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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 28/05/2025 05:21
Con la Estatua de la Libertad al fondo, en una imagen del 21 de octubre de 1950. A 91 años de su nacimiento, solo dos siguen con vida El trabajo de parto de Elzire Dionne, de 24 años, madre de cinco hijos –aunque ya había parido seis, pero uno había muerto de neumonía poco después de nacer-, comenzó a la una de la mañana del 28 de mayo de 1934 en la precaria granja familiar de North Bay, cerca de Callader, Ontario, Canadá. Llevaba siete meses de embarazo, pero sabía que los nacimientos se podían adelantar, porque el doctor Allan Roy Dafoe, el médico local, calculaba que tendría mellizos. Cuando su mujer comenzó con los dolores, Oliva Dionne, su marido, salió corriendo en busca de ayuda. La primera en llegar fue la señora Labelle, la comadrona más cercana, poco antes de las cuatro, justo a tiempo para recibir a la primera beba, una niña pequeñísima, con la cabeza desproporcionadamente grande, que nació con los ojos abiertos. La sostuvo sin dificultad sobre la palma, le masajeó la espalda hasta escuchar su llanto, la envolvió con unos paños y la dejó en una canasta cerca de la puerta abierta de la cocina económica, la única calefacción del lugar. No tenía tiempo para más, porque Elzire ya estaba pariendo una segunda beba. El doctor Dafoe llegó unos minutos más tarde, acompañado por otra partera, cuando ya había dos criaturas en la canasta y asomaba una tercera. Y había más. Una hora después, una exhausta Elzire yacía en la cama con cinco criaturas envueltas en trapos a su lado. Pronto las bautizarían, por orden de llegada, como Yvonne, Anette, Cécile, Émile y Marie, aunque el mundo las conocería por un nombre conjunto, “las quintillizas Dionne”. Entre las cinco apenas superaban los seis kilos. El doctor Dafoe no sabía de ningún caso parecido de quintillizos nacidos todos con vida. Tampoco es que supiera mucho, pero estaba seguro de que en Callander, Ontario, o tal vez en todo Canadá, sería noticia y le brindaría alguna fama. Así comenzó una historia donde las cinco niñas, involuntarios protagonistas, se convertirían en objeto de disputas económicas y legales, se ofrecería a sus padres convertirlas en fenómenos de circo y en herramientas de marketing, se les quitaría la custodia legal, intervendrían el gobierno y también la Cruz Roja y se las expondría como atractivo en un zoológico humano. A las quintillizas Dionne la fama sólo les traería maltratos y dolor. Las quintillizas Dionne disfrutan de un viaje en el metro de Nueva York el 21 de octubre de 1950, al terminar una jornada de turismo por la ciudad. Marie, Cecile, Emilie, Annette e Yvonne, en compañía de Oliva Dionne, a la derecha La noticia y el negocio Después de bañarlas y revisarlas, el doctor Dafoe y sus ayudantes envolvieron a las cinco bebés con una frazada y las depositaron en una gran canasta que les dio una vecina cerca de la cocina a leña encendida. A partir de ese momento, comenzó una competencia. El tío de las nenas –hermano de Oliva– y el médico se lanzaron a una carrera cuyo premio era contar primero la historia. Ganó el tío, que corrió a las oficinas del diario local, North Bay Nugget, y se la contó al director, mientras Dafoe contaba su hazaña en la farmacia del pueblo y el correo. El director del diario envió a la granja a un cronista y un fotógrafo, el autor de la primera foto que se conoce de las quintillizas Dionne, mientras Elzire apenas repuesta del parto, le preguntaba al cronista: “¿Qué voy a hacer con todos estos bebés?”. Sobraban motivos para esa pregunta que, en realidad, era un grito de desesperación. Corrían los tiempos de la Gran Depresión y el dinero era un bien escaso. Además, los Dionne ya tenía otros cinco hijos mayores y no era difícil sacar la cuenta: cinco más cinco eran diez bocas para alimentar. En ese preciso momento comenzó la cadena de desgracias de las quintillizas. En un primer momento, la atención mediática que recibieron las bebas pareció una bendición. Periodistas de Chicago y Toronto les llevaron incubadoras calentadas a base de agua, para que se mantuvieran a salvo del frío y desde los hospitales de la región les donaron leche materna, porque los pechos de Elrize no podían dar abasto. El magnate de medios, William Randolph Hearst, también envió periodistas y una ayuda económica. Además, la Cruz Roja puso a disposición de la familia un equipo de enfermeras que se turnaron las 24 horas para cuidarlas. No tardaron en llegar los curiosos, que rodeaban la casa y pugnaban por entrar a verlas. Con sus vehículos y sus pisotones destruyeron los escasos cultivos de los Dionne, que no sabían cómo sacárselos de encima. También aparecieron las primeras ofertas comerciales, con la intención de utilizar a las nenas para hacer publicidad de diferentes productos o exhibirlas a cambio de dinero. El padre no sabía qué hacer y no tuvo mejor idea que consultar al cura