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  • Crónica del Cordobazo: cuando obreros y estudiantes se movilizaron para tomar una ciudad y protestar contra la dictadura de Onganía

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 29/05/2025 02:37

    Fue un momento bisagra de la historia política argentina que marcó el principio del fin no solo de la permanencia de Onganía en la Casa Rosada sino de la existencia misma de la dictadura “No hubo ninguna cosa mesiánica de toma del poder. Aunque hubiéramos podido hacerlo a la una de la tarde porque ya no quedaba un solo cana en la calle, ni guardia en la Casa de Gobierno”, recordó muchos años después el dirigente del sindicato cordobés de Luz y Fuerza Jorge Canelles, compañero de lucha de Agustín Tosco. Se refería a los hechos del 29 de mayo de 1969 en la ciudad de Córdoba que marcaron un antes y un después para la estabilidad de la dictadura que se autodenominaba pomposamente Revolución Argentina y que pasaron a la historia como “El Cordobazo”. Para entonces, el único que no parecía tomar conciencia de lo que estaba ocurriendo en el país y de sus consecuencias era el general apoltronado en la Casa Rosada, Juan Carlos Onganía, que todavía no despertaba de su quimérico sueño de permanecer veinte años en el poder. En el mundo soplaban tiempos de cambio. Un año antes, también en mayo, pero en París, la imaginación había intentado sin plan ni suerte tomar el poder; la sangre derramada todavía no terminaba de secarse en el suelo de la Plaza de Tlatelolco; en la Iglesia, revolucionada por el Concilio Vaticano II, miles de sacerdotes hacían su opción por los pobres; y la figura de Ernesto Guevara, El Che, caído un año y medio antes en Bolivia, estaba más vivo que nunca. La Guerra Fría se estaba recalentando en el Tercer Mundo y la Argentina no era la excepción. La dictadura del general ecuestre Juan Carlos Onganía hacía agua, pero todavía flotaba, un poco a la deriva, sostenida por un sector de las Fuerzas Armadas, la derecha de la Iglesia Católica y el sindicalismo colaboracionista que soñaba con adueñarse del envase que podría dejarle un Perón definitivamente no retornable. Los partidos políticos estaban proscriptos y la represión de la protesta social tenía ayuda norteamericana y se nutría de la francesa. El primer conflicto de ese mes caliente estalló en Tucumán y tuvo el efecto de un primer chispazo sobre un reguero de pólvora que corría por otras ciudades, como Córdoba, Corrientes, Rosario y Mendoza. La única respuesta de Onganía -a quien sus compañeros de armas llamaban a sus espaldas “El Caño”, no por lo duro sino por lo hueco- fue una represión sangrienta, que comenzó a cobrarse muertes. El jueves 29 –ante la inminencia de un paro general convocado las dos centrales sindicales para el día siguiente– las tapas de los diarios nacionales informaban que regían los consejos de guerra militares en todo el país y que la dictadura (a la que no llamaban así, sino “gobierno”) ponía sus fuerzas de seguridad a disposición de los gobernadores provinciales para reprimir cualquier revuelta. A pesar de las amenazas, ese jueves los obreros cordobeses salieron manifestarse otra vez en la calle, como dos semanas antes, pero con el correr de las horas y de los días, lo que había comenzado como una protesta gremial se transformó en una batalla campal durante la cual obreros, estudiantes y simples vecinos, unidos en la lucha contra las fuerzas de seguridad, llegaron a hacerse dueños la ciudad. Fue el punto más alto de una conflictividad social que en menos de un mes adoptó nuevas formas y que encontró por primera vez a obreros y estudiantes unidos en la lucha. “Obreros y estudiantes, juntos y adelante”, fue la consigna que comenzó a escucharse en las calles. A finales de la década del sesenta se cocinó el caldo que terminó en el levantamiento obrero-estudiantil más grande que vivió la Argentina en su historia Una escalada incontenible La chispa que encendió el fuego que se convertirá en incendio con el Cordobazo hay que buscarla 16 días antes en Tucumán, cuando un grupo de trabajadores