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Concepcion del Uruguay » Miercoles Digital
Fecha: 27/05/2025 13:20
Reconciliar a los argentinos con la vecindad; volver a la tierra y al trabajo, y recuperar saberes y modos comunitarios para no repetir frustraciones. Si la alternativa no es hermanadora, será de anga’u. Ahora, ¿qué tienen que ver las Islas Malvinas en este pachakuti? Por DANIEL TIRSO FIOROTTO (Especial para EL MIÉRCOLES) Vivir bien y buen convivir, en armonía con el resto de la naturaleza: este principio ancestral no está en agenda en el oficialismo y tampoco en la oposición, en la Argentina. Los partidizados lo tildan de utópico, porque en ese universo pierden categoría, pero funcionó por siglos, sin exclusiones, al contrario de los sistemas mejor difundidos en la actualidad con mil pretendidos representantes y resultados a la vista. La intersección de armonía ecológica, solidaridad, comunidad, consenso, delicadeza en el trato, aversión al abuso, admite distintos modelos, pero no entra en el radar de los partidos mayoritarios, ni de los apegados a sus esquemitas verticales. De esa intersección se desprenden: la inclusión de todos sin excepción, el cuidado de la naturaleza que nos contiene, la conexión de las familias con su lugar, el arraigo de todos en espacios suficientes, el cultivo de la complementariedad por encima de las disputas, la participación mal que les pese a los mandones, y los antídotos contra todas las vías del colonialismo y el despotismo. Alguien confundirá la armonía y el consenso con el exceso de positividad que trata Byung Chul Han como un defecto moderno. Nada que ver: esta vía no es cándida ni playa, como no lo es la ahimsa que sostuvo a Gandhi, para quien la “no violencia” es más eficaz que el misil. Acusar de utópica a la economía guaraní del jopói (manos abiertas mutuamente) sin siquiera conocerla y menos practicarla, es un síntoma de colonialismo acrítico; es un fruto del aurocentrismo que desprecia la tradición de nuestros pueblos, y si no la desprecia, la trata con paternalismo, o la quiere sumar a su ristra de prejuicios. Cultivar la armonía y el consenso requiere coraje, templanza y gracia. Al contrario: para descalificar al otro no hace falta más que un par de ocurrencias y un ladrido. La vida comunitaria Ahimsa: no matar, no causar daño ni con las manos ni con la boca. Desde esta sabiduría podríamos responder con suavidad a los exabruptos permanentes de los líderes políticos de las Argentina, que no dejan de ser argentinos a pesar de sus extravíos. Superar a los pretendidos representantes (los que el sistema permite en el oficialismo y la oposición), equivale a dar por cerrados los conflictos inconducentes, venciendo intereses individuales y sectoriales y venciendo taras y miedos de esos “representantes”, con la vista puesta en el común. Para lo cual debemos curarnos de los vicios del liderazgo personalista, la representación, la uniformidad y la compartimentación; y nutrir la relación comunitaria. Hoy están en riesgo la paz del mundo y la vida misma, por la competencia armamentista, las guerras, la contaminación. ¿Quién podría decir paz, decir vida, si no las cultiva en su propio entorno? Gobernar es encender una lucecita en la noche de tantas familias. Trabajo, tierra y techo. Mejor será, claro, cuando las familias la enciendan sin padrinos. Cultivar comunidades no significa bajar receta sobre un tipo de comunidad para todos. Pueden ser aquí un ayllu, allí una cooperativa, más allá un club, del otro lado una asamblea ciudadana, un grupo vecinal, un sindicato, un consorcio, un colegio profesional, una organización piquetera rebelada ante la servidumbre, una parroquia desatada, un kibutz; tal vez una cooperadora, un soviet, un centro de artesanos, uno de veteranos, un centro juvenil; una escuela, una organización de jubilados, un quilombo al estilo de los rebeldes esclavizados; quizá un tekohá guaraní, un lof mapuche, una minga entrerriana (trabajo colectivo y festivo), una colonia como las imaginadas y promovidas aquí por Peyret; quizá esa cosmovisión del caracol zapatista, del auzolan vasco, el tequio mexicano, la confederación iroquesa, el mino bimaadiziwin del norte (continuo renacer), el comunal ibérico tan lejos del feudalismo… Hay diversos modos de