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» Diario Cordoba
Fecha: 19/05/2025 19:26
El camino que parte de las inmediaciones de casa de la familia Pardo Méijome, en la aldea rodeirense de Quintá, y comunica con una finca en la que con frecuencia pasta el ganado de su explotación mostraba este lunes un aspecto desolador. Entre losas de piedra recubiertas de musgo, barro y agua yacen los cuerpos de 22 extraordinarias vacas de la explotación de Camba que el domingo a media tarde perdió no solo su medio de vida y sustento económico, también más de una veintena de productoras de leche en un territorio como Galicia donde cada vaca, además de tener nombre desde que casi deja de ser amamantada por su madre, es una más del clan familiar. Cándido Pardo no tiene ganas de hablar. Con 60 años cumplidos, el futuro de la explotación es una incógnita pues ninguno de sus dos hijos tomará el relevo de una profesión que requiere de mucho sacrificio y un zarandeo emocional como el que acaban de sufrir tampoco ayuda demasiado. Su granja, en la parroquia de Santa Mariña de Pescoso, no difiere de otras que subsisten, en casos más por dignificar el agro que por la rentabilidad de un oficio 24/7. Julia Méijome, con un brazo en cabestrillo, atiende en la era de la casa a su nieto que pronto cumplirá 3 años. Los tiempos en el rural no se miden en décimas de segundo y por eso esta lalinense de 58 años, natural de la parroquia de Filgueira, confiesa que fue «á tardiña» [del domingo] cuando un rayo mató 22 vacas de las 23 que traía para casa». La última, convaleciente de una pata, iba en la parte de atrás del grupo y momentáneamente salvó la vida, aunque no se descarta que tenga que ser sacrificada a consecuencia de los daños sufridos. «Fue el último trueno que cayó, de eso me acuerdo, y que fue un ruido tremendo, un gran susto», afirma Julia, quien al tiempo sospecha que el agua que se acumulaba en el camino pudo haber ejercido de conductor de la corriente eléctrica del rayo. Convaleciente de una pequeña fractura en un brazo provocada por la patada de una ternera, días atrás, considera que las botas de goma que llevaba le salvaron la vida. «Estuvo toda la noche en el hospital... ¡y ahora esto!», resopla un cuñado de Julia Méijome que acaba de llegar con su coche a la entrada del camino por el que descendía ella con el rebaño de vacas cuando la pilló la tormenta. En el establo quedan ahora solo cuatro cabezas de ganado. Son vacas frisonas rojas que tanto las irrecuperables como las que quedan dan la sensación de haber estado siempre muy bien alimentadas. María, hija del matrimonio, cifra en 60.000 euros las pérdidas y, como subraya su madre, considera que el seguro no les compensará la totalidad del dinero. Además, y dejando a un lado el componente emocional o lo que puedan ser capaces de pagar por otras, tampoco es sencillo encontrar más de una veintena de vacas adultas en producción con las mismas características en el mercado. Posiblemente es todavía pronto, cuando no han transcurrido ni 24 horas de aquella fatídica tormenta, pero a tenor de lo que comenta la hija de Cándido y de Julia tampoco descartarían el cierre de la explotación. A primera hora de la mañana, en la comarca dezana no se hablaba de otra cosa y en la aldea de Quintá había más silencio que de costumbre y por momentos solo se oía en medio de la aldea un afónico ladrido de un veterano perro que se movía entre aperos y un tractor sin remolque. Hasta los vehículos circulaban por la zona a velocidades anormalmente reducidas, como si se pretendiese manifestar entre los convecinos un singular duelo. Entre los vecinos de la zona aparece un pariente del propietario de la explotación, un hombre de los que transmiten experiencia sin pretenderlo después de haber conocido tantas historias como las que años figuran en su carné de identidad. Nadie recuerda algo semejante y solo, años atrás, alguno de los que rodean a la familia, cita un episodio en la parroquia de Guillar donde habían muerto un par de vacas tras ser alcanzadas por un rayo. «¿Seguir con esto?» «El seguro pienso que no nos cubrirá ni la mitad y las pérdidas estamos hablando de más de 60.000 euros... Y la verdad ni mi hermano ni yo tenemos pensado seguir con esto porque tenemos nuestros trabajos», manifiesta María, que además de su niño de dos años, tiene otro más pequeño que le requiere su atención permanente. María piensa en su padre y admite que todavía está «destrozado». Preguntada sobre si podrá sacar adelante la explotación después de este inesperado revés, incide en que todavía es pronto para saberlo. «Recuperar todo lo que se perdió es imposible. ¿Seguir con esto? Tampoco podría decir una cosa u otra, no sabemos si habrá que cerrar la explotación o continuar adelante. Tendrán que hablarlo y tomar una decisión», insiste. Este tipo de sucesos se repiten con cierta frecuencia en Galicia. En junio de 2023, un rayo mató cuatro vacas junto a un parque eólico entre Monfero y Xermade; otras cuatro murieron por lo mismo en Covelo un año antes; y en 2020 se produjeron dos episodios en la zona de Lugo: ocho reses fulminadas en mayo en A Fonsagrada y dos en agosto en Abadín.
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