ocupó el ingenio Amalia y retuvo al gerente exigiendo el pago de haberes atrasados. Un día después, en Córdoba, 3.500 obreros automotrices se reunieron en el Córdoba Sport Club para decidir medidas de fuerza por la eliminación del “sábado inglés”, una histórica conquista que les permitía cobrar como extras las horas trabajadas ese día. Después de la asamblea salieron a manifestarse y fueron brutalmente reprimidos por la policía: la batalla callejera dejó un saldo de 11 heridos y 26 detenidos. Las protestas brotaron también en otras ciudades. El 15, los estudiantes correntinos marcharon contra el aumento de un 500% en el comedor universitario y allí, la represión policial se cobró la primera muerte del mes, la del estudiante Juan José Cabral. El 17, la protesta se replicó en el comedor universitario de Rosario y en una encerrona en la Galería Melipal la policía asesinó a otro estudiante, Adolfo Bello. La escalada no se detuvo. El 20, los estudiantes rosarinos anunciaron un paro nacional y, de nuevo en Corrientes, los docentes exigieron la renuncia de las autoridades universitarias. Mientras tanto, en Córdoba y Mendoza se realizaban marchas del silencio en repudio a las muertes. Fue apenas el comienzo. La mañana del 21 de mayo unos 4.000 estudiantes secundarios y universitarios, a los que se sumaron obreros convocados por la CGT de los Argentinos –la más combativa, conducida a nivel nacional por el gráfico Raimundo Ongaro –, se reunieron cerca de la intendencia para realizar una marcha del silencio. La policía provincial intentó reprimirlos, pero fue avasallada por una marea. Rosario estalló. La Gendarmería y la Policía Federal se sumaron a la represión, pero los obreros y los estudiantes –por primera vez codo a codo en las luchas populares argentinas– armaron barricadas, quemaron autos y trolebuses, y los obligaron a retroceder. La ciudad quedó en manos de los manifestantes. Onganía, desde Buenos Aires, ordenó al Segundo Cuerpo del Ejército que se hiciera cargo de sofocar la protesta y la lucha se generalizó en las calles. Cerca de LT 8, donde los manifestantes intentaron pasar una proclama, cayó herido de bala el estudiante secundario y aprendiz metalúrgico Luis Blanco, de 15 años. El Ejército declaró el estado de sitio e impuso la justicia militar y la pena de muerte. Pese a eso, el 23 la CGT convocó a un paro general con sabotajes, mientras un grupo de sacerdotes santafesinos se rebelaba contra el obispo Guillermo Bolatti, a quien acusaban de insensibilidad social. Así, los curas se sumaron a las protestas de los obreros y los estudiantes. El 29 de mayo de 1969 se desencadenó el Cordobazo, la mayor insurrección urbana que se produjo en la capital cordobesa Una confluencia inédita Por primera vez entraban en escena, juntos, todos los actores que marcarían a fuego los próximos años de la vida argentina. “En Rosario se hace efectiva, en los hechos, la unidad obrero estudiantil y emergen los sacerdotes del Tercer Mundo. Y el Ejército, que primero define a los hechos como protagonizados por extremistas, a los que luego llama subversivos”, escribió la historiadora Beba Balvé, coautora de Lucha de calles, lucha de clases, quizás el mejor libro escrito sobre el Cordobazo. Luego de largas horas de represión el Ejército recuperó la ciudad, pero las protestas no se detuvieron. El 25 de mayo, en Rosario y muchas localidades vecinas, los sacerdotes se negaron a oficiar el tradicional tedeum oficial. “El Rosariazo y el Cordobazo se encuentran con un catolicismo en efervescencia tanto a nivel nacional como en el resto de América Latina. Por un lado, hay un fuerte acompañamiento a los movimientos de trabajadores y de jóvenes de la época (CGT de los Argentinos y movimiento estudiantil) junto a una presencia pública que se suma a la protesta y a la deslegitimación de la dictadura de las Fuerzas Armadas y de las autoridades episcopales”, le dijo hace unos años este cronista el sociólogo Fortunato Mallimaci. En ese clima, los obreros industriales de Córdoba fueron al paro el 29 de mayo. Reclamaban por el sábado inglés, derogado por la resolución 