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  • Luciano Lutereau: “Con los adolescentes hicimos todo lo que dicen los manuales y fracasamos, ahora hay que empezar de nuevo”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 27/05/2025 06:46

    “Hicimos todo lo que dicen los manuales y los especialistas y fracasamos. Ahora hay que empezar de nuevo”. Eso, lo del título, dice a Infobae el psicoanalista Luciano Lutereau. Habla del impacto profundo que ha tenido la serie Adolescencia. Más allá de ser un fenómeno audiovisual, la serie funciona como un espejo incómodo para una generación de padres que parece enfrentarse al límite de sus esfuerzos: ni siquiera la mejor crianza garantiza que todo salga bien. Lutereau es autor de obras como Más crianza, menos terapia y Esos raros adolescentes nuevos. Además, su libro digital, Crianza para padres cansados puede descargarse de forma gratuita de Bajalibros. En esta entrevista, Lutereau analiza qué preguntas deja flotando Adolescencia, cómo se transformaron las estructuras familiares en la era tecnológica y por qué el ideal de ser “buenos padres” no siempre basta. -¿Por qué impactó tanto la serie Adolescencia ahora? ¿No eran cosas que ya pasaban? -Los últimos años fueron especialmente intensos para quienes somos padres. Estuvimos muy comprometidos en querer ser “buenos padres”. Hasta que llegó una serie como Adolescencia (así como antes habíamos visto llegar la película Tenemos que hablar de Kevin). El impacto de la serie es mucho más interesante que el análisis de su contenido y detalles. ¿Por qué nos sacudió tanto? Creo que el motivo es que pone en cuestión una idea con la que contábamos, la de que ocuparnos de nuestros hijos era una garantía. La serie nos produjo una herida narcisista; ni con la mejor crianza del mundo a veces alcanza. Mi generación es la de los padres que quiso reparar los efectos de la crianza disciplinaria de nuestros propios padres. Queremos ser padres tiernos y presentes. Si el modelo disciplinario tiene su contracara en el abandono, a nosotros nos pesa el reproche de ausencia. Nuestro riesgo es la sobrepresencia. Y si, así y todo, ¿no es suficiente? En el mundo tecnológico, los padres –aunque nos pese– somos un estímulo más. La familia va dejando de ser la célula elemental de la sociedad. La serie "Adolescencia" nos hizo pensarlo todo de nuevo. (Diseño: Jesús Avilés / Infobae México) -¿Hay algo que, como psicoanalista, venís escuchando sobre el tema? Desde los chicos o desde los padres. -Justamente, vengo escuchando las reestructuraciones de la familia. Podemos tener la foto ideal de mamá, papá y el hijo, sin que haya funcionamiento familiar. Así como podemos tener familias monoparentales, homoparentales, etc., que trasciendan el modelo típico. Ahora bien, pensar las variaciones de las familias nos hizo dejar de pensar que la familia podía dejar de existir. Muchos niños hoy se llevan mejor en vínculos duales, uno a uno, porque la chance de ser tres les resulta intolerable. Así, pueden tener un vínculo con su padre y otro con su madre, sin que eso implique que haya una vincularidad horizontal compartida. Una familia. Tal vez este sea el momento de dejar de pensar en términos de una mejor crianza, en términos de gratificaciones, para prestarle atención a las estructuras vinculares. Los niños son seres vinculares desde su nacimiento; independientemente de sus capacidades, que se desarrollan con el tiempo. Son vinculares, en la medida en que los padres también reconocemos y aceptamos esos vínculos, más allá del que tienen con nosotros. Con los abuelos, con los tíos, con otros... de acuerdo con un horizonte que se amplía con los años. ¿Criamos a nuestros hijos para que vayan más allá de nosotros, sus padres? ¿Cómo enfrentamos los miedos que produce ese “más allá”? “Estamos preocupados por lo que los niños ven en las plataformas, en las redes, el contenido de sus juegos, como si este fuera el mal mayor” -Ante esos miedos, ¿no tenemos nada para darles a los chicos, a los chicos no les sirve lo que tenemos? -Sabemos que los miedos siempre se pueden justificar. Incluso también se pueden realizar, como profecías autocumplidas. Estamos preocupados por lo que los niños ven en las plataformas, en las redes, el contenido de sus juegos, como si este fuera el mal mayor, pero ¿pensamos en la importancia de los vínculos? ¿Estamos atentos al modo en que nuestros hijos se vinculan? No solo con el resto de sus parientes y amigos, sino con otras personas. Mi hijo, por ejemplo, ¿escucha a la maestra? ¿La respeta? ¿Yo le pido que cuide ese vínculo? No me refiero solamente a que sea educado, en el sentido adaptativo del término. Modifico la pregunta y la parafraseo de otro modo: ¿criamos para la vida en sociedad? ¿Somos conscientes de que el narcisismo de ser buenos padres redunda en hijos sobreestimados que no suelen registrar el valor de los vínculos como apoyo personal? -Con ese narcisismo, ¿estamos generando una respuesta adaptativa a un mundo cruel