organización vecinal, comunitaria, aquí y en el mundo entero, de ayer y de hoy, de los que podemos aprender. Elinor Claire Awan, conocida como Elinor Ostrom por el apellido de su esposo, estudió y subrayó las ventajas de la gestión comunitaria lejos del estado, las corporaciones, las sociedades anónimas. Son los modos que el Estado-Nación erosiona, desarma, contamina. Porque son públicos, y el Estado-Nación es oficial pero no es público, a pesar de sus maquillajes, y por eso repele la horizontalidad. (Siempre con excepciones). Claro que, en la cultura de la fragmentación, si no hay conciencia de ese flagelo cualquier cambio por bienintencionado que sea puede fragmentarnos más. Estigmergia Ahora: la prudencia, la pausa, la comprensión, el diálogo, ¿pagan en el mercado político? A esa pregunta podríamos responderle con otra: ¿cuál es el resultado de la imprudencia, el atropello, la incomprensión, que han prevalecido hasta ahora? Los partidos mayoritarios, oficialistas y opositores, se parecen en su espíritu refundador. Romper y hacer de nuevo es el lema que los hermana. Se le opone la estigmergia, propia de las comunidades, que consiste en valorar y aprovechar lo que el otro hizo, reconocer la participación de todos. Si la abuela plantó un árbol, no lo vamos a arrancar así porque sí; vemos el modo. Si era un puente, le vendrán bien otros pilares, unas barandas, un cartel de precaución, una pintura… Lo han hecho las termitas por millones de años, lo repite internet con gran suceso. Los partidos del capitalismo, en cambio, se manejan por ocurrencias. Cuando millones de argentinos necesitaban dientes, espacios, laburo, veredas, agua potable, techo, se les ocurrió una aerolínea y pusieron allí 9 billones de pesos, es decir, unos 8.000 millones de dólares. Como el viejo patrón que derrocha en lujos con el cinto gordo, sin ver las miserias de la paisanada que le sostiene el capital. Podrían haber devuelto tierras a muchos humildes, porque ese fondo equivale a millones de hectáreas, pero optaron por un servicio para pocos. Esa sí que es una desconexión total, y con halo progre. El vivir bien y buen convivir no está desconectado de la vida actual, no está obsoleto: todo lo contrario. Hay mil y una experiencias comunitarias, cooperativas, tejidos solidarios, actitudes desinteresadas en la vecindad, que no pasan al frente porque los sectores dadores de prestigio las subestiman. Eso hace que no cundan los ejemplos. Ese mundo es presente. No hay que construirlo, basta con descubrirlo. No aparece, claro, en medio del griterío del sistema de privilegios que reina aquí. Pero en la Argentina los grupos conscientes de los privilegios creen, a su vez, que no son ellos los privilegiados. En el extremo de esta enfermedad, hay pretendidos “representantes” de trabajadores que cobran por mes el equivalente a 40 jubilaciones, de la misma bolsa del pueblo. Y defienden la legitimidad del robo legal. Es decir: lo que cunde es la desvergüenza. Y la ausencia de autocrítica, rayana en la cobardía, en verdad no ayuda. Patrimonio cero El poder ha logrado naturalizar la rapiña a los fondos del pueblo. La rapiña delictiva y la rapiña legal, siempre tan ilegítimas como consentidas. Consentir es un deporte. Consentir la patria contratista, la licitación trucha, los sueldos desorbitados, la fuga de capitales, el despilfarro de los fondos públicos; consentir el robo hormiga en los organismos públicos, la manipulación de los fondos públicos, el colonialismo interno, la competencia desleal, la concentración de las riquezas en pocas manos, el amontonamiento de las personas; consentir la destrucción del suelo y el monte, la contaminación del agua, el reino de la tecnología, la manipulación del relato… Que la alta burguesía haga la vista gorda, es esperable. Ese vicio en los sectores llamados populares preocupa más, porque terminan siendo piezas en la máquina de opresión; y sus dirigentes simples placebos: parece que representan, y no representan. Los sectores partidizados de la Argentina tienen como hábito insistir con recetas gastadas e inflar los yerros ajenos mientras ocultan los propios. Esa falta de sinceramiento aborta cualquier germen de confianza. Muchas veces se apuntan con el índice mutuamente, con verdades a medias. Esta es una de las causas