106/69 del dictador Onganía. Esa reivindicación unificaba en la protesta a las dos regionales de las CGT, la CGT Azopardo –colaboracionista– y la CGT de los Argentinos –combativa-, que estaban enfrentadas a nivel nacional. Nunca pudo establecerse cuántos fueron los muertos de la jornada: algunos investigadores hablan de cuatro; otros, de catorce Córdoba arde El paro del jueves 29 no llamaba solo a abandonar los puestos de trabajo sino a movilizarse. Por eso en las columnas que marchaban a la mañana hacia el centro de la ciudad se podíaver, junto a los obreros de SMATA, a Elpidio Torres, de la UOM, y a Agustín Tosco, de Luz y Fuerza. “Esa situación unifica a todos, diluye la separación y distinción de los sindicatos organizados en nucleamientos ideológico-políticos, como las 62 organizaciones peronistas y los independientes. A la vez, la forma de lucha, huelga general con movilización, hace al mecanismo del proceso de centralización y dirección de la lucha que permite la recuperación de la iniciativa por parte de la clase obrera”, señala Balvé. A las columnas obreras se agregaron otras integradas por estudiantes, sensibilizados por las muertes de sus compañeros en Corrientes y Rosario, Cabral y Bello. La policía inició una violenta represión contra los manifestantes que, lejos de retirarse, contraatacaron, hicieron retroceder a los uniformados y avanzaron hacia los edificios públicos. En Córdoba Rebelde, los investigadores Mónica Gordillo y James Brennan definieron así lo sucedido en las calles: “Por la mañana protesta obrera, después del mediodía rebelión popular, por la tarde, tras el repliegue de la policía, insurrección urbana”. A diferencia de lo ocurrido en Rosario, durante el Cordobazo el Ejército intervino tras una sospechosa demora que algunos leyeron como una maniobra del comandante en jefe, Alejandro Lanusse, contra el dictador Onganía. Los estudiantes se replegaron al barrio de Clínicas, donde montaron un foco de resistencia que, por la noche, incluyó el hostigamiento de los soldados por parte de francotiradores estratégicamente ubicados en las alturas de los edificios. El viernes 30, cuando el Ejército finalmente recuperó el control de la ciudad, el panorama era el de un campo de batalla: barricadas, autos quemados, vidrieras destrozadas, edificios públicos arrasados. Los principales dirigentes, entre ellos Tosco y Torres, estaban detenidos, a disposición de los tribunales militares. Nunca pudo establecerse cuántos fueron los muertos de la jornada: algunos investigadores hablan de cuatro; otros, de catorce o más. El Cordobazo también se nutrió de muchas mujeres. La periodista y fotógrafa Bibiana Fulchieri contó su participación vital en un libro publicado en 2022 Una bisagra histórica El Cordobazo fue el hito más alto y también el final de un mes que cambió el curso de la historia social y política de la Argentina y marcó a fuego los años siguientes. Esa resistencia violenta contra la dictadura señalaría un rumbo a no pocas organizaciones revolucionarias, que por entonces debatían la incorporación de la lucha armada en la resistencia a la autodenominada Revolución Argentina y, en algunos casos, como un paso adelante en la lucha revolucionaria. Exactamente un año después de que Córdoba ardiera por el furor popular, el 29 de mayo de 1970, una hasta entonces desconocida organización peronista llamada Montoneros irrumpiría en la vida política argentina con el secuestro y la ejecución del dictador Pedro Eugenio Aramburu. También durante 1970, en su quinto congreso, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) decidiría la creación del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Onganía –que había planeado quedarse veinte años en el poder– tenía los días contados. Duró apenas un año más hasta que fue desplazado por sus propios compañeros de armas. La Argentina ya no era la misma: a partir del Cordobazo la dictadura debió iniciar su retirada y la recuperación de la democracia, con el retorno de Perón después de su largo exilio, se volvieron tangibles.

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