donde la desprotección se impone? Pienso además en la precarización del empleo como norma, los recortes a la salud pública, las complicaciones de la educación pública, la realidad de que un salario no garantiza una vida más o menos holgada. -Esta última idea que propuse es un extremo; no es tan así y habría que matizarla. Quiero hacerlo, además, porque como padre me resulta dolorosa. Tengo la impresión de que estamos pensando la crianza como un rendimiento, como una performance, sin tener en cuenta su sustento comunitario. ¿Criamos para que nuestros hijos sean felices o para que puedan ser parte de un mundo con otros? Aquí nuestro síntoma más significativo es angustiarnos con su angustia, no permitirles angustiarse con nosotros, porque entramos en pánico. Entramos en pánico, sin darnos cuenta de que así les transmitimos la expectativa de que no se angustien y nos tranquilicen. De ser padres ideales, pasamos a ser padres que esperan ser cuidados. En este punto, voy a plantear una inquietud que me resulta importante: ¿estamos pensando cuánto de filiación implica nuestra crianza actual? Si algo alarma en este tiempo es que cada vez hay más niños que no se sabe de quién son hijos –saben quiénes son sus padres, pero no su filiación, porque no saben cómo es la historia familiar, cuáles son sus tradiciones, etc-. Y ante este dato quedamos desamparados. Porque ya no alcanza con decir, ¿dónde estaban los padres de ese niño? Porque quizá no estaban ausentes. Al contrario, quizá trabajaban duro y hasta hacían lo imposible para estar presenten, pero con eso no alcanza. Tal vez “objetivamente” son grandes padres, pero los efectos de su transmisión sean nulos. La crisis del modelo gratificatorio está en que piensa a los niños desde lo que reciben, mucho menos de lo que pueden dar en el vínculo. A esto se suma lo que planteás, respecto de que el mundo tiende a una precarización de los recursos, como también de los roles simbólicos y, por lo tanto, de las identidades. ¿Qué alcance tiene criar a un hijo para que sea un ciudadano? Porque era la idea de Estado Nación la que también era un suplemento a la crianza familiar. De lo contrario, la educación no es más que un servicio y los hijos son clientes o consumidores. El psicoanalist Luciano Lutereau. (Gustavo Gavotti) -¿Por qué se extendió la adolescencia y llega a la edad de la crianza? -La expectativa infantil más básica es contar con alguien que proteja, un padre o madre que pueda cuidar de todo. De ahí que el primer lazo del niño con el adulto establezca la omnipotencia de este último. El primer golpe contra esta expectativa, si no lo produce la realidad, lo ejecuta la fantasía de ser hijo de otros padres o la comparación con los padres de otros niños que “parecen” mejores. Visto de afuera, todo es mejor. Por eso a muchos padres nos cuesta frustrar, para no perder el privilegio benefactor. El segundo golpe, propio de la adolescencia, lo realiza descubrir la adultez de los padres, es decir, que pueden proteger de muchas cosas, pero de otras no; así la expectativa de omnipotencia muestra ser un ideal cuya otra cara es la desilusión: los desengañados de los padres no hacen más que mostrar cuánto esperaban de ellos y que, si no son omnipotentes, entonces, son impotentes, es decir, no pueden dar nada. Por último, el tercer golpe a la omnipotencia no solo se da cuando se puede aceptar lo que pudieron dar (que aunque limitado siempre es mucho) sino cuando se advierte que hay ciertas cosas que, mejor, no conviene pedirles. Y cuando se advierte que hay cosas que no conviene pedirles, y se puede recibir con la forma de la deuda, entonces se puede, también, dar algo a los padres desde una posición que no es infantil. Adolescencia, una etapa que puede ser difícil de comprender. (Imagen Ilustrativa Infobae) Este último paso es el que hoy está fuertemente debilitado. Por dos motivos: porque la infancia se extendió, a una edad en la que ya no es posible criar a un hijo. Dicho de otro modo, no hay crianza posible en la edad de la adolescencia. El segundo motivo es que la crisis intergeneracional ya no tiene la forma de un conflicto, sino de desautorización. Ya no se trata de que los padres no entienden nada (como decíamos los jóvenes en mi época), sino que no saben nada. En este contexto es difícil pensar en transiciones adolescentes que no lleven a la ruptura, antes que a la reconciliación generacional. Por supuesto que esto no es generalizable y tendría que ser analizado más finamente, pero las apuestas on line, los desafíos virales, la delusión identitaria, no son síntomas pasajeros o modas, sino una reconfiguración por distintas vías del modo de estar en el mundo. Por lo tanto, para concluir, más que pensar recetas o modos óptimos de crianza, más bien es momento de reformular la idea de crianza en sí misma. Con los adolescentes hicimos todo lo que dicen los manuales y los especialistas y fracasamos. Ahora hay que empezar de nuevo.

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