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» TN corrientes
Fecha: 28/05/2025 04:41
Muerte Guillermo Moreno Hueyo: una lección de vida ejemplar Miércoles, 28 de mayo de 2025 El dirigente, de larga trayectoria en el radicalismo, murió a los 83 años; había sido presidente del Banco Ciudad y secretario de Gobierno porteño La definición que mejor encuadra en la personalidad del político de convicciones republicanas que falleció esta madrugada en la ciudad cabe en una sola palabra: “Señor”. Lo fue, sin duda, Guillermo Moreno Hueyo. Encarnaba al porteño de indudable clase que podía evocar con el encanto de una voz profunda las tradiciones políticas que habían impregnado a la familia desde el nacimiento de la Unión Cívica Radical, en 1891. Esas tradiciones se afirmarían con la designación del abuelo paterno, don Julio Moreno Ruiz, como jefe de la Policía Federal y ministro de Guerra del primer gobierno de Hipólito Yrigoyen (1916-1922). Una familia de firmes tradiciones católicas, patentizadas en la figura del tío Belisario Moreno Hueyo, portando el palio en procesiones en la arquidiócesis de Buenos Aires. Sabía aguardar por horas sin despeinarse en unos altos de la calle Montevideo, casi Guido, donde funcionaba el comité partidario de la Circunscripción 20ª, la más pituca de Buenos Aires, a que llegaran vehículos con vecinos de chabolas de la Villa 31. Sin sobreactuar en calidez los orientaba, boletas en mano, a los lugares de votación en el sueño de renovar las victorias radicales en la ciudad. Sabía competir con los amigos sobre quién entre ellos memorizaba con mayor fidelidad la letra de tangos consagrados o perdidos en el olvido; o aguardarlos en la esquina de La Biela, domingo tras domingo en años mozos, para marchar aunados hacia donde se batieran ilusiones auriazules. Lo hacía todo con la pasión que moderaban el sentido innato de la elegancia, y la autoridad natural, con las que podía presidir una larga mesa de amigos en el club en el que se sentía como en su casa de la calle Libertad, el Jockey. En esa mesa se ventilaban tanto asuntos serios del país como la historia menuda de argentinos de fuste y la de otros que habían pugnado por serlo: la narración debía ajustarse, oh, sí, a la regla gastronómica de usar en proporción civilizada los condimentos del caso. Con espíritu gregario había sumado gente, y más gente, durante casi un cuarto de siglo, al ágape mensual que había organizado inicialmente con Miguel Ángel Martínez -otra de las tantas bajas sentidas en los años transcurridos desde entonces- a fin de que fuera menos patética la soledad de Fernando de la Rúa después de su caída, en diciembre de 2001. Fue un fenómeno de época débilmente estudiado cómo el antiguo alvearismo había encontrado desde los años sesenta un liderazgo partidario confiable en Ricardo Balbín. La cepa de quien había sido uno de los fundadores del Movimiento de Intransigencia y Renovación por oposición al radicalismo “galerita” no fue óbice para que esta corriente terminara acompañando a Balbín sin renunciar a la memoria del presidente cuya administración, entre 1922 y 1928, fue la de mayores calidades en el siglo XX. Por estilo y convicciones doctrinarias Moreno Hueyo era un alvearista tan subyugado por el ascetismo de Hipólito Yrigoyen como lo pudo haber estado Alvear. Habiéndose plegado después al balbinismo, siguiendo lo hecho por su propio padre, se rindió más tarde a la seducción cautivante de Raúl Alfonsín. Difícil de comprender esto para quien no consiga distinguir entre la madera en que se ha tallado la templanza de un político y las ideas que este experimenta, en toda suerte de vaivenes, en las lides públicas. Precisamente porque lo distanciaban diferencias con Alfonsín en el terreno programático, Moreno Hueyo estuvo en 1983 del lado de la candidatura de Fernando de la Rúa y no de la de quien llegó ese año a la Casa Rosada. Sobre la conjunción armónica de tales matices el intendente Julio César Saguier no tuvo inconvenientes en designar a Moreno Hueyo en 1984 presidente del Banco Ciudad. Desde entonces se ha señalado su transparencia como contracara idiosincrática de los hombres que han medrado en las penumbras eternas de la vieja “casta” o en las más flamantes, estridentes y camorreras de la “criptocasta”. La vida de Guillermo Moreno Hueyo se apagó hoy después de sufrimientos homéricos devenidos de la diabetes. Si se quiere trazar fielmente su retrato de bromista irreductible habrá de imaginarse que alguna vez barruntó, mientras tomaba el whisky de las siete, que había tropezado con la paradoja del azúcar que amarga, en lugar de endulzar la existencia. Sobrellevaba tantas cicatrices como Blas de Lezo, el vasco heroico, el almirante que había dejado medio cuerpo en combates, pero que aun así derrotó a los ingleses cuando procuraron capturar Cartagena en el siglo XVIII. Moreno Hueyo salió limpio y moralmente entero en 1987 de la presidencia del Banco Ciudad, y ocurrió otro tanto cuando dejó en la década siguiente la subsecretaría, primero, y la secretaría de Gobierno, después, en las que acompañó a De la Rúa y a Enrique Olivera. Fue