del crecimiento político de sectores privilegiados de la economía: es que los demás sectores no hacen la diferencia, cuando acceden a un pedacito de poder. La ventaja comparativa de los humildes es la verdad, la palabra, la confianza, la creatividad, el respeto de las personas, de sus maneras, de sus tiempos. Si en la más pequeña grieta usamos las armas de los poderosos, entonces nuestro patrimonio espiritual y material baja a cero. Ancestral, o de anga’u El gobierno (hoy con adhesiones como las tuvieron aquí tantos antecesores) podrá ser superado desde una conciencia comunitaria y confederal, es decir: desde aquel principio ancestral del vivir bien y buen convivir. Tekó porá, decimos en guaraní, nuestro modo de vivir bien y bello, en este territorio. Y no hay que buscar lejos en el tiempo y el espacio, porque quedan fibras de esa cualidad milenaria en muchas vecindades; no en el poder ni en las instituciones que lo circundan, demasiado entretenidas en sus aburridos juegos sobre la cubierta para alternarse en el timón. Esa conciencia comunitaria confederal (contraria a la uniformidad del Estado-Nación), será ancestral, ecológica, enfocada en los trabajadores, anticolonialista y hermanadora, o el plan no pasará de anga’u, es decir, de una simulación. Superar a los gobernantes exige superar también a sus adversarios de anga’u. Para superar a este gobierno no hay que poner marcha atrás, hay que bajarse del coche. En el momento en que redactamos esta columna, el gobierno puede mostrar algunos números a favor. No ignoramos eso, pero aún así (y aunque sea votado), este sistema se muestra por demás atado a teorías encerradas, desarraigadas; teorías sordas a los silencios del desocupado de hoy, del árbol de hoy, del suelo, del pájaro de hoy, y a los saberes que aplicamos aquí por milenios con alta eficacia y que la altanería occidental destruyó. ¿Por qué en la Argentina los economistas de renombre se empeñan en ignorar las experiencias comunitarias (la minga aquí, por caso), como a las culturas ancestrales, y en ningunear los daños del colonialismo interno? Eso ocurre en los oficialistas y los que se dicen lejos del oficialismo. Hay una explicación a mano: ellos son víctimas del colonialismo. El colonialismo disipa las diferencias. Cuidan sus anteojeras como quien cuidara un tesoro. En el fondo está ese monstruo llamado racismo. Por ahí, ante la firmeza de las doctrinas diversas del vivir bien y buen convivir, les sale una palmadita en la espalda y un ‘muy bueno lo suyo’, de cortesía. El carajeador Las autotituladas alternativas son, por ahora, producto de una confusión originada en considerar al presidente argentino un bicho extraño, cuando es el fruto previsible de 200 años de historia colonial supremacista, estatista y anticomunitaria. Los hay también desabridos, pero este fruto es picante, carajeador, desvergonzado, hay que decirlo, y quizá por eso más expuesto al picotazo, si sabemos que el sistema los prefiere modositos. Corresponde definir, primero, al gobierno: un estatismo mitrerroquista, maltratador, dirigido a promover el capitalismo colonialista con predominio del empresariado extranjero más rancio, alineado a las superpotencias y al extractivismo, con un plan de sustitución de producciones regionales por importaciones de bienes de consumo, bajo esta creencia: si el capital multinacional llena su copa, derramará actividad económica y generará puestos de trabajo. Poniendo bajo un paraguas los graves problemas conductuales de índole psicológico del presidente, digamos que esta gestión pone en práctica la trillada hipótesis del derrame y, nobleza obliga, con atenuantes: subsidios a las familias desocupadas o en la informalidad, para morigerar la indigencia (con criterios que no estimulan el tránsito al trabajo formal); una apuesta resuelta contra la inflación que es crónica en la Argentina (secando la plaza de pesos e importando bienes); un superávit sostenido (postergando obras urgentes; como antes se postergaban con déficit); y una propaganda anti-casta que cae bien en vastos sectores conscientes del grave problema de las castas, es decir, los privilegios. (Eso, aparte de la desconexión entre la declamación y los hechos). Estatismo El actual es un tipo de estatismo. Es el Estado el que mete