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» Diario Cordoba
Fecha: 29/05/2025 02:43
Se le puede atribuir a Antifonte, uno de los 10 oradores áticos, la invención de la oratoria política, al menos como género literario. Era un orador tan hábil que no podía hablar en público, porque ya no confiaba en él nadie: era sabido que podía hacer pasar por razonable la mayor atrocidad -o lo que parecían atrocidades entonces-. Fue un oligarca que escribió discursos para oligarcas conjurados. De hecho, muchos de los discursos que se conservan defienden homicidas. En el discurso en defensa del corego, el encargado del coro al que se atribuía la muerte de un joven, envenenado por un medicamento para la garganta; se dice en el discurso que esta acusación perseguía, realmente, que él no pudiera acusar a otros de haberse apropiado de fondos públicos, que sería nuestra malversación. Esto de acusar preventivamente para impedir otra acusación, que hoy es cutre moneda de cambio de nuestro sistema, pasaba en Atenas con frecuencia: lo vemos en Antifonte y lo vemos en las simpáticas escaramuzas del banquero Pasión (padre del zorruno Apolodoro), que no contento con apropiarse de los depósitos de un cliente, simuló el secuestro de su propio esclavo, y al llegar a un acuerdo, le dio singular cambiazo en el documento, dejándolo también a deber. Lo digo porque redescubierta esta trapisonda ateniense, en la que se denuncia en lo público por interés público o privado, los políticos han ido haciéndose mucho daño en años recientes. Les cae el caso ajeno, aunque haya que añadirle mil levaduras a poca harina, como el maná. El problema es que la política funciona con la certeza de los juramentos vasalláticos, que no es poca; y en estos duelos a código penal te puede aparecer una señora con toga que te corte el rollo. Eso de llegar al poder sentándose a estudiar, sin que conste en algún dietario la hoja de deudas y servicios, causa intranquilidad en los jugadores. De ahí el interés en que el árbitro sea del equipo.
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