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  • El fulgor de la palabra

    » Diario Cordoba

    Fecha: 05/06/2025 03:04

    El Ayuntamiento, la Diputación y la Universidad de Córdoba han unido voluntad y fuerzas para promover unas jornadas de homenaje al poeta Carlos Clementson, un acto de justicia que no solo honra a una figura esencial de las letras hispanas sino a las propias instituciones que así lo reconocen. Sobre todo porque, contra lo que suele ocurrir cuando estás muerto o comatoso, lo reconocen en vida del destinatario, a tiempo de saborear el gran honor de triunfar en su propia ciudad. He de confesar que tuve dos reacciones al saber de este programa que se extenderá desde junio a septiembre con conferencias, mesas redondas, una exposición, edición de libros y hasta un documental. La primera, recordando la enfermedad que lo ha afligido en los últimos años, fue un vuelco al corazón poniéndome en lo peor; craso error porque Carlos, pasada la mala racha, a sus 81 años ha vuelto a la vida con pasión, y así me lo aseguró su primo Miguel Clementson, director de la Escuela de Arte Mateo Inurria y miembro del comité organizador no por pariente, sino por ser una de las personas que mejor lo conocen, especialmente como crítico de arte y rendido admirador de la escultura, que es una de las muchas facetas de este humanista de saberes enciclopédicos y aspecto desaliñado y bonachón. Superado el susto –todos queremos a este señor bajito y tímido que brilla cuando escribe o habla, y habla y escribe mucho-, vino la segunda parte, que fue alegrarme de corazón por tan necesario tributo al soñador de Ítacas imposibles. Un amante de la palabra con vocación intelectual cosmopolita, aunque haya centrado su inspiración y su vida misma en un ir y venir –más de ensueño que real, porque Carlos Clementson es viajero quieto- entre la nostalgia por el mar levantino de sus veranos infantiles (Una pleamar que no cesa es el lema escogido para el reconocimiento oficial) y esta tierra adentro, sobria y seria. Aquí forjó un espacio propio a la medida de quien siempre fue por libre, ciñéndose a crear una obra con aliento clásico y lenguaje suntuoso que huele a jazmín con gotas salinas de fondo. También un poco al té de la tarde -rito que no sé si practica ya que siempre lo vi sostener majestuoso un catavinos en animada charla de amistad-. Y es que Clementson luce lo británico tanto en el apellido como en un humor punzante que esgrime con suma elegancia. Le viene de su padre, murciano de ascendencia inglesa que se casó con una joven de Villa del Río, fallecida al dar a luz a Carlos, lo que desde niño lo envolvió en un sentimiento de ausencia y culpa que solo aliviaban las estancias en la mansión familiar de Lorca, arrasada después por una riada que borró todo menos los recuerdos. En Murcia se doctoró en Filología Románica con una tesis pionera sobre la revista Cántico y sus poetas, de los que ha llegado a saber casi más que ellos mismos, y allí enseñó en la universidad hasta incorporarse en 1973 a la de Córdoba, que vio nacer y desarrollarse. Dio clases de Literatura Española hasta la jubilación en 2015, aunque sería ocho años después cuando abandonara definitivamente su despacho, atiborrado de libros y papeles. Allí, como en su casa, se dedicó a pensar, a escribir infinidad de poemarios –algunos aún inéditos que ahora verán la luz como parte del homenaje-, ensayos y colaboraciones en prensa. Una extensa producción en la que destaca otra vertiente tan fulgente como callada, la de traductor de poesía. Porque Clementson, con enorme facilidad para las lenguas, ha vertido en verso castellano miles de páginas escritas en francés, inglés, portugués y catalán, completando así el perfil de un tipo sereno y dueño de un talente lírico que impregna hasta lo más prosaico de la existencia. *Periodista

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