mano, elige, controla, y decide garantizar el pago de supuestas deudas públicas por casi 500 mil millones de dólares sin diferenciar en esos montos lo que corresponde a deuda y lo que deriva del fraude. La tan mentada corrupción, que casi todos los dirigentes ven enfrente, es inherente al Estado-Nación, porque no todos los sectores intermediarios están dispuestos a realizar su trabajito gratis. Y esa corrupción tiene muchas modalidades que no puntualizaremos en esta columna. Muuuchas, y aquí se han ensayado casi todas. Es el Estado el que decide ignorar el torrente comunitario milenario, el que acude a un sistema extractivista (suelo, agua, subsuelo, métodos riesgosos), con la biodiversidad en veremos; el que opta por el verticalismo, alineado con el imperio dominante; el que ofrece garantías al sistema económico más concentrado. Por un lado, se cuestiona el rumbo del Estado en un siglo, y por otro lado ese mismo Estado asegura la continuidad de las prerrogativas obtenidas por unas minorías en esos cien años. Fue el Estado-Nación el que se endeudó y cometió fraude. ¿Quién garantiza el pago a costa del empobrecimiento, por ejemplo, con jubilaciones de miseria? El mismo Estado-Nación. ¿Qué rol cumple aquí la vida comunitaria, que es anterior y fundante? Ninguno. (Ninguno, como en el estatismo anterior). Fue el mismo Estado-Nación el que desplazó a las comunidades, las fue debilitando por inanición, para luego actuar como el perro del hortelano que no come ni deja comer. La estructura actual no se sostiene con puntales. Mientras permanezca, podría enderezarse un cachito creando lugares de trabajo, principalmente para esa masa de personas sin estudios universitarios y a veces sin secundario, que aspira a realizar bellas obras con las manos pero no encuentra dónde. Zafreros, albañiles, pintores, jardineros, cocineros, horticultores, artesanos, repartidores; mujeres y varones de distintos oficios que pueden aprenderse en un año... Hoy, gobernar es encender una lucecita en la noche de tantas familias. Trabajo, tierra y techo: las tres “te” están interconectadas en la Argentina, y en la vida comunitaria eso salta a la vista. Invisibilizando la vida comunitaria las tres “te” quedan para después. Mejor será, claro, cuando las familias enciendan esa lucecita sin padrinos. Roca es Estado El Estado pone todo su aparato represor (es decir, el monopolio de la violencia) al servicio de una persona que cuenta con un millón de hectáreas (la extensión de 30 países), para que nadie ose preguntarle ni molestarla; y ese mismo Estado pone todo su aparato represor en contra de los manifestantes que quieren caminar por las calles pidiendo trabajo. Alta presencia del Estado, en un gobierno enrolado en la historia más divulgada que sobrevalora al Estado (Julio Argentino Roca) y menosprecia a las comunidades (pueblos ancestrales, paisanos, obreros). Esta violencia negativa no es peor que la otra violencia positiva, de aquellos que se lavan las manos ante la disputa de transeúntes y piqueteros, todos trabajadores, sin ofrecer soluciones de fondo. La razón principal de la pobreza y la indigencia en la Argentina es la concentración de la propiedad y el uso de la tierra. Es el mayor atropello consagrado a través de dos siglos. Lo demás es cuento. No es necesario ofrecer un ejemplo extremo, de lo que sería el país si un grupo financiero, un fondo de inversión, comprara todas las tierras: el extremo ya existe, y es un flagelo, con millones de familias amontonados, mientras veinte personas acaparan más de 5 millones de hectáreas. Hasta los dirigentes que mostraron en sus discursos y en su actuación pública el más alto desprecio por los pueblos indígenas y paisanos (Mitre, Sarmiento) cuestionaron las avanzadas roquistas. Y Roca no las hizo como docente, médico o talabartero: actuó como general, ministro y presidente del Estado. Y bien: el gobierno actual representa la deriva lógica del Estado moderno eurocentrado supremacista represor, erigido, como dice Juan Antonio Vilar, sobre cuatro genocidios. No es para rasgarse las vestiduras: el supremacismo y su padre, el racismo, se han naturalizado en todo el continente. En Brasil, la casa de gobierno de Sao Paulo se llama “Palacio Bandeirantes”. Más violencia simbólica no se consigue. Así, no sería raro que