un calco de esa límpida trayectoria el tiempo en que actuó como subsecretario de Coordinación del Ministerio de Infraestructura y Vivienda, a cargo de Nicolás Gallo. En medio de la ebullición suscitada en 1955 por la caída de Juan Perón, dos muchachitos del Colegio Champagnat se apersonaron al Comité Tte. Cnel. Gregorio Pomar, nombre del instigador de sucesivos alzamientos contra los gobiernos de Uriburu y de Justo, y solicitaron la adscripción a la Juventud Radical. Quien acompañaba a Moreno Hueyo apenas duró allí tres meses, despedido por encarnar el tipo de sensibilidad cívica que lo ha llevado a entregarse, con otros destacados abogados católicos, a la defensa de militares y civiles encarcelados, con proceso o no, y condenados por delitos en la represión de los movimientos terroristas de los setenta. Se trataba de Alberto Solanet, con quien Moreno Hueyo y Ricardo Di Paola fundaron un estudio jurídico. Con Solanet y otros amigos Moreno Hueyo encontró en 1989 un espacio para recrear antiguos lazos con Pergamino. En ese pago están esparcidas otras ramas de los Moreno. Allí, los descendientes directos de Julio Moreno retuvieron hasta hace treinta años el establecimiento “San Julio”. Con aquellos encaró, en un predio sobre la ruta 8, el emprendimiento del cementerio privado “La Merced”. Después de haberse graduado de abogado en la UBA, Moreno Hueyo se desempeñó en SADE, empresa de construcciones, y siguió los pasos del padre, de igual nombre que él, en el mundo de los seguros, donde fue vicepresidente de La Franco Argentina. Este buen lector de la historia nacional dictó materias de Derecho en la Universidad Católica Argentina. Moreno Hueyo fue convencional nacional de la UCR e integró el Tribunal de Conducta del partido que rechazó el pedido de expulsión de De la Rúa hecho por el Comité Capital en 2002 por el voto de 42 delegados sobre 74 presentes. Consideraron que el expresidente se había “apartado de la doctrina partidaria”. Desde la provincia de Buenos Aires, Federico Storani y, nada menos que Leopoldo Moreau, alentaron la expulsión. Alfonsín y Ángel Rozas, presidente entonces de la UCR, desestimaron el requerimiento. Vistos en perspectiva, aquellos días del radicalismo parecían hervir en caldos de Macondo. En ese ambiente de irrealidad se exigía la cabeza de un expresidente que ya había padecido bastante con la pérdida del poder. Ahora está más claro que eso fue apenas el preludio de lo que sobrevendría al cabo de dos décadas más, con un partido al que devoran las aguas arremolinadas de la política y no se siente que palpite en tiempos electorales. “El partido no está dividido ni segmentado; está muerto”, sentenciaba Moreno Hueyo en los últimos tiempos, sin haberse recuperado de la incredulidad de que la UCR estuviera bajo el control nominal de un forastero, el senador Martín Lousteau. Moreno Hueyo había prescindido de festejar su cumpleaños entre amigos en los años siguientes al derrocamiento de Arturo Illia, producido en 1966 en el aniversario de su nacimiento. Ese 28 de junio no pudo ingresar en la Casa Rosada y se conformó con seguir los acontecimientos desde la vereda del Banco Nación hasta que apareció, cuando alboreaba, la cabeza blanca de Illia para desaparecer en un taxi y emprender el camino del ostracismo por culpa del más absurdo de los golpes militares. Solo cuando Inés, la hija mayor, hizo saber días atrás que su ánimo estaba decaído todos cuantos lo apreciaban entendieron la inminencia del final. Había atravesado las penurias físicas con entereza admirable, con asombrosa valentía, asistido por la fe, el amor por la familia y la patria, y por un caudal inacabable de amigos. Su vida ha sido una lección para cuantos se victimizan por razones triviales o fantasean con ser los únicos que han sufrido en este mundo. Lo más que podría habérsele arrancado de quejumbre a quien vivió los últimos años entre mutilaciones sucesivas habría sido algo del tenor de lo que dijo Woody Allen, al recibir en 2002 el Premio Príncipe de Asturias, parafraseando a Jack Benny, otro gran comediante del siglo XX: “Yo no me merezco este premio, pero tengo diabetes y tampoco me la merezco”. Solo restó que Moreno Hueyo ocupara un asiento en el Congreso de la Nación para terminar de configurarse la personalidad que todos le atribuían. La oportunidad más propicia se perdió cuando De la Rúa renunció en 1995 a su banca en el Senado a fin de asumir la jefatura de la ciudad, y la Legislatura porteña designó senador, según atribuciones conferidas por la cuarta cláusula transitoria de la reforma constitucional de 1994, a otro candidato posible del delarruismo. El episodio no pasó de dibujar una leve sombra, con algo de perdurable, en la relación fraterna con De la Rúa. Guillermo Moreno Hueyo estaba casado con Inés Vernet, descendiente de Luis Vernet, gobernador de las Malvinas hasta que Gran Bretaña se apoderó en 1833 de ellas. Con Inés tuvieron siete hijos -uno, Guillermo, ya fallecido- y veintinueve nietos. Había nacido en Buenos Aires, el 28 de junio de 1941. Miércoles, 28 de mayo de 2025
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