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» La Capital
Fecha: 19/05/2025 21:23
Salir a la aventura con la casa a cuestas es una decisión con la que muchos sueñan. Hacerlo sobre un vehículo antiguo le suma un condimento extra a la historia Mecha es el nombre que Juan Ignacio y Ayelén le pusieron al utilitario con el que sueñan llegar a México. Los Zapp partieron en el 2000 abordo de un auto de 1928 con la intención de llegar hasta Alaska. Regresaron en 2022 con cuatro hijos y habiendo recorrido más de 100 países. “Dicen que viajando se fortalece el corazón...”, quizás la frase de esa canción de Litto Nebbia “Sólo se trata de vivir” sea una buena síntesis de lo que sienten muchas personas en todo el mundo y una gran comunidad en Argentina, que decidieron salir a la aventura con la casa a cuestas. Es que la trashumancia es un modo de vida que cada vez más personas eligen para cumplir su sueño de conocer su país y el mundo . Algunos partieron hace 25 años, otros completaron apenas la primera parte de su recorrido, hay quienes abandonaron al poco tiempo de emprender la aventura y otros tuvieron que esperar hasta tener nietos para animarse. Todos en algún viaje nos cruzamos con casas rodantes, campers, colectivos o autos modificados para “hacer de hogar” y en cada caso hay una historia para contar. Ya sea un Graham-Paige de 1928, una Estanciera de hace 60 años, un colectivo reacondicionado o un pequeño motorhome, las rutas argentinas y americanas se ven recorridas por parejas y familias nómadas que “dejaron todo” para montarse sobre un vehículo que los lleve a perseguir sus sueños . Aquí un breve repaso por las historias de tres familias que eligieron vivir la vida sobre cuatro ruedas. Por lo general el viaje comienza con un destino a cumplir, muchas incertidumbres y expectativas y con el temor o el disgusto de familiares y amigos que se quedan esperando noticias de los viajeros, preguntándose si les irá bien y cómo se las arreglarán en el camino. Las personas que eligen este estilo de vida se autodefinen como “la clase de gente con la que uno suele identificarse”. Tienen sueños, amores, miedos y sin poseer más posibilidades que cualquiera, se animaron a embarcarse en el viaje de sus vidas. Así, al menos, comenzó la historia de Candelaria y Hernán Zapp, allá por el 2000, cuando se montaron sobre un auto antiguo, -un Graham Paige de 1928-, para unir Argentina y Alaska. Ese viaje, que sólo duraría unos seis meses, se prolongó más de 20 años y los llevó por todo el mundo junto a los cuatro hijos que fueron naciendo en el camino. zapp1.jpg Los Zapp habían cumplido seis años de matrimonio cuando les empezó a picar el bichito de ser padres y a la vez, el del sueño compartido de viajar por América que debía cumplirse en breve, antes de que llegara la descendencia. Fue así que organizaron un viaje hasta Alaska como mochileros. Candelaria era secretaria y Herman electricista. Un par de meses antes de la fecha prevista para salir, él compró un auto antiguo y le propuso a su esposa viajar en éste. Tras la negativa inicial de Cande, evaluaron las “ventajas” y decidieron partir. >> Leer más: Un viaje de una pareja argentina a Alaska se convirtió en una aventura por el mundo Contra todas las recomendaciones familiares y de amigos y sin ningún itinerario fijo ni mucho dinero en los bolsillos, partieron entonces el 25 de enero de 2000. No tenían conocimientos de mecánica, y contaban con algo de plata ahorrada y con muchas ilusiones de poder llegar hasta el extremo norte del continente. El primer día de viaje, solo recorrieron 55 kilómetros por un problema en las ruedas de madera del viejo auto, tampoco sabían cuándo se quedarían sin nafta ya que el marcador no andaba. En esa época los celulares no eran habituales y pedir ayuda a conocidos tampoco era una opción. Allí empezó su aventura. familia-zapp-1jpg.jpg “El secreto para cumplir un sueño es empezarlo”, dicen los Zapp y resumen: “Comenzamos en enero de 2000 siendo sólo una pareja a bordo del Graham-Paige”. El regreso fue 22 años después siendo una familia de seis integrantes, en el mismo vehículo modificado. “Le dimos la vuelta al mundo, recorrimos 102 países, nos quedamos sin dinero y regresamos con cuatro libros publicados, habiendo dormido en dos mil hogares, aprendiendo de mecánica en el camino y con el auto en mejores condiciones”. Conocer a la humanidad Cuando se le pregunta qué fue lo que más les gustó y el mayor aprendizaje de este viaje, Candelaria contestó sin vacilar “aprendimos que los sueños le dan sentido a la vida, el amor le da una razón y los desafíos le ponen el sabor. Lo que más nos gustó fue conocer a la humanidad”. A su vez, Herman acotó “vivimos situaciones que nunca hubiéramos pensado. En África se nos