad. Un estudiante francés que se dirigía a París se ofreció para llevarla a la agencia. Así se salvó el hombre del tanque, oculto en una caja de té y en un inodoro. No lo retrataron ellos solos. También lo fotografiaron Charlie Cole para la revista Newsweek, Arthur Tsang Hin Wah para de Reuters y Terril Jones, a poca distancia y desde la calle, en un ángulo distinto de una de las postales más emblemáticas del siglo que mantuvo en resguardo durante veinte años. La imagen de Charlie Cole ganó el World Press Photo de 1990 y la de Jeff Widener fue finalista a un Premio Pulitzer el mismo año. Ninguno, ni ellos ni nadie, lo conoce. No era Wang Weilin, un estudiante de 19 años e hijo de un obrero, como publicó el diario Sunday Express. No fue fusilado cinco días después como anunció el Evening Standard, según fuentes de inteligencia estadounidense, porque su corresponsal, John Passmore, lo negó en el documental The Tank Man, emitido en 2006. La versión oficial del gobierno es que desconocen su paradero y que jamás fue detenido. Tal vez haya sido ejecutado tras la difusión de la foto, tal vez se haya escondido para siempre. Otro ángulo del hombre del tanque, esta vez desde la calle (AP/Terril Jones) Como sea, el hombre -el fantasma- contra el tanque es, desde entonces, un símbolo. Resume la revuelta que provocó una de las mayores masacres de la historia contemporánea. Duró cincuenta días. Culminó ese 5 de junio con el careo en plena avenida de uno contra todos, como agonía de una protesta ahogada. Había empezado el 15 de abril de manera espontánea, tras el fallecimiento de Hu Yaobang, ex secretario general del Partido Comunista de China, responsable de haber promovido una serie de reformas que aspiraban a flexibilizar el régimen. Era 1989: el comunismo se estaba desmoronando. La muerte de Yaobang, y con él la disolución de una promesa de transición hacia una ventana democrática, inspiró la reacción de la población estudiantil. “Somos patriotas chinos, herederos del Movimiento del Cuatro de Mayo por la Ciencia y la Democracia”, era la consigna. Programaron encuentros en la plaza Tiananmén para recordarlo. Lo que nació como un homenaje terminó en un movimiento que le reclamaba a las autoridades que aceleraran el proceso de reformas democráticas. Montaron un campamento. El eco se replicó en otras ciudades. Organizaron una sentada frente a la sede del gobierno. Iniciaron una huelga de hambre y formaron un sindicato temporal. La manifestación se presentaba masiva y decidida. Las internas dentro del gobierno y la impotencia de sus actos de respuesta contribuyeron al fervor popular. Urgía una resolución. El 20 de mayo, el régimen declaró el estado de sitio y envió a más de 200.000 soldados a Beijing. Pero la medida no apaciguó la revuelta: la reactivó. La respuesta fue una escalada paulatina de violencia y represión. Los documentos desclasificados de la inteligencia estadounidense contaron 10.454 muertos y más de cuarenta mil heridos. La matanza aplacó la protesta. Pero una chispa quedó encendida en la postura de ese hombre anónimo frente a catorce tanques.
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