del pueblo. Más rápido que ligero, el párroco se ofreció a ser su representante comercial. En las primeras seis horas desde su nacimiento, las quintillizas Dionne -Yvonne, Annette, Cécile, Émilie y Marie- fueron fotografiadas para que las viera todo el mundo El circo y la Cruz Roja La primera oferta importante que recibieron los padres de las quintillizas –a través del cura– fue de un circo, que quería exhibirlas durante seis meses en la Feria Mundial de Chicago mediante un contrato por miles de dólares. No era extraño que un circo las buscara. Por esos años, sus espectáculos –además de payasos, equilibristas y animales amaestrados– se centraban en exhibir fenómenos. Dos años antes del nacimiento de las quintillizas, Tod Browning –el director de Drácula, protagonizada por Bela Lugosi– había estrenado Freaks, una película que reflejaba ese mundo, con una visión crítica, mostrando que no se los trataba como seres humanos. Era una película sin trampas, sus actores no actuaban como fenómenos, sino que lo eran. Todos y cada uno –la/el hermafrodita, la mujer barbuda, los microcéfalos, el hombre esqueleto, los diversos tipos de enanos, las siamesas, la mujer sin brazos y muchos más– eran verdaderos freaks. El circo que hizo la oferta quería sumarlas a una troupe de ese tipo, para exhibirlas como fenómenos. Oliva y Elzire firmaron el contrato, pero se arrepintieron casi de inmediato. Por un lado, se dieron cuenta de la situación a la que expondrían a sus hijas, por el otro, la salud de las quintillizas no era buena y semejante trajín podía resultarles fatal. Entonces, lo que había aparecido como un gran negocio se convirtió en un problema más, y muy grave, porque el circo los demandó por incumplimiento de contrato y les reclamó una fuerte indemnización, imposible de pagar. El caso de las quintillizas se convirtió así en una cuestión nacional, con un debate que ocupó páginas enteras de los diarios de la época. El fiscal de Ontario, en busca de rédito político, ofreció una solución a los padres: que dejaran la custodia de las niñas a cargo de la Cruz Roja durante dos años. Como la organización humanitaria no tenía ninguna obligación contractual con los demandantes y los padres ya no tenían la custodia, la demanda quedaría en la nada. Acorralados, los padres de las quintillizas aceptaron. La propuesta de la Cruz Roja incluía construir un pequeño hospital a metros de la granja de los Dionne, para que las niñas estuvieran permanentemente cuidadas. Ya no vivirían con sus padres y sus hermanos sino en el hospital. La familia solo podría visitarlas según un régimen pautado de días y horarios. Desde hospitales lejanos les hicieron llegar leche materna, y la Cruz Roja les facilitó un equipo de enfermería 24 horas diarias El zoológico del doctor Al mismo tiempo, el doctor Dafoe hacía sus propios negocios. Convertido en un médico famoso gracias al primer parto quíntuple del que se tenía noticia en el mundo, comenzó a recorrer los Canadá y los Estados Unidos dando charlas –pagadas, por supuesto– y hasta fue recibido por el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt. Llegaron a proponerlo como candidato al Nobel de Medicina, aunque la iniciativa no prosperó. Pero el médico quería más, y también buscó disputar la custodia de las quintillizas con la excusa de cuidarlas mientras crecían. Sus rivales eran el Estado canadiense y la Cruz Roja. Oliva y Elrize eran apenas convidados de piedra. Y las quintillizas, así tironeadas, no estaban en condiciones de opinar. Después de difíciles negociaciones, los dos bandos llegaron a un acuerdo. El primer ministro de Ontario aprobó un proyecto para despojar definitivamente de la custodia a los padres, para proteger a las quintillizas de ser explotadas y que garantizaba que todo el dinero que se recaudara por el uso publicitario de su imagen iría a un fideicomiso en beneficio de ellas, para que dispusieran del dinero cuando fueran adultas. El papel del doctor Dafoe sería criarlas, ayudado por un equipo de enfermeras. Hizo todo lo contrario. Dafoe, con apoyo del estado de Ontario, construyó un verdadero zoológico para exhibirlas, en un área donde las sacaban a jugar dos veces por día. Los que quisieran verlas debían pagar una entrada y observarlas desde un pasillo que rodeaba el predio. Al final del pasillo había dos puestos comerciales: uno de souvenirs, donde se vendían productos relacionados con la imagen de las quintillizas, a beneficio del fideicomiso, y otro de panchos, cuya explotación fue otorgada a los padres. Para 1937, cuando las nenas cumplieron tres años, “Quintland”, como se llamó al lugar, era un destino turístico que atraía a miles de visitantes diarios, casi como las cataratas del Niágara. Además, había muñecas de las quintillizas y sus fotos aparecían en avisos publicitarios de Catsup Heinz, Quaker Oats, Lifesavers candy, jabón Palmolive, Lysol, máquinas de escribir, pan, helado y fundas de colchones. Yvonne, Annette, Cécile, Émile