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Crespo » Paralelo 32
Fecha: 24/05/2025 11:15
La obra maestra de George Orwell, "1984", nos presenta un mundo distópico donde el Estado controla cada aspecto de la vida de las personas. Uno de los elementos más perturbadores y memorables del libro es el ritual de los "Dos minutos de odio", que consiste en una sesión diaria en la que los ciudadanos, frente a una pantalla, descargan su furia sobre quienes el poder señala como “enemigos del Pueblo”. La intención de la singular práctica no es solo canalizar el odio colectivo, sino reforzar la lealtad al partido gobernante y, sobre todo, mantener un enemigo constante que justifique la opresión interna y distraiga la atención de los problemas reales que atraviesan los ciudadanos. La ficción de Orwell presenta una alarmante similitud con la preocupante dinámica de la que somos testigos en Argentina bajo la figura del presidente Javier Milei. En varias declaraciones públicas, Milei ha arremetido contra los periodistas (particularmente aquellos que no le demuestran una tan incondicional como patética obsecuencia), calificándolos de "mercenarios" y "corruptos" -entre los epítetos más suaves-, incitando al odio hacia quienes ejercen la profesión de informar. Estas declaraciones no solo buscan desacreditar a los medios de comunicación, sino que también promueven una atmósfera de hostilidad y desconfianza hacia la prensa. Como en los "Dos minutos de odio", se trata de manipular las emociones de la población para consolidar el poder. Al igual que en la novela de Orwell, donde el odio hacia un inventado “enemigo del pueblo” refuerza la unidad en torno al Gran Hermano, en la Argentina de Milei, el desprecio hacia los periodistas pretende apuntar el malestar social hacia un nuevo enemigo, desviar la mirada de las dificultades que a diario deben soportar los ciudadanos y consolidar su figura como líder indiscutido e indiscutible. El peligro de estas prácticas es evidente, incluso cuando pueda uno encontrar algunas actitudes reprochables en el ejercicio periodístico. Pero la demonización de la prensa no solo atenta contra la libertad de expresión, sino que también erosiona uno de los pilares fundamentales de cualquier democracia: el derecho del pueblo a estar informado. Sin una prensa libre e independiente, los ciudadanos quedan a merced de la propaganda y la desinformación, perdiendo la capacidad de tomar decisiones informadas sobre su presente y su futuro. Es vital recordar que la prensa cumple un rol esencial en la vigilancia del poder. Los periodistas, con su trabajo de investigación y denuncia, actúan como un contrapeso necesario frente a los excesos y abusos de los gobernantes. Atacar a la prensa es, en última instancia, atacar a la democracia misma. La incitación al odio hacia los periodistas que promueve el Presidente de la Nación no es solo una táctica política peligrosa, sino también perjudicial incluso para quienes la alientan desde distintos sectores. El ejercicio libre de la prensa es fundamental para la calidad democrática de los países. Sin una prensa libre, no hay democracia; sin democracia, no hay libertad. Es imperativo defender y proteger a los periodistas que se enfrentan al poder para que la verdad prevalezca y la democracia florezca.
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