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» El litoral Corrientes
Fecha: 18/05/2025 17:06
“Sólo las personas informadas pueden tomar decisiones libres” León XIV Ya no es la “casta” política a la que hay que odiar. Milei ya transó con ella, con los “héroes” que lo acompañaron con sus votos contra los jubilados, con los gobernadores que cambian adhesión legislativa por plata para sus provincias, con acuerdos bajo la mesa que posibilitan una vuelta de campana a la hora de los bifes, con la propuesta de Ariel Lijo para la Corte, con Ficha Limpia frustrada, y con un largo etcétera. Los libertarios están creando un nuevo objeto de su odio: el periodismo profesional. Pero, atentos, no se trata sólo ya de un odio temperamental, fruto de un mente desquiciada, sino además de uno calculado, planificado, y utilitario. Y esto tiene una base científica, los electores votan más con las emociones que con las razones. Y dentro de ese lado instintivo, prevalecen los sentimientos negativos, los mensajes de odio por encima de los positivos. Moviliza más la bronca que la empatía, el odio que el amor. Este es el método libertario para ganar elecciones, facilitados por un hábil manejo de la internet y de las redes sociales. La orden de Santiago Caputo a todos los estamentos del gobierno y a toda su troupe de guerreros virtuales, fue clara: “La nueva casta es el periodismo”. “Hablar de libertad no hace libre a un pueblo. En Argentina no existe verdadera libertad en la medida que hay un pueblo desinformado con contenido altamente sesgado”. Para entender el método del odio en la política, es muy bueno leer el conocido libro del italiano Giuliano Da Émpoli, “Los ingenieros del caos”, que da un primer ejemplo de lo sucedido en su propio país. Beppe Grillo, un cómico outsider que hablaba contra la casta, creador del movimiento Cinco Estrellas (Cinque Stelle), ya utilizó el método con buena performance. En 2014 hizo crecer sus posibilidades electorales a través del blog de su amigo Gianroberto Casaleggio, que escupía odio y utilizaba la violencia verbal descontrolada para inundar el debate político. Javier Milei hizo y hace lo mismo. Obviamente que constituye un protagonistas ideal parala estrategia: una persona con serios síntomas de desquicio. Es decir, además de las consecuencias de una personalidad psicopática, la mayor parte fue calculada para explotar los sentimientos sociales de frustración. La puteada fue mejor que la caricia. Estando ya Milei en la presidencia, el reparto de insultos, agresiones verbales varias, descalificaciones constantes, contra la política tradicional, fue el combustible que le permitió llegar hasta 2025 con una importante adhesión social. Cuando las papas quemaron en lo económico, y debió demostrar hechos palpables y comportamientos normales, su imagen comenzó a caer rápidamente. Es que la normalidad y la empatía hoy no rinden en votos. Una cosa es padecer una patología psíquica y otra es hacerse el loco para sacar un rédito. El primero padece su locura con autenticidad, el otro lo hace con cálculo de conveniencia. El entorno presidencial, rápido de reflejos, lo puso a Milei nuevamente en el camino de la demencia, de la disrupción, del odio, de la virulencia verbal, del insulto. Y reapareció “el loco”, más loco que nunca, más insultador, más autoritario, menos normal. “El odio es un poderoso catalizador en política. Puede más que el afecto. Esto lo sabe muy bien Milei con sus diatribas”. Pero el relato de la “casta política” ya estaba muy gastado, nadie ya lo cree, transó mucho con ella. Había que inventar un nuevo blanco sobre el cual disparar con balas de odio, y así seguir abonando la muy redituable explotación de los sentimientos negativos del conjunto social. Y ése fue, ni más ni menos, que una profesión, la profesión periodística. Y como la oficina gubernamental del odio trabaja las 24 horas, con jugosas remuneraciones, crearon el leit motiv del regreso del Milei “odiador”: “la gente no odia lo suficiente a los periodistas”. Pero el odio no está dirigido a los periodistas “amigos”, militantes, los colorado Viale, los Majul, los pelado Trebucq. A esos se les nota demasiado. Tampoco a los acérrimos defensores del kirchnerismo, los gato Silvestre, los Víctor Hugo, los Duggan, los C5N, los página 12. A los extremos se los conoce y sus opiniones son obvias. A los que hay que apuntar son a aquellos periodistas profesionales que creen en una profesión con principios, que no están fanatizados, que no venden su opinión al gobierno de turno ni a sus patrones, que creen que la profesión periodística tiene valores que defender y no personas ni gobiernos con los cuales transar. De este modo, cayeron bajo las balas insultantes del presidente, de sus funcionarios y de sus troles, los Morales Solá, los Carlos Pagni, los Lanata (QEPD), las Donovan, los Longobardi y tantos otros que, ni antes ni ahora, mercantilizaron su profesión ni se arrodillaron ante el poder. Y sus cultores siempre están dispuestos a dar un paso más. Si el odio llega a su máximo, azuzado por las propias autoridades públicas, lo que sigue es pasar de los dichos a los hechos, como le pasó al periodista Navarro, que fue agredido físicamente. “La campaña del odio contra el periodismo independiente, tiene como objetivo matar al cartero y quedarse sólo con los mandaderos, hacia un octubre electoral”. Otra forma, tal vez no muy simpática para el gobierno en período preelectoral, es la pedida por el trol mayor de la troupe, el Gordo Dan, que reclamó a Milei “que meta preso por decreto a un periodista”. El mismo que festejó la muerte de Pepe Mujica (“Uno menos”). Una pinturita humanística y democrática. La actitud temeraria del Estado hacia los periodistas va escalando. El propio Santiago Caputo fotografió la credencial de un profesional que se encontraba cubriendo un evento, con evidente intención de amedrentamiento. Está claro, absolutamente claro: la prensa independiente es un ingrediente fundamental para una sociedad libre. En nuestro país, como en todas las autocracias, se la combate. Días pasados, sostuvo el Papa León XIV que “sólo las personas informadas pueden ser libres”. Pero no existe libertad por el sólo hecho de ser el latiguillo del Estado. En la práctica se ha construido un cerrojo informativo, con periodistas condescendientes u opositores cerriles. Los que informan y analizan con equilibrio son ensobrados. Se sostuvo que las redes sociales constituirían un medio de democratización de la palabra, darían voz a los que no la tuvieran, serían instrumentos portadores del debate público. Esa es la teoría libertaria. Pero no, la terrible indigencia conceptual, los contenidos tópicos, la manipulación de las mentes, la utilización de algoritmos para sesgar las opiniones, el método favorito con que el poder maneja a la opinión pública, han convertido a las redes en todo lo contrario. A la par del crecimiento geométrico del instrumento tecnológico, también crece la desinformación, que nos convierte en idiotas útiles al servicio de los mercachifles del mercado y del poder. Mientras tanto, el periodismo profesional, de información, de investigación, de opinión, decrece y pasa a formar parte del “enemigo” que hay que derrotar. “Matar al cartero” y quedarse sólo con los mandaderos es el objetivo.
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