y Marie pasaron allí nueve años, durante los cuales apenas salieron del lugar unas pocas veces. Las tenían prisioneras en un zoológico, como animalitos. En su autobiografía de 1963, Éramos cinco, escribieron sobre el aislamiento que sufrieron durante su infancia, a quienes solo se les permitía salir del complejo unas pocas veces. “Vivíamos en el centro de un circo”, escribieron. “Una feria en medio de la nada”. Según algunas estimaciones, Quintland generó hasta 500 millones de dólares en ingresos para el estado de Ontario en menos de una década. Las quintillizas Dionne fueron criadas por el doctor Dafoe y un equipo de enfermeras en constante rotación Un padre abusador Después de una larga batalla legal, en 1943 –cuando las quintillizas habían cumplido nueve años- los padres recuperaron la custodia y lograron que se les autorizara a utilizar parte del fideicomiso en la compra de una casa de 19 habitaciones donde pudieran vivir nuevamente juntos todos los miembros de la familia: Oliva y Elrize, los cinco hermanos mayores y las cinco chicas. La convivencia no resultó fácil. La casa de los Dionne distaba de ser un “hogar, dulce hogar”. Años más tarde, cada una por su lado, las quintillizas contaron los padecimientos que sufrieron en esa vida familiar. “Fue el hogar más triste que jamás conocimos”, escribieron en 1963. Contaron que sus padres se comportaban “como si fueran cómplices de alguna fechoría tácita al traernos al mundo. Estábamos imbuidos de la sensación de haber pecado desde el momento de nuestro nacimiento. Estábamos acribilladas por la culpa”. No veían a sus padres como salvadores de Quintland; dijeron que su madre era una persona poco cariñosa y que su padre era un ser controlador, incluso tiránico. Tres de ellas relataron también que habían sido abusadas por Oliva. Al llegar a la adolescencia, Émile comenzó a sufrir convulsiones, pero para preservar la imagen comercial de las quintillizas, sus padres lo mantuvieron en secreto y demoraron mucho tiempo en consultar a un médico. Temía que, si se descubría que una de las chicas sufría de epilepsia, el público dejara de interesarse en ellas. Para la familia ya no eran hijas sino un negocio lucrativo que se debía preservar a toda costa. Por eso, apenas tuvieron edad para hacerlo, una tras otras, se fueron de la casa buscando un destino diferente, uno que les permitiera ser libres. Caminos diferentes Marie fue la primera en abandonar la casa. A los 19 años, para escapar de ese ambiente, se metió en un convento y se convirtió en monja. Poco después, Émile hizo lo mismo, aunque eligió otra orden religiosa para no tener que convivir con su hermana. Sólo estuvo dos meses en el convento: una convulsión la mató cuando acababa de cumplir 20 años. Una de las fotos más siniestras que se conserva de las quintillizas muestra a Marie, Annette, Yvonne y Cécile, de riguroso luto, rodeando el ataúd de Émile. Las tres hermanas que todavía seguían en la casa de los Dionne no demoraron también en alejarse de la familia. Yvonne y Cécile estudiaron enfermería. Marie dejó los hábitos y se inscribió en la Universidad para estudiar con Annette. Marie sería la segunda en morir, en 1970, a los 26 años, en confusas circunstancias: se la encontró muerta en la cama, con varios frascos de pastillas sobre la mesa de luz. No se le hizo una autopsia. Recién en la década de los ’90, las tres hermanas sobrevivientes iniciaron un reclamo legal por el fondo fiduciario, pero para entonces casi todo el dinero había desaparecido. El hijo de Cécile, Bertrand Langlois, comenzó a investigar y descubrió cómo se había saqueado la cuenta. Inició una campaña de relaciones públicas para avergonzar al gobierno canadiense y conseguir que les reembolsara una parte de las ganancias estatales que les debían. Las hermanas hablaron con los medios por primera vez en décadas y revelaron la verdadera historia que se ocultaba de la angelical imagen de las cinco felices quintillizas. Finalmente lograron un acuerdo por cuatro millones de dólares. Yvonne murió poco después. Annette y Cécile, las dos hermanas que aún viven, cumplen hoy 91 años y comparten una casa en un barrio suburbano de Montreal. Hay un episodio que da cuenta como ningún otro de la manipulación y el desprecio que las quintillizas Dionne sufrieron por parte de sus propios padres, del Estado de Ontario y del médico que las trajo al mundo. Cuando en 1935 el doctor Dafoe fue invitado a dar charlas en Nueva York un periodista le preguntó: -¿Cómo eran las quintillizas cuando nacieron? -Parecían ratas – respondió. Incómodo, otro médico que lo acompañaba intervino para suavizar esa respuesta terrible: -Quiso decir que se veían como gatitos – sugirió. -No, dije ratas – lo cortó con brutalidad Dafoe. El periodista debió sentir vergüenza ajena por las palabras del médico, porque al escribir el artículo reemplazó la palabra “ratas” por otra más amable: “cachorros”.
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