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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 24/05/2025 02:44
El Capitán Kidd tuvo patente de corso Algunas crónicas de la época cuentan que había una multitud reunida en Wapping Old Stairs, en la orilla norte del Támesis, la mañana del 23 de mayo de 1701 para presenciar el ajusticiamiento del capitán William Kidd, encontrado culpable por el Parlamento de los cargos de asesinato y piratería. Hay relatos que agregan que el hombre estaba borracho como una cuba –para usar una expresión de esos tiempos– y que mientras lo llevaban tambaleante hacia el cadalso repartía insultos a diestra y siniestra. No se sabe si estos últimos detalles son historia o leyenda, pero no hay dudas de lo que sucedió después: Kidd colgó apenas unos segundos con el cuello aprisionado por la horca y la soga se rompió, lo que lo hizo caer como una piedra sobre el barro, todavía vivito y coleando. Hubo que levantarlo, subirlo de nuevo para ahorcarlo por segunda vez, la definitiva. El espectáculo no terminó ahí y lo que siguió fue todavía más escabroso. Corrían años de castigos ejemplificadores, donde los cuerpos de los criminales más notorios quedaban expuestos al público, una política que, se creía, servía para disuadir que se cometieran delitos. Por eso, los verdugos untaron el cadáver y lo metieron en una jaula colgante para que se pudriera junto al Támesis como advertencia para otros piratas. No hay registros de cuánto tiempo permaneció ahí, para alimento de pájaros y gusanos. Pero si la ejecución pública se realizó a la luz del día, la trama que llevó a su ejecución se jugó en las sombras, en un juicio manipulado desde el primer momento por el poder, donde el almirantazgo, el gobierno y los inversores que habían financiado sus viajes conspiraron unidos para ocultar documentos que le habían dado patente de corso y otros que probaban la bandera francesa –nación enemiga de Gran Bretaña durante la Guerra de los 9 años– de las naves que había atacado. El cadáver de Kidd quedó en exhibición varios días luego de la ejecución Aunque sobre el capitán pesaba también la acusación de haber matado a uno de sus artilleros, algo considerado un delito grave, de salir a la luz esos papeles habrían abierto por lo menos el debate sobre la verdadera situación legal de Kidd, porque actuar como corsario al servicio de un gobierno era algo muy diferente a ser pirata que atacaba, abordaba y saqueaba barcos en su propio y exclusivo beneficio. De la tierra al mar Poco se conoce de los orígenes y los primeros años de William Kidd. Se sabe que nació en Dundee, Escocia, algún día de 1655, pero las versiones sobre su familia difieren. Hay quienes sostienen que era hijo de un marino, el capitán John Kidd, muerto en altamar cuando él era niño y que, por razones que no se conocen –quizás algún servicio a la comunidad del marino fallecido-, su madre y él fueron ayudados financieramente por la sociedad local. Otros, en cambio, lo hacen hijo de un rígido pastor presbiteriano y que, apenas tuvo edad suficiente, William dejó su familia para hacerse a la mar. Los primeros registros comprobables de su vida datan de 1689 y lo ubican en un barco inglés que navegaba en el Caribe cuya tripulación se amotinó y lo eligió capitán. Bajo su mando, el navío –rebautizado “Blessed William” (William el bendecido)- puso proa hacia la Isla Nieves, por entonces una colonia inglesa, donde quedó bajo las órdenes del gobernador para proteger el lugar de los ataques franceses. Como no podía pagar sus servicios, el gobierno de la isla le dio patente de corso, autorizándolo a quedarse con el botín completo de todos los barcos de bandera enemiga. Había estallado la Guerra de los 9 años, que enfrentó a Francia con otras potencias europeas y que tuvo también como escenario el norte del continente americano, donde franceses y británicos se enfrentaron por el dominio de las colonias. Su acción más destacada de esos tiempos fue el ataque a la isla de Mariegalante, un dominio francés, pero en general la actividad no resultaba muy rentable, porque había pocos navíos enemigos para abordar y saquear. Eso provocó una división entre la tripulación del barco y su segundo, Robert Culliford, aprovechó que Kidd habían bajado a tierra en isla de Antigua con unos pocos hombres, para apoderarse de la del “Blessed William”. Con el barco en sus manos, el nuevo capitán se dedicó a la piratería, atacando navíos británicos y franceses sin hacer distinciones. La pintura muestra al Capitán Kidd en el puerto de Nueva York Varado en tierra, Kidd no tardó en conseguir el mando de otro barco para perseguir a Culliford, pero no lo encontró. Se dirigió entonces a Nueva York, donde conoció a Sarah Oort, una viuda rica con quien tuvo dos hijas. Asentado en Manhattan, se dedicó al comercio hasta que –quizás cansado de esa vida tranquila o porque las cosas no iban bien con su esposa– decidió volver al mar, pero con un plan mucho más ambicioso. Corsario del rey Corría 1696 cuando, con un nuevo barco, el “Antigua”, zarpó hacia Londres para encontrar el respaldo del rey Guillermo III y obtener una nueva patente de corso que le permitiera actuar en todos los mares. Para tal cometido, se asoció al empresario americano Robert Livingston y con Richard Coote, conde de Belmont, un miembro del Parlamento inglés que acababa de ser nombrado gobernador de Nueva York y Massachussetts por el monarca. Kidd y sus socios se pusieron en contacto con un grupo de inversores de Londres que, desde el anonimato, aceptó financiar ataques a los barcos franceses. Entre ellos había oficiales del almirantazgo, miembros de la judicatura y hasta parlamentarios, que aportaron el dinero a cambio de un gran porcentaje de los botines. Todo el acuerdo se realizó en secreto, pero para legalizar las acciones de Kidd, consiguieron que se le otorgara una patente de corso firmada por el rey, que se quedaría con el diez por ciento de los beneficios de la empresa. Los inversores le dieron el mando del “Adventure Galley”, un barco de 287 toneladas y tres mástiles, capaz de perseguir incluso a naves muy rápidas gracias a una combinación de velas de aparejo cuadrado, vela latina y 46 hileras de remos. Tenía una tripulación de 150 hombres y un poder de fuego envidiable, con 34 vigorosos cañones. Zarpó con tres comisiones: patente de corso para atacar barcos franceses, atacar a cuanto barco pirata se le cruzara en el camino y quedarse con el botín para repartirlo entre los inversores -incluido en rey Guillermo– sin pasar por ningún juzgado ni “blanquear” lo obtenido. El único problema para Kidd era que, en el acuerdo, le correspondía una mínima porción de los botines, lo que no tardaría en traerle problemas con la tripulación. Se dirigió primero a Nueva York, donde se le presentó un inconveniente que sería decisivo en alta mar. Al llegar a puerto, perdió la mitad de su tripulación en las levas, el método de reclutamiento agresivo y obligatorio de la Armada real que necesitaba hombres para pelear con los franceses. Debió reemplazar a esos marinos con lo que encontró a mano: un variopinto grupo de aventureros, ladrones y asesinos que serían muy difíciles de disciplinar. En septiembre de 1696, Kidd volvió a cruzar el Atlántico puso rumbo al sur, donde circunnavegó el cabo de Buena Esperanza en Sudáfrica para llegar al océano Índico, donde esperaba encontrar piratas. No tuvo suerte, parecía que se habían esfumado. Para mediados de 1697, además, había perdido bastante cantidad de hombres por un brote de cólera y debió reemplazarlos por otros, incluso algunos esclavos que compró en Madagascar y en la isla Johanna. Pirata por necesidad Presionado por la tripulación, que no veía ningún beneficio en la aventura, Kidd comenzó a atacar barcos mercantes de cualquier nacionalidad y se apoderó de naves holandesas, portuguesas e incluso británicas, sobre todo las flotas de esa última bandera –la suya– que llevaban peregrinos de la India a la Meca. Evitaba enfrentarse con barcos bien armados y prefería abordar buques más chicos y con pocas defensas. Un retrato del Capitán Kidd Durante agosto y septiembre navegó por las costas occidentales de India, atacó a un mercante inglés y luego desembarcó en las islas Laquedivas, donde además de robar, los integrantes de su tripulación mataron a hombres indefensos y violaron a las mujeres. Para entonces, el capitán William Kidd, en quien se había confiado por ser buen marino y hombre de palabra, se había convertido en un pirata desalmado. Un marino indio lo definió así: “(Era) un hombre muy lujurioso, que se peleaba con sus hombres en cualquier ocasión, que a menudo pedía sus pistolas y amenazaba con volarle los sesos a cualquiera que se atreviera a decir algo contrario a lo que él pensaba, de manera que lo temían”. En una de esas reyertas con su tripulación, sospechando el inicio de un posible motín, el 30 de octubre de 1697 mató a golpes con un balde de madera a uno de sus artilleros, un hombre llamado William Moore, que le cuestionó una orden que había dado. Después de ese episodio, logró mantener el mando del barco, y en noviembre capturó el “Rouparelle”, un barco holandés con bandera y pasaporte franceses. Dejó parte de su tripulación en el “Adventure Galley” y se puso al mando del barco atrapado, al que renombró “November”. En los meses siguientes, capturó varias embarcaciones pequeñas, que le dieron botines poco satisfactorios. Necesitaba atacar un barco grande que le permitiera hacerse de tesoros que calmaran a su tripulación. La captura del “Quedah Merchant” La oportunidad se le presentó el 30 de enero de 1698 frente a las costas de Cochin, cuando consiguió el mayor botín de toda su vida sin saber que también, en ese momento, se iniciaba el camino hacia su perdición. El “Quedha Merchant” era una nave de 400 toneladas que estaba navegando para el gobierno indio pero llevaba un pase de la Compañía de las Indias Orientales francesa. El botín fue enorme: un gran cargamento de seda, percal, azúcar, hierro y opio que se vendió después por 10.000 libras esterlinas (el equivalente a dos millones y medio de dólares de hoy) y el barco mismo, al que rebautizó con el significativo nombre de “Adventure prize” (Premio de la aventura). Lo que Kidd no sabía cuando atacó es que la Guerra de los 9 años había terminado unos meses antes, por lo que su ataque al “Quedah Merchant” no podía ser calificado como una acción corsaria en favor del gobierno inglés –y, por lo tanto, legal– sino una acción de piratería. Además, el barco capturado estaba capitaneado por un inglés y el cargamento perteneció al noble indio Makhlis Khan, miembro de la corte mogol, que comenzó a presionar a la Compañía de las Indias Orientales británica para que cubriera sus pérdidas. Todo esto derivó en un conflicto diplomático. Ignorante del problema que había causado, Kidd continuó su raid atacando a un barco portugués e intentando abordar dos navíos de la Compañía de las Indias Orientales. Y para peor, se encontró en la isla de Saint Mary con su antiguo lugarteniente del “Blessed William”, Robert Culliford –el mismo que le había robado en barco-, y en lugar de capturarlo por su condición de pirata, se puso a sus órdenes. También en Saint Mary, Kidd hundió el “Adventure Galley”, cuyas mangas se habían podrido. Una ilustración muestra al Capitán Kidd enterrando su tesoro Estaba allí cuando supo que el gobierno británico había decretado un perdón general para los piratas y entonces decidió regresar a Nueva York para visitar a su mujer y sus hijas. Cruzó el Atlántico en abril de 1699 y allí se enteró se enteró de que, a pesar de ese perdón general, todos los gobernadores coloniales británicos habían recibido la orden de arrestarlo por el ataque contra el “Quedah Merchant”. El botín, el arresto y la horca Corrió por entonces una versión que afirmaba que, antes de emprender el regreso, el capitán Kidd había enterrado gran parte de su botín, incluidos varios lingotes de plata, en Madagascar. Ese rumor –convertido en leyenda– permanecería vivo durante siglos. Lo que se sabe con certeza es que, para volver al continente americano, compró una balandra en la isla La Española, la “San Antonio”, y que antes de presentarse a las autoridades, enterró otra parte de su botín en Long Island y en Gardiners Island. Volvió confiado en que, a pesar de la orden de detención, tendría el apoyo de su antiguo socio, el gobernador Richard Coote. Se equivocaba porque Coote, en respuesta a una petición de los patrocinadores de Kidd en Londres de tratarlo como un pirata, lo detuvo en arrestó julio de 1699, y en abril de 1700 lo envió a Inglaterra para que fuera juzgado. Antes de embarcarlo, lo obligó a que revelara la ubicación de los tesoros que había ocultado y se quedó con ellos. De esa manera, el gobernador no solo “limpió” su nombre de su antigua asociación con Kidd sino que se quedó con parte de los tesoros. Al llegar a Londres, fue encarcelado en la prisión de Newcastle a la espera del juicio. Desde allí le envío varias cartas al rey Guillermo III, que nunca le contestó. En marzo de 1701 lo llevaron en dos ocasiones para que declarara y la oposición al gobierno intentó que revelara los nombres de los patrocinadores secretos de sus andanzas. No dio nombres y volvió a defender su inocencia: aseguró que muerte del artillero Moore había sido un accidente y, en cuanto a los actos de piratería, dijo que su tripulación lo obligó a realizar los abordajes a barcos pequeños y que los dos barcos grandes que atacó se debieron a que llevaban bandera francesa. No le sirvió de nada: lo declararon culpable y lo condenaron a morir en la horca el 23 de mayo de ese año en una ejecución pública. La leyenda y el tesoro Si se hace un repaso de sus éxitos como corsario y pirata, el récord del capitán William Kidd resulta bastante pobre frente a los de, por ejemplo, Barba Negra, Sir Henry Morgan o Charles Vane. Aun así, con el correr de los años su figura alcanzó la estatura de una leyenda, a la que contribuyeron historias de dudosa o ninguna credibilidad y el mito del botín escondido en Madagascar, que se convirtió en una obsesión para muchos buscadores de tesoros. El lingote de plata hallado de 2015 En 1883, Robert Louis Stevenson se inspiró en Kidd al escribir su novela más popular, “La isla del Tesoro” y el cine lo terminó de inmortalizar con el rostro de Charles Laughton, que lo encarnó en la película “Capitan Kidd”, estrenada en 1945. En cuanto al supuesto tesoro escondido, en 2015, en Madagascar, un equipo de buzos encontró un lingote de plata de unos 50 kilos que se cree que formaba parte de él. En declaraciones a la BBC, el explorador submarino Barry Clifford, que encabezó la expedición, dijo entonces que el tesoro era auténtico y que seguramente iban a encontrar más barras de plata en futuras expediciones. “Hay más ahí. Sé que el fondo de la cavidad donde encontré la barra de plata está llena de metal. Es muy turbio allá abajo como para verlo, pero mi detector dice que hay metal en todas partes”, aseguró. Pese a su optimismo, diez años más tarde aquel lingote plateado sigue siendo la única pieza recuperada del legendario botín del capitán William Kidd, el único pirata de la historia que debió ser ahorcado dos veces.
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