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Colon » El Entre Rios
Fecha: 25/05/2025 08:30
Una encuesta de la consultora TresPuntoZero y la agencia La Sastrería, reproducida en el diario La Nación, revela que sólo la mitad de los argentinos tiene “mucha o bastante confianza” en el sistema electoral, y que también la mitad piensa que es probable que haya fraude electoral. Esta desconfianza podría ser la excusa de la que se vale la genta para no cumplir con el voto obligatorio, y el trasfondo del desinterés de los argentinos por las elecciones. Por un lado, nuestro voto podría ser manipulado; por el otro, gane quien gane, las cosas no serán diferentes para nosotros. Los únicos que mejorarán su calidad de vida son los políticos ganadores. En las seis elecciones que llevamos en 2025, apenas votó 57% del padrón. Es llamativo para un país en el que concurrir a las urnas es obligatorio, y en el que no son pocos los políticos que mencionan a la dictadura como un riesgo real. En Santa Fe fue a votar el 55% del padrón, en Jujuy el 64%, en Salta el 59%, en Chaco el 52%, en San Luis el 60% en la Ciudad de Buenos Aires el 53%. Quizás, haber separado los comicios locales de los nacionales del 26 de octubre, haya desestimulado a los votantes. Tener que ir dos veces en un año a las urnas por una elección de medio término parece exagerado: un capricho de la política, no una necesidad popular ni un premio para la gente. No hacer algo obligatorio parece más la reacción racional de una sociedad sobre adaptada al sistema con el que les toca en (poca) suerte sobrevivir a diario que un acto de rebeldía antisistema. Si no esperamos que votar cambie nuestra fortuna, sino sólo la de los políticos, ¿para qué perder un domingo? El derecho a votar muta en una incómoda obligación en la somos apenas parte de una pantomima mediante la cual la política se distribuye porotos, sin efecto alguno sobre nosotros. Si lo más probable es que nada cambie demasiado, parece racional no votar y reservarse el derecho a quejarse. Pensar que las elecciones son fraudulentas, o violar la ley al no ir a votar, son formas de manifestar desesperanza. Que gane uno u otro podrá resultar en decisiones que nos sean beneficiosas o perjudiciales, pero más por casualidad que por el real deseo de beneficiarnos o perjudicarnos. El verdadero motivo es que esas decisiones traen aparejado un rédito político para quien las toma. En su discurso inaugural del 10 de diciembre de 2023, el presidente Milei decía que: “Nuestro proyecto no es un proyecto de poder, nuestro proyecto es un proyecto de país; (…) no vamos a tolerar que la hipocresía, la deshonestidad, o la ambición de poder interfieran con el cambio que los argentinos elegimos.” Pero el tiempo pasa, y los intereses también. Un año y medio después, vuelven los ataques a periodistas, las campañas bajo el eslogan de “nosotros o el kirchnerismo”, o el escabroso caso de la criptomoneda $LIBRA: la ambición no es exclusiva de una facción, sino que es un imán poderoso para todos los que alcanzan el poder. En algún momento, hacer cosas que hace la casta convierte a quien las hace también en casta. Fuente: El Entre Ríos
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