Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Stéphane Babonneau, el abogado que acompañó a Gisèle Pelicot a los confines del infierno: “Por momentos costaba respirar”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 24/05/2025 06:39

    Stéphane Babonneau, abogado penalista con base en París, y Gisèle Pelicot (REUTERS/Alexandre Dimou) Stéphane Babonneau, abogado penalista con base en París, está acostumbrado a cuerpos heridos, a relatos rotos. Pero nunca, dice, había defendido algo así. Nunca una historia tan improbable, tan insoportable. Nunca una mujer como Gisèle Pelicot. Cuando comenzaron los trabajos en la sala de audiencias de Aviñón, nadie sabía bien cómo se vería aquello. 51 acusados, más de 40 abogados defensores, custodios, periodistas, fiscales, el público, la víctima. El presupuesto estatal no alcanzaba para alquilar un recinto más grande, así que la Corte fue modificada. El banco de los acusados quedó a un metro del de Gisèle. Durante los primeros días, recuerda Babonneau, era difícil respirar. El 21 de mayo, Babonneau participó de una videoconferencia organizada por la Red Mujeres para la Justicia y la Embajada de Francia en Argentina. En esa conversación, en la que estuvo Infobae, compartió el trayecto que lo unió, profesional y emocionalmente, a la mujer que se convirtió, sin buscarlo, en símbolo global de lucha contra la violencia sexual. Gisèle Pelicot aparece casi siempre igual en las imágenes que circularon durante el juicio por las violaciones de Mazan -una de las causas más estremecedoras en la historia judicial francesa-: caminando rápido, rodeada de cámaras, los hombros rectos, los ojos ocultos detrás de unos anteojos de sol. Pero hubo un día, varias semanas después del inicio del juicio, en el que se los quitó. “Tenía esos lentes para esconder sus ojos… para proteger su intimidad”, recordó Babonneau, que la acompañó durante dos años. “Pero llegó un momento en el que sintió que ya no necesitaba protegerse”. “Lo importante para nosotros era que Gisèle pudiera ser escuchada. Si lograba asistir a dos semanas del juicio, ya sería una victoria”, dijo. Terminó asistiendo todos los días. Una persona sostiene una pancarta con la imagen de Gisèle Pelicot y la leyenda "harta de las violaciones", mientras asiste a una manifestación contra el feminicidio, la violencia sexual y toda violencia de género para conmemorar el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en París, Francia, el 23 de noviembre de 2024 (REUTERS/Abdul Saboor) Pelicot tenía una vida completamente ajena a la exposición. No existían fotos suyas en redes sociales ni registros mediáticos previos a septiembre de 2024. “Vivió toda su vida sin cruzar un solo periodista”, contó Babonneau. Había pasado cuatro décadas con su marido, Dominique Pelicot, sin saber que durante diez años él la había drogado sistemáticamente para permitir que decenas de hombres —51 acusados, más una veintena nunca identificada— la violaran en su casa. Lo descubrió cuando la policía revisó los discos duros de su esposo. “Su mundo desapareció en un segundo”, dijo el abogado. “Nunca habíamos tenido en Francia un juicio con 50 acusados y una sola víctima. Eso era algo sin precedentes”, explicó. La comparación más cercana fue con procesos por terrorismo. Los videos —grabaciones hechas por el propio Dominique— fueron la clave probatoria del juicio. Gisèle sólo vio uno, seis meses antes del juicio. “No sabía si quería verlos. No sabía si asistiría. No sabía si permitiría que el juicio fuera público. Todo eso lo fue decidiendo con el tiempo”, dijo Stéphane. “El caso ya se comentaba, pero pensamos que la atención mediática duraría unos días. Nunca imaginamos esto”, confesó Babonneau. Los medios internacionales cubrieron cada etapa. Gisèle solo habló dos veces: “Una intervención de 30 segundos para agradecer a quienes marcharon tras la primera semana del juicio, y otra de 25 segundos al final”, precisó su abogado. “Nos decían que no era posible, que en cuatro meses sólo hablara un minuto. Pero era un juicio, no un espectáculo”. Pero en las calles, frente al tribunal, en marchas y en redes las pancartas y las consignas hablaban por ella: “Nous sommes tous Gisèle” o “Merci Gisèle”. Las cartas también: miles, llegadas de Australia, Irak, Argentina, Francia... De mujeres, adolescentes, varones. De sobrevivientes. La decisión más radical fue permitir que el juicio fuera público, incluidos los videos de las violaciones. Al principio, “se moría de vergüenza. Pero un día, después de ver un video, nos dijo: ‘No entiendo por qué me tiene que dar vergüenza a mí. Ellos deberían tenerla‘”. Ahí cambió todo. Exigir la publicidad del juicio fue una forma de disputar la narrativa, de evitar que los acusados controlaran el relato. “El juicio fue público porque ella lo