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Gualeguay » Debate Pregon
Fecha: 19/05/2025 13:25
Las asociaciones intermedias son tan diversas como la sociedad misma. Abarcan desde clubes deportivos hasta cooperativas, desde centros vecinales hasta sindicatos, pasando por ONGs, cámaras empresariales, agrupaciones religiosas, asociaciones culturales, comedores comunitarios, merenderos, fundaciones, instituciones solidarias, centros de estudiantes, agrupaciones ambientales, mutuales, entre otras. Todas ellas tienen en común su raíz comunitaria y su capacidad de organización autónoma frente al Estado. Su existencia no es marginal ni complementaria: es central. Una democracia sin estos cuerpos intermedios corre el riesgo de caer en el verticalismo, la indiferencia o el autoritarismo de facto. Son la expresión del interés colectivo organizado que permite transformar demandas aisladas en propuestas articuladas. En el plano político, su relevancia es indiscutible. Las asociaciones intermedias son, en muchos casos, la primera voz que detecta un problema social. Allí donde el Estado no llega a tiempo —ya sea por burocracia, por limitaciones presupuestarias o por falta de sensibilidad—, las asociaciones ponen el cuerpo, gestionan, acompañan, dan respuesta. Pero además, cuando estas organizaciones tienen voz, proponen. Construyen diagnósticos desde abajo, alertan sobre urgencias concretas y diseñan posibles soluciones desde el territorio. En este sentido, su participación no debe ser tolerada como una concesión: debe ser buscada y promovida activamente por quienes gobiernan. Ahora bien, ¿qué sucede cuando trasladamos este análisis a la gestión de un municipio? En las ciudades pequeñas o medianas, como tantas que se extienden a lo largo y ancho del interior argentino, incluida Gualeguay, las asociaciones intermedias adquieren una dimensión aún más cercana. Son parte del entramado cotidiano. El club donde juegan las chicas y chicos, las asociaciones que organizan actividades solidarias, la cooperadora escolar que junta fondos para arreglar un aula, la organización de rescatistas que se involucran por el bienestar y los derechos de los animales, el merendero donde los niños y niñas del barrio pueden ir a cumplir una necesidad tan básica como la alimentación cuando hace falta, la agrupación ambiental que se enfoca en la agenda verde local o la cooperativa artística donde la ciudadanía puede ir a desplegar sus talentos y expresiones, sólo por nombrar algunas. Cada una de esas experiencias configura una red de acción que enriquece el tejido social. Por eso, un ejecutivo municipal que quiera ejercer una política con visión, más allá de los gobiernos de turno, debe necesariamente abrir las puertas del municipio a estas organizaciones. No como actores subordinados, sino como socios estratégicos. Escuchar a las asociaciones no significa simplemente recibir reclamos: significa incluirlas en los procesos de planificación, consulta y ejecución de políticas públicas. Las obras de infraestructura, las políticas de salud, los programas culturales, la promoción del empleo, la planificación urbana, todo puede —y debe— ser pensado con participación activa de estas entidades. Pero no basta con la voluntad. Para que esa articulación sea efectiva, se requieren mecanismos institucionales que la hagan posible. Consejos consultivos por área, mesas de diálogo barrial, presupuestos participativos, convenios de cooperación, capacitaciones compartidas, espacios de coproducción de políticas públicas. Estas son herramientas que facilitan el vínculo y que permiten que la gestión no sea un monólogo tecnocrático, sino una conversación amplia, rica y transformadora. Porque una comunidad no se gobierna desde una oficina: se gobierna con la gente. Además, la relación con las asociaciones intermedias fortalece la legitimidad política. Cuando una medida nace del consenso o, al menos, de la escucha activa a los actores comunitarios, su implementación es más fluida, más aceptada, más eficaz. Lejos de ser un obstáculo, la participación organizada es una aliada de la gobernabilidad. Y en tiempos de desconfianza, crisis de representación y fatiga democrática, fortalecer el protagonismo social es también una forma de cuidar la democracia. Claro que este camino implica desafíos. No todas las asociaciones están institucionalmente consolidadas. Por eso, el rol del Estado municipal también debe ser el de acompañar su fortalecimiento, brindando herramientas legales, técnicas y materiales que les permitan crecer y consolidarse. A la vez, debe evitar caer en el clientelismo o en el uso instrumental de estas organizaciones, respetando su autonomía y valorando su diversidad. Las asociaciones intermedias no son una moda ni un recurso electoral. Son expresión viva del espíritu comunitario. Son la voz organizada de vecinos y vecinas que no se resignan a esperar, que se involucran, que se comprometen con el bienestar común. Su participación no solo mejora la calidad de vida en cada rincón del municipio, sino que también enriquece la política, la vuelve más humana, más sensible, más real. En definitiva, hacer política desde un municipio, más allá de los colores políticos, implica mucho más que administrar recursos o ejecutar obras. Implica conducir procesos colectivos, construir sentido de comunidad, escuchar y tejer alianzas. Y en esa tarea, las asociaciones intermedias no son un actor más: son el corazón de una gestión democrática, justa y participativa. Julián Lazo Stegeman
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