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  • El ocaso del actual sistema previsional

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 18/05/2025 02:11

    La dinámica original que tuvo vigencia por más de un siglo y que parecía zanjar el intríngulis ya no es eficaz. Lo que se había gestado en un contexto social muy particular y se presentaba como un remedio social infalible, razón por la cual se expandió rápidamente hoy no alcanza. Aquella idea permitía que los trabajadores activos aportaran una porción de sus ingresos para constituir un fondo que posibilitaría otorgar una compensación económica vitalicia a los que ya no podían proseguir con sus tareas. Esa modalidad, despiadadamente compulsiva y adicionalmente confiscatoria, fue socialmente tolerada hasta convertirse en el paradigma único de esta era, al punto tal que cualquier territorio civilizado la adoptó como un signo de progreso inconfundible. Lo cierto es que aquello que aparentaba acercarse a la perfección fue deteriorándose por múltiples razones de origen diverso. La noción primigenia se desnaturalizó drásticamente. Cuando estas visiones dieron a luz la lógica era que la edad de retiro prevista era casi idéntica a la de la expectativa de vida. Es decir que la condición para jubilarse era trabajar hasta los 65 años siendo que los cálculos actuariales preveían fallecimientos en promedio de idéntica edad o inclusive menos, en relación con el eventual momento del cese laboral. El razonamiento era que un grupo de personas en actividad, probablemente 4 o 5, lograban reunir un monto significativo como para solventar la pensión de un individuo que ya no podía continuar produciendo con la misma capacidad que antes. Todo parecía cuadrar. Con el paso de las diferentes etapas, la política hizo de las suyas y las excepciones especiales empezaron a pulular. Una consistente presión sindical y corporativa consiguió condiciones singulares para cada rubro, edades anticipadas de retiro y prerrogativas de todo tipo que alteraron sustancialmente todo. Por otro lado, la ciencia, la medicina y la tecnología hicieron su parte mejorando no solo la sobrevida sino la calidad cotidiana de una manera inusitada. La edad de culminación laboral sigue intacta en casi todos los países mientras la esperanza de vida aumenta sin cesar. Con más pasivos y menos activos la ecuación histórica ya no cierra de ninguna forma. No existe alquimia financiera ni económica que permita encajar los números con menos aportantes y cada vez más beneficiarios. Además, esa tendencia, lejos de revertirse muestra a diario que la brecha ya insalvable se ira ensanchando sin chance de retorno alguno. Hace varios lustros atrás algunas naciones, advirtiendo el temerario horizonte, tomaron la osada determinación de apostar por los sistemas de capitalización individual. En su momento fue revolucionario y sirvió para amortiguar el impacto letal del esquema inercial que otros no se animaron a modificar. Mientras tanto la sociedad está mutando a gran velocidad y algunos especulan inclusive con el fin del envejecimiento, ya no como una película futurista de ciencia ficción sino como una realidad que parcialmente ya se ha materializado y que se proyecta como una verdad que se impondrá sin preaviso. Bajo estas reglas el actual debate es completamente insuficiente ya que ahora se centra toda la discusión solamente en tópicos como el valor de las jubilaciones y el aumento de la edad, cuando lo que verdaderamente debería estar ocurriendo es la interpelación integral a todo lo conocido y la búsqueda de algo novedoso, flexible, capaz de adaptarse a lo que ya se asoma. El trabajo está transformándose vertiginosamente con el advenimiento de la inteligencia artificial, las modalidades a distancia y la actitud de las nuevas generaciones poco interesadas en desarrollar largas carreras profesionales en el ámbito empresarial. La empleabilidad sufre cimbronazos de toda clase y los emprendimientos siguen apelando a la innovación y multiplicándose a cada instante. En ese escenario los parámetros clásicos se quiebran y las controversias del pasado quedan completamente obsoletas. La gente vivirá inexorablemente más, las comunidades añosas serán moneda corriente, la natalidad seguirá decreciendo sin disimulos y por lo tanto los retos que se aproximan sin interrupciones no brindarán márgenes para corregir nada. Tal vez sea la hora de reflexionar profundamente si lo que se configuró oportunamente como sistema previsional no está desapareciendo. Hay que permitirse pensar desde cero para construir ahora otro modelo. Eso requiere de un enorme espíritu reformista y disruptivo. El desenlace de ese análisis nuevo no debe recurrir a los caminos tradicionales. Hay que atreverse a hurgar en los márgenes. Eso implica soñar con la sociedad del futuro, que trabajará minimizando la manualidad y optimizando el uso de las invenciones de vanguardia. Quizás pronto, mucho más de lo que se pueda suponer, el concepto jubilatorio ya no sea tan frecuente y se deba seguir en actividad por mucho tiempo más. No habrá caja que pueda solventar a los que ya no producen y será inevitable seguir generando riqueza hasta que el cuerpo o la mente digan basta, ahorrando