quiso. En Francia, la víctima puede decidirlo. Y esa decisión, pensada hace 40 años para exponer la gravedad de la violación, encontró en Gisèle su pleno sentido”. Cuando el presidente del tribunal quiso prohibir la difusión de los videos por considerarlos “indignos”, Babonneau intervino, a petición de su clienta. “Lo que es indigno no es el video. Es la violación. Y no vamos a ocultarla”. La relación entre Babonneau y Gisèle no fue inmediata. Cuando ella lo eligió, ya había pasado por otra abogada (REUTERS/Alexandre Dimou) En las mismas imágenes que circularon de Pelicot, también se lo ve a Babonneau. Su rostro muchas veces está ensombrecido por estar de perfil o por estar fuera de foco. Es que no era el objetivo del lente. Pero allí está, caminando a su lado, conversando. Una coreografía mínima: salir juntos del auditorio, sostener la marcha, ignorar a los fotógrafos. A veces, incluso, sonreír. La relación entre Babonneau y Gisèle no fue inmediata. Cuando ella lo eligió, ya había pasado por otra abogada. “Hablamos mucho. Lo importante era darle el nivel justo de información en cada momento, dependiendo de su estado psicológico. Ni sobreinformar ni dejarla en la oscuridad”, explicó. La conoció cuando ya había empezado a reconstruir algo parecido a una vida. Con su colega Antoine Camus y un equipo voluntario de jóvenes abogados, prepararon la defensa. Lo hicieron con precisión, humanidad y determinación. Y con la convicción de que no se trataba sólo de ganar un caso: “Este juicio fue un punto de inflexión. Como el de 1978 que permitió que las víctimas decidieran si sus procesos serían públicos o no. Dentro de 30 años tal vez haya otro. Y veremos cuánto hemos cambiado desde 2024”. El caso Pelicot ya hizo historia, pero Gisèle nunca quiso convertirse en símbolo. “No quiere que piensen que es una heroína. Quiere que sepan que es humana”, repite Babonneau. Gisèle se mudó de aquella casa que era un infierno insospechado. Vive en reserva, pero recientemente fue víctima de paparazzi que la fotografiaron en su nuevo hogar, por lo que iniciaron una demanda contra Paris Match, “un medio que está acostumbrado a hacer cosas de este tipo”. Ahora está escribiendo un libro con la ayuda de una periodista. Lo hace para responder, de algún modo, a las miles de cartas que sigue recibiendo. Stephane Babonneau (REUTERS/Manon Cruz) Hace poco viajó a Brasil por primera vez en su vida; nunca había estado en Sudamérica. Se emocionó cuando la gente la reconocía por la calle. “Todo esto no lo hago por mí. Mi vida ya está en el pasado -dice ella-. “Lo hago para que la próxima generación no pase por esto”. El abogado cuenta que Gisèle le dijo que ella era una afortunada. Y ante la mirada incrédula de su abogado, insistió: tuvo suerte porque había pruebas. Porque los videos existían. Porque alguien los encontró. Porque recibió afecto, respaldo, cartas, abrazos, gestos. Porque —a diferencia de tantas otras— no estuvo sola. Esa frase fue también una incomodidad. Porque nombraba algo que no debería necesitarse: suerte para que exista justicia. Gisèle sabía que su caso era excepcional no por la brutalidad, sino porque podía probarse. Las otras, las que no tienen discos duros ni imágenes ni testigos, quedan en la sombra. Y esa sombra, dijo Babonneau, es lo que más se repite en su trabajo: mujeres que no pueden demostrar, que no pueden nombrar, que no pueden ser creídas. Fue entonces cuando empezó a preguntarse si la ley, tal como estaba escrita, alcanzaba. Una persona sostiene una pancarta mientras asiste a una manifestación para protestar contra el feminicidio, la violencia sexual y toda violencia de género, y en apoyo a Gisèle Pelicot, frente al juzgado de Aviñón, Francia, el 23 de noviembre de 2024. La pancarta dice: "Gracias, Gisele" (REUTERS/Manon Cruz) Durante años, Stéphane Babonneau creyó que no hacía falta ahondar en el significado de la palabra “consentimiento”. No figuraba en la definición legal de violación en Francia, y sin embargo —decía— los jueces sabían interpretarla. Los abogados, también. “No cambia nada en la práctica judicial”, pensaba. Pero el juicio a los violadores de Gisèle lo hizo cambiar de idea. No porque la ley fuera mal aplicada, sino porque la gente común no podía entenderla. “La ley no es sólo para juristas. Es también un texto que los ciudadanos deben comprender”. En la Asamblea Nacional y en el Senado, donde fue invitado a hablar durante el debate legislativo, Babonneau sostuvo que la justicia no puede aislarse del lenguaje de la calle. Que si una mujer no puede mirar el código penal y entender que lo que le pasó fue una violación, entonces ese código debe ser modificado. “Cambiar la ley no cambia a la sociedad —dijo—. Pero ayuda a que la sociedad quiera cambiar”.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por