en el futuro encontráramos edificios llamados “Mansión de los violadores seriales”, “Palacio de los genios de la trata de personas”, “Casa esclavista contra la drapetomanía”. Pueden gobernar Lulas o Bolsonaros, que los Bandeirantes siguen atornillados a sus pedestales. Algunos sectores que en la Argentina ocupan un lugar en la oposición (de anga’u) provienen del mismo gen estatal supremacista, con siglo y medio de desarrollo, y con frutos muy a la vista como la dictadura más reciente. Leamos esto: “cuando a ciertos hombres no se les conceden los derechos de la guerra, entran en el género de los vándalos, de los piratas, de los que no tienen comisión ni derechos para hacer la guerra, y la hacen contra los usos de todas las naciones, y es por la propia seguridad de estas, que es permitido quitarles la vida donde se les encuentre”… Eso, el terrorismo de Estado que Jorge Rafael Videla firmaría a dos manos, es la concepción del derecho que tenía el “padre del aula” en la Argentina, en cuya adoración coinciden dirigentes adversarios (de anga’u). Coser la pelota En los primeros documentos de la Junta Abya yala por los Pueblos Libres de 2007, ese centro de estudios del litoral explicaba su intención de colaborar con la reunificación de los pueblos del Abya yala (América). En alusión al origen del fútbol entre los guaraníes y a la afición de todo el continente por este deporte, llamaba a coser las regiones como se cosían con tientos los cascos de una pelota. Empezando por el litoral argentino y el Uruguay, por ejemplo. Y bien: la expresión “hermanadora” del título de esta columna (inspirada en una zamba del inmortal grupo Magma), se refiere a dos ámbitos interdependientes: hermanadora de los países del Abya yala del Sur, fragmentados por el interés colonial y el engaño de los estados-nación; y hermanadora de las comunidades fragmentadas hoy dentro del país. El Grupo de Reflexión Rural -GRR- mejoró la idea comunitaria promoviendo los “puntos de sutura”, reparadores. El mismo Estado-Nación desplazó a las comunidades, las fue debilitando por inanición. El Estado-Nación usa todos los poderes para uniformar, y a eso le llama unión, unitarismo, pero se trata de sistemas forzados por la violencia, y exigen hacer tabla rasa para imponer un esquema colonial, vertical, monocorde. Contra esa visión militar, que el aula colonial difunde, la unidad verdadera respeta las cualidades propias de cada región, y su horizontalidad integra con facilidad el resto de la naturaleza. Ni el pasado ni el presente ni el futuro de la Argentina se entienden en la soledad de un Estado-Nación encajado en el paradigma oligarca pro imperialista. La cohesión interna se logra en confederación, y la fuerza se potencia en relación con los países de la región, empezando por el Abya yala del sur. También allí hay horizontalidad. Sólo la estrecha y vigorosa unidad de una confederación puede hacer frente a la creciente presión armamentista, extractivista y patentadora de los imperios y sus satélites. Si tomamos ese rumbo comunitario, la luz al final del túnel se llama Pachakuti, el nuevo ciclo. ¿O también lo vamos a ningunear? Malvinas, el anillo Hace dos siglos que la Argentina reclama en los organismos internacionales la soberanía en el Atlántico Sur, con votaciones a favor, y sin resultados. La diplomacia está en deuda con la creatividad. Y se nota en eso de chocar una y otra vez la misma pared. El Estado-Nación promueve la soberanía de palabra, para mantener cierta cohesión, y miente. Lo que ha logrado el Estado-Nación es engañar al propio pueblo argentino, y poco más. De tanto en tanto alguna declaración, alguna puteada, para fingir soberanía. Si los habitantes de las Islas Malvinas pertenecieran mañana mismo de hecho al Estado-Nación argentino, a fin de año andarían marchando por las calles reclamando por promesas incumplidas. Como el periodismo estaría entretenido en mil marchas alrededor de Buenos Aires, las marchas malvinenses serían ignoradas por completo. Buenos Aires detiene el transporte público un día y los medios prenden fuego el país. Paraná se queda sin transporte público un mes entero y en esos medios no vuela una mosca. Sin confederación, sin autonomías, hay que olvidarse de Las Malvinas. Los pueblos que ya sufren el ninguneo centralista