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» Elterritorio
Fecha: 18/05/2025 13:24
El Eternauta, de Héctor Oesterheld, y El Gatopardo, de Giuseppe di Lampedusa ofrecen claves fundamentales para entender el momento político actual domingo 18 de mayo de 2025 | 6:00hs. Imagen referencial (El Eternauta). "Dejá de hablar de política y de la púa. Mirá una buena serie y descansá", me dijo un amigo. Le hice caso. Busqué en el ranking de las más vistas: El Eternauta y El Gatopardo. Realmente muy buenas las dos. Recomendable. Pero, pero… Hay ficciones que, por su densidad simbólica, terminan diciendo más sobre la realidad que muchos análisis sofisticados. (¿De nuevo caíste en la actualidad argentina? Sí, pero esta mirada es bien interesante). Es que El Eternauta, de Héctor Oesterheld, y El Gatopardo, de Giuseppe di Lampedusa, ofrecen claves fundamentales para entender el momento político actual. La primera, desde una Buenos Aires invadida por la muerte blanca, habla de resistencia, de la fuerza del grupo, del valor de lo común. La segunda, desde la Sicilia aristocrática del siglo XIX, advierte que muchas veces los que dicen querer cambiarlo todo, sólo buscan que nada cambie. En esta tensión -entre la ética solidaria del Eternauta y el cinismo calculador del Gatopardo- se juega una parte importante del drama argentino contemporáneo. El presidente Javier Milei llegó al poder con un discurso de ruptura. Dijo que venía a volar el sistema por los aires, a terminar con la casta, a barrer con los privilegios. Pero a año y medio de haber asumido, lo que se ve es otra cosa: los poderosos de siempre mantienen sus privilegios (con las mismas mañas), el Estado no se reformula, sino que se mutila o transforma. Como en El Gatopardo, el cambio funciona como una máscara. En la serie, Tancredi -el joven noble- se suma a la revolución que encarna Garibaldi para conservar su lugar en la cima. Entiende que el secreto del poder no está en resistirse al cambio, sino en simularlo. Así, los viejos privilegios se reciclan. En la Argentina actual, la política hace lo mismo con otra estética; pero en los hechos pacta con todos, siempre a su propia conveniencia, y blinda a su círculo con los mismos beneficios que denunció. El resultado es este gatopardismo ¿libertario?: se habla de lo nuevo, para consolidar lo establecido, se predica la revolución, pero se aplica el ajuste más ortodoxo. Se grita libertad mientras se recortan universidades, se desfinancia la salud y la educación. La motosierra corta, sí, pero siempre del mismo lado: el más débil. Frente a esta lógica, El Eternauta resuena como un grito de esperanza. Publicada en 1957, Oesterheld imaginó una nevada mortal sobre Buenos Aires. No era una catástrofe natural, sino una invasión organizada. Y los enemigos no eran sólo los extraterrestres, sino los colaboracionistas, los que entregaban al pueblo para conservar su lugar. Bella alegoría, tan real que asusta. El eternauta, Juan Salvo, no es un superhéroe. Es un tipo común que lidera la resistencia desde la cocina de su casa, junto a sus vecinos. La salida, en esa historia, es colectiva. O no es. "El héroe verdadero es un héroe en grupo", decía Oesterheld. Esa frase, tan simple, contrasta brutalmente con los modismos actuales que se gritan desde los atriles virtuales: culto a lo mesiánico, el desprecio a lo colectivo, el individualismo por encima de todo. En la política diaria se reemplazó la solemnidad por la provocación, el procedimiento por el espectáculo. Pero el fondo sigue intacto: políticos millonarios vs. pueblo pobre. Como en El Gatopardo, el decorado cambia, pero el poder sigue en las mismas manos y con los mismos vicios de siempre. Mientras la sociedad debate si Ficha Limpia sí o no, la canilla de la corrupción sigue a pleno. Mientras se insulta a periodistas y actores, se desfinancia la investigación científica y se apalean hasta sangrar a jubilados y curas en las calles. La política no deja de ser un teatro de sombras, mientras el país real se achica, se empobrece y se fragmenta. Ahí es donde El Eternauta rescata valores y los hace brillar: cuando el lazo social se rompe, cuando el miedo se vuelve regla, cuando el Estado desaparece, no queda más que la ley del más fuerte. Y el más fuerte nunca es el pueblo. Por eso la historieta no es solo ciencia ficción: es una advertencia. Ahora, ¿el electorado es consciente de esta orfandad de su clase dirigente? Hay un dato: es dramático el nivel de abstenciones en las elecciones provinciales del fin de semana pasado, la asistencia promedió el 54% del padrón. El desencanto está a la vista. En El Gatopardo, el viejo príncipe percibe que su mundo está terminando. En El Eternauta, Juan Salvo sabe que su mundo sólo puede sobrevivir si se organiza, si resiste, si no se resigna. No hay nieve radiactiva cayendo sobre Argentina. Pero hay una intemperie política y social que duele igual. Frente a ella, el heroísmo no consiste en salvarse solo. Consiste en abrigarse juntos.
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