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» Diario Cordoba
Fecha: 21/05/2025 11:47
«Nada grande se ha hecho sin entusiasmo», escribió Emerson; y, sin embargo, el centro-derecha español, otrora baluarte de una esperanza sin estridencias, ha devenido una entelequia mustia, desangelada, sin otro impulso que el sondeo ni otra brújula que la consigna acuñada en los laboratorios de la respetabilidad. ¿Qué queda hoy de aquella fuerza política que, sin aspavientos, supo aglutinar mayorías absolutas con la sola promesa de preservar el sentido común frente a los vendavales ideológicos? Apenas un simulacro de convicción, un murmullo táctico que se avergüenza de sus propias raíces. Podría decirse, parafraseando a Donoso Cortés, que lo que no se defiende con ardor acaba rindiéndose con sonrisas. La centroderecha ha dejado de ilusionar no porque sus principios hayan caducado, sino porque ha dejado de creer en ellos. Su discurso, antaño nutrido por la tradición, la libertad responsable, el mérito, la familia y la patria, se ha vuelto una paleta de eufemismos, barnizada con retórica anodina para no ofender a quienes jamás la votarían. Ya no combate las mentiras del adversario: las administra con buena educación. En otros tiempos, esta derecha era refugio de quienes deseaban vivir sin que el Estado se entrometiera en sus conciencias ni en sus costumbres; hoy, presa de un complejo de inferioridad moral, intenta congraciarse con las modas ideológicas, como si la política consistiera en agradar al adversario en lugar de representar a los propios. Se ha vuelto una fuerza amnésica, que teme pronunciar la palabra España, y tartamudea al hablar de soberanía o de verdad. El resultado es un votante huérfano, que contempla con desencanto cómo sus supuestos representantes prefieren mendigar titulares elogiosos en editoriales hostiles antes que arriesgarse a una impopularidad fecunda. Ya lo advirtió Bernanos: «La tibieza es la antesala de la traición». Una derecha que no emociona es una derecha condenada a la irrelevancia. Y no por carecer de electores -que aún los tiene-, sino por haber extraviado el alma. La política sin alma es mera contabilidad de la nada: gestiona, sí, pero no conduce; sobrevive, pero no sueña. Y los pueblos, incluso los más prudentes, necesitan soñar. Tal vez sea hora de recordar que las grandes empresas históricas no nacen del cálculo, sino del sacrificio. Que la verdadera política es pedagogía del alma, no liturgia del algoritmo. Y que la esperanza, para ser fecunda, no puede disfrazarse de neutralidad ni de corrección, sino que debe encarnarse con el fuego -a veces incómodo, siempre necesario- de la verdad dicha sin temor. Hasta que no se entienda esto, el centro-derecha no volverá a ganar: porque los pueblos, aunque no lo digan, intuyen quién cree y quién simula. Y solo siguen al que se atreve a morir por una idea, no al que pide perdón por tenerla. Porque un ideal que no estremece es un cadáver; y un partido que no estremece es una oficina electoral con luces apagadas. Y en esa penumbra, donde el alma ya no arde, solo prospera el cinismo, antesala de la nada. *Mediador y escritor
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