deben prevenir, para no llorar luego sobre la leche derramada. Confederación, y las Malvinas vuelven. El otro hermanamiento es con la vecindad. En acuerdo con los países del Abya yala del sur, para compartir territorios y diluir fronteras, todos seremos más grandes por la sinergia de estos países, y tanto el Atlántico Sur como la Antártida podrán ponerse al servicio de esa unidad. Garantizar la paz regional, la unidad, la felicidad de los pueblos, el cuidado de la biodiversidad que no obedece a fronteras caprichosas, son objetivos al alcance y revolucionarios, y la Argentina puede cumplir allí un rol preponderante como territorio bicontinental. Hoy, la paz no está asegurada en la Argentina, y tampoco en Chile, Bolivia, Perú, Paraguay, Ecuador, Venezuela, Colombia, Nicaragua, Brasil, Guyana. Y las Islas Malvinas son un polvorín. La Argentina es un país con gran parte de su territorio sometido por la violencia de una potencia imperialista, Gran Bretaña, y todo su territorio sometido a la colonialidad que está en el ADN del Estado-Nación uniformador. Alinearse de manera incondicional con los amos opresores es una capitulación. Y no alinearse, pero alejados de la vecindad, es un capricho inconducente. Los pueblos argentinos tienen que conocer su propia historia de opresión a través de los siglos, que se expresa hoy de distintas maneras. Con las patas en el suelo, nos debemos una lectura de muchos procesos independentistas del mundo entero, y esa lectura debe evitar la candidez y alejarse de las interpretaciones eurocentradas, que confunden. Las Islas Malvinas pueden ser el anillo de la boda múltiple. Y desatar una era de paz. Si Gran Bretaña ha invadido a nueve de cada diez países del mundo, la Argentina no es la excepción, pero es aquí donde el colonialismo persiste y se agrava. Por eso la Argentina no sale del ojo de la tormenta. Ahora bien: ¿problemas con el Esequivo, con las salidas al mar, con las fronteras, con el archipiélago de San Andrés, con el uso de los ríos, con la energía, con la biodiversidad, con las presiones de las potencias armadas, con el colonialismo, con la usura internacional? La salud se llama unidad, y uno de los remedios: Atlántico Sur. ¡Out Gran Bretaña! Jopói Hermanarnos para adentro y para afuera es lo mismo. Revertir desde la conciencia el proceso de fundición violenta de unos pueblos, de fragmentación violenta de otros pueblos del Abya yala del sur. Eso es la confederación. Confederal se refiere a la soberanía particular de los pueblos articulados, no al “federalismo” actual. Comunal equivale a cooperación ancestral, ni corporación ni estado; ecológica, por venerar la biodiversidad, no se circunscribe a las “buenas prácticas”; y ancestral como heredera de saberes milenarios de distintos pueblos, lejos de tendencias reaccionarias. La cohesión interna se logra en confederación, y se potencia con los países de la región. Esos saberes cultivan el consenso en vez de la competencia, la armonía con el resto de la naturaleza en vez del saqueo, la serenidad en vez del apuro, la resistencia en vez del atropello, el compartir en vez del ganar, el trabajo colectivo y festivo en vez de la opresión, y ven en el otro no un adversario sino un complemento. Esos saberes nos llaman a la comunicación, a la comprensión, al estar atentos, y su patrimonio mayor es la belleza y complejidad del lenguaje, la veneración de la palabra. La palabra es una fuente de energía que no caduca. Si las comunidades vuelven a la palabra, al diálogo auténtico, a la confianza, el sistema tiembla. Los pueblos ancestrales son comunitarios, son ecológicos y aprecian la relación confederal. Hay allí una fuente de saberes donde abrevar. Bartomeu Meliá llamó a la economía tradicional guaraní de la abundancia la “memoria del futuro”, y su base es el jopói: reciprocidad, manos abiertas mutuamente. En esto de ofrecer, hoy muchos no tienen qué, muchos no saben o no quieren, y demasiados confían en la iniciativa del opresor. Esta nota es posible gracias al aporte de nuestros lectores Sumate a la comunidad El Miércoles mediante un aporte económico mensual para que podamos seguir haciendo periodismo libre, cooperativo, sin condicionantes y autogestivo. Deja tu comentario comentarios
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