rompió el auto y por eso pasamos Navidad en un orfanato, fue una experiencia increíble para todos, especialmente para nuestros chicos”. La familia Zapp está compuesta por Candelaria, Herman y sus hijos, Nahuel Pampa, Lucas Tehue, Paloma Huyaa y Marco Wallaby. Actualmente los mayores ya emprendieron su vida universitaria y el resto de la familia decidió hacer un stop en el camino y establecerse en Villars, provincia de Buenos Aires. Allí fundaron “Zapparancho”, un espacio para los viajeros que deciden acampar, alojarse en su hostel, participar de eventos, fiestas y talleres o camperizar su motorhome. Los Zapp fueron pioneros en este estilo de vida e inspiraron a muchos a seguir su sueño viajero. Sus peripecias están contadas en los libros que fueron escribiendo con el título “Atrapa tu sueño” y también están en las redes @familiazappfamily y @zapparancho Cuando lo viejo funciona Una Estanciera IKA modelo 1962 con todas las huellas del paso del tiempo es el lugar en que el rosarino Ariel, la correntina Lorena y sus dos hijos tienen como hogar desde 2018. Viajar y vivir, ese es su lema. Aunque en realidad, cuando salieron a la ruta en aquel caluroso verano de hace siete años, eran tres. Alfonsina era una bebé que aprendió a gatear literalmente en la ruta. Caetano vendría dos años después, justo el mismo día que su hermana, el 18 de marzo. Esta particular familia viajera hoy en día sigue su recorrido por las rutas argentinas. Al principio del verano estuvieron por la zona de Rafaela y luego siguieron para la provincia de Córdoba. En cada parada ofrecen sus servicios limpiando vidrieras en comercios o vendiendo pochoclo, artesanías y panes caseros. almas pródigas 5.jpg A los 16 años la foto de un pinar misionero que vio en la Revista Nueva de diario La Capital generó en Ariel su primer impulso de viaje. Quería llegar ahí en bicicleta, pero no conseguía acompañante. Luego empezó la facultad donde estudiaría historia y conoció a Lorena, oriunda de Santa Lucía, Corrientes, quien se había mudado a Rosario para estudiar educación física. Ninguno terminó la carrera ya que pronto apareció en sus vidas su primera hija, Alfonsina. Su llegada revivió en Ariel las ganas de salir a conocer el mundo y ahora tenía una compañera que quería lo mismo. Decidieron dejar sus trabajos, vender sus pertenencias y salir a la aventura contra todas las recomendaciones familiares. “Llegamos a la conclusión de que, si trabajábamos para el sueño de otro, por qué no hacerlo para el sueño propio. Ahora todo lo que ganamos y hacemos es para nuestros hijos, mejorar nuestra camioneta y lo hacemos por gusto porque es nuestro sueño”, contó Lorena. Como querían que sea una verdadera aventura, una vieja Estanciera fue el vehículo con el partieron y que aún hoy los acompaña como su hogar andante. “En un vehículo nuevo te vas a Estados Unidos y volvés y no pasa nada, pero no es una aventura. Nosotros salimos de acá y no sabemos qué va a pasar con el auto en el próximo pueblo”, justificó Ariel. Un hogar llamado Estanciera La Estanciera que consiguieron en Entre Ríos entraba justo en esa categoría. Industria nacional, antigua, un auténtico “fierro”, como diría Favalli en El Eternauta: “Lo viejo funciona”. “Además, buscamos algo que pudiéramos reparar nosotros si se rompía. La Estanciera tiene todo eso”, agregó Ariel. Desde su partida recorrieron incontables kilómetros, conocieron gran parte del país con sus innumerables pueblitos y ciudades, encontraron centenares de personas que compraron las artesanías que hacen para vivir, se cruzaron con viajeros como ellos en cada rincón de la geografía y lograron que ese “fierro viejo” sea su hogar. “Llevamos lo justo y necesario. Fuimos aprendiendo a despojarnos de lo material”. Cuando partieron les bastaba un colchón de dos plazas para dormir. Ahora son cuatro y a la Estanciera le agregaron un trailer. En Río Gallegos los sorprendió la pandemia y tuvieron que pasar el encierro en un departamento. Fue la única vez que la Estanciera estuvo tanto tiempo parada. Apenas se terminó la cuarentena, la vuelta a la ruta fue casi instantánea, como una liberación. Ahora la brújula señalaría hacia el norte, evitando como siempre las ciudades grandes por la inseguridad. Esa previsión encontró su razón cuando tuvieron que regresar a Rosario por problemas de salud del padre de Ariel. Era la primera vez que volvían desde su partida. Y fue en el único lugar de toda esta travesía dónde les robaron un celular y hasta quisieron llevarse las ruedas de la Estanciera. Al estar en la provincia de Santa Fe les sugirió la idea de llegar hasta Corrientes, para visitar a los padres de Lorena y luego siguieron viaje hacia Uruguay. Hasta fines de abril de 2025 recorrieron parte de la provincia de Córdoba y luego volvieron para el norte santafesino. Vida viajera “La vida de viajeros es más tranquila. No andás a las corridas porque los chicos van a la escuela o tenés que cocinar rápido porque hay que volver al trabajo”, reconoció Lorena quien se encarga de la educación de los pequeños utilizando el método Walter George, homeschooling. Aseguró, que la convivencia en un espacio tan reducido obliga a madurar más porque “en una casa te podés ir y volver a la noche. En la Estanciera no”. Por ello, asegura que todo se dialoga con Ariel, desde cuánto tiempo se quedarán en un lugar hasta cuánta nafta se le va a poner al vehículo. Por su parte, Ariel también destacó la relación con los otros viajeros, algunos de los cuales se cruzan en el camino y con otros se establecen relaciones vía redes sociales. “Así como cualquiera tiene compañeros de trabajo nosotros tenemos compañeros de ruta. Vamos compartiendo ideas con ellos. Si conviene ir o no a tal lugar, donde quedarse. Una especie de cofradía”. “Metele Mecha” y una historia inconclusa Juan Ignacio y Ayelén junto a sus mascotas, Pupi y Titi, emprendieron viaje a bordo de “Mecha”, un vehículo utilitario usado que acondicionaron durante un buen tiempo -luego de solucionar los imprevistos problemas mecánicos que se presentaron- para que les sirviera de hogar en el camino. La intención era unir Ushuaia y México, sueño que aún no pudieron concretar pero, ya cuenta con muchos kilómetros recorridos. La pareja tuvo que enfrentar la incertidumbre familiar que generó su decisión de dejar de vivir según los estándares sociales y optar por llevar lo imprescindible y aprender sobre la marcha a sobrellevar los avatares del viaje. metele mecha 6.jpg Sus vivencias de algo más de dos años recorriendo las rutas, fueron registradas en la cuenta de Instagram @metele_mecha. Cuando la pareja cumplió un año de viaje postearon “Hoy se cumple un año desde que salimos por primera vez a las rutas con la Mechi, recorriendo más de 10.000 km, conociendo 14 provincias, 2 países, el mar, la cordillera, la nieve, ríos, selva, bosques, atardeceres, vivimos momentos mágicos, conociéndonos a nosotros mismos y llenando de experiencias increíbles”. No es fácil, tampoco imposible Aclararon que “vivir viajando no es fácil, no lo queremos romantizar, pero si es posible y es mágico, ¡Te sentís libre!”. En julio de 2024 en uno de sus posteos contaban: “Salimos con casi nada de ahorros, que nos duraron apenas 20 días. Entonces buscamos diferentes cosas para vender, cosmética, hierbas para el mate, bijou, velas, piedras, alpargatas y muchas cosas más. La situación de no tener dinero nos llevó a aprender cosas en poco tiempo. Salimos a eso, a enfrentar al mundo y acá estamos, felices de todo lo que hacemos y aprendimos, agradecidos a todos los que nos fueron enseñando algo”. En ese momento la pareja obtenía todos sus ingresos de sus trabajos como artesanos de piedras semipreciosas “somos artesanos y donde vamos ofrecemos nuestras cosas, que hacemos con mucho amor. Esta es nuestra única entrada de dinero y si, es posible sustentar este viaje, con altibajos como todo, pero somos felices y libres, ¿Qué más podemos pedir?”. Sin embargo, destacaron que ese estilo de vida no es fácil ya que debían adaptarse a los factores climáticos, en algunos casos extremos y además enfrentar situaciones donde no se les permitía trabajar o bien pasar por jornadas donde no se vendía nada. metele mecha 5.jpg Vivir en un vehículo también presenta sus inconvenientes a la hora de llevar a cabo tareas domésticas como, por ejemplo, lavar la ropa. En ese sentido durante un posteo, Juan Ignacio contó el método que utilizaban y cómo cada uno se hacía cargo de lavar su propia indumentaria. México tendrá que esperar Así como los Zapp planificaron un viaje de seis meses que duró 20 años, a Juan Ignacio y Ayelén les pasó lo contrario y a 24 meses de su partida, vieron sus deseos truncados. El recorrido de la pareja que quería llegar a México continuó hasta noviembre de 2024 cuando la crisis económica del país los obligó a volver a San Jorge para buscar alternativas laborales con el fin de reunir el dinero suficiente que les permita en un futuro, emprender nuevamente el camino. Como la historia de estas tres familias hay muchas otras similares. Pero cada una tiene un factor común: las ganas de vivir en libertad, sin horarios, ni convenciones sociales que cumplir. A todos los impulsa el deseo de ser creadores de sus alegrías y desventuras, de vivir la vida bajo sus reglas. Para algunos serán unos “hippies”, para otros, unos locos; pero probablemente a todos nos gustaría vivir la vida en un viaje eterno y con un paisaje diferente para disfrutar cada día.
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