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Maria Grande » Mariagrandealdia
Fecha: 27/05/2025 12:33
La inminente final entre Platense y Huracán encendió la memoria en el grupo de WhatsApp de Los Primos. Afloraron recuerdos y anécdotas familiares, de esas que se sacuden entre risas, sobremesas y figuritas viejas. Volvieron Hugo Celso Mastaglia, nuestro abuelo hincha de Huracán, y su hermano, Poroto; fanático de Platense. Y con ellos, la historia de dos figuritas imposibles de un viejo álbum. Gracias al tío Carlitos y Cofriche por los datos. A Pepe por la foto del nono Hugo. Y al Fede por las otras fotos y las sugerencias. Solo es un relato familiar, de esos que mezclan fútbol, afectos, ficción y una nostalgia que no se deja archivar. Aquí lo comparto. _________________________________________________ La figurita difícil ¿Nono, por qué te hiciste de Huracán? -pregunté infinidades de veces. La respuesta era tajante. Siempre la misma. Una justificación cargada de connotaciones deportivas, pero en cinco palabras. “Porque es un cuadro grande”, afirmaba el abuelo, semisentado en su cama, mirando cualquier partido de AFA, con su espalda apoyada sobre una almohada de esas que ya no se fabrican. No comprendo aún por qué no me reveló la historia del álbum en ese entonces. Por qué razón trató de separar su historia de hincha Quemero, de la de su hermano, Poroto, fanático de Platense. Lo cierto es que ambos, Hugo y Poroto, se hicieron Calamar y Quemero, noventa años atrás, por dos figuritas de un álbum. En algún patio soleado de infancia en María Grande, en el barrio detrás de la vía, actual manzana de “lo Barriche”, o en los fugaces recreos de la Escuela Nº 159 (hoy, Escuela Nº 180 de la ciudad) a mediados de los años ’30, donde se jugaba más al fútbol y a la bolilla, estos dos hermanos, Hugo y Poroto Mastaglia, se sentaban a revisar, una y otra vez, las páginas gastadas de un álbum de figuritas. Lo hacían junto a sus amigos: Los Bernardi, Osvaldo Vanni, Clemente Bonetto, Massei, el Pupi Gilli, José y Carlitos Ferri, entre otros. No era un álbum cualquiera: era el mapa de sus sueños, el puente entre un desafío diario y la pasión, entre el fútbol y la vida misma. Pero, como en todo álbum —y en toda existencia humana— siempre había algo que costaba conseguir. A Hugo le faltaba la figurita de Huracán. A Poroto, la de Platense. Y en esa ausencia mínima, casi absurda de dos pedazos de papel, latía el misterio, el enigma de lo que siempre se nos escapa de la vida. El fulgor inasible de lo inconquistable; que finalmente permitió dirimir su futuro como hinchas del fútbol grande. Compartían su amor por el Rojo. Ambos fueron jugadores de CAMG. El nono más seguidor, después de su retiro. El tío Poroto no frecuentaba tanto la cancha. Le gustaba más pescar. Pero, volviendo a su infancia, hay algo que no me quedó claro. Tampoco profundicé demasiado. Y nadie me habló sobre eso. No existió tregua alguna entre ellos que les permitiera alcanzar el objetivo de completar un solo álbum. Nadie se iba a arriesgar a despegar una figurita y pegarla en el álbum del otro. Romper una de las “difíciles” por colaboración familiar no estaba en los planes de ninguno. Pero aunaban fuerzas para encontrar una más. Solo una. En el barrio no había tantos chicos con álbumes de ese tipo. No le daban tanta importancia como estos dos. Por esa razón, el intercambio de figuritas repetidas era casi nulo. Buscaron esas figuras faltantes, con una obstinación de niños que todavía no saben de resignaciones. Encontrarlas representaba el pasaporte para reclamar el premio del álbum completo, una pelota de cuero natural, de 12 gajos rectangulares, con hilo encerado, el sueño inalcanzable para cualquier purrete que la miraba tras la vidriera, con la cara iluminada y con férreas promesas de goles inimaginables y anhelos de tardes futuras de fútbol en la calle. Recorrían a cada rato el kiosco del pueblo, caminaron hasta otras localidades para ver si su suerte cambiaba, suplicaron a vecinos que tenían posibilidades de viajar a la capital, pero nada. Las dos figuritas no aparecieron jamás. El plazo para completarlo se esfumó, como sus esperanzas y encontraron en ese golpe duro que les daba la poca fortuna y la niñez un escape silencioso que solo los hermanos entienden. Decidieron que, si no podían tenerlas en el papel, las tendrían en el corazón. Desde entonces, Hugo se hizo hincha de Huracán. Y Poroto, de Platense. Así, con apenas unos años y una historia sin final, eligieron sus colores para siempre. Pasaron las décadas. Hugo festejó el Metropolitano del ’73 con el mítico equipo de Menotti, y nos habló a mí, mi hermano y mis primos por décadas de Houseman, Brindisi y Carlos Babington. Poroto, en cambio, celebró un 6 a 1 o 6 a 0 a San Lorenzo, perdió la Copa Escobar justo con Huracán después de empatar 0 a 0. Y tengo recuerdos más reales de su andar ya un poco lento, cada fin de semana, con la radio a pilas plateada en el oído, en el bar del Guineo, cerca de la escuela de Mujica. Como un domingo de febrero, cuando el Calamar le hizo cuatro a Boca, en la Bombonera. Cuando Hanuch marcó el tercero, dejó un reemplazo en la cancha de bochas de mítico bar, y ya con el cuarto consumado de Spontón desfilaba con una quinceañera por el escenario rural, con destellos de una felicidad incrédula, como si la alegría llegara disfrazada de milagro. Nadie entendía nada. O casi nadie. Hoy, a más de dos décadas de que ambos partieran, Huracán y Platense jugarán una final. Algo impensado. Algo que ni la más loca hoja del álbum habría anticipado. Y, sin embargo, acá estamos. Y yo, que llevo su sangre y sus recuerdos, no puedo evitar imaginar esa escena en algún rincón. Hugo y Poroto, figuritas difíciles también ellos, mirándose con esa media sonrisa cómplice, como cuando eran chicos. Creo que es la manera en que los que ya no están, vuelvan por un rato. Es ese álbum que no se termina nunca. Y es, también, la certeza de que, en alguna parte, dos hermanos vuelven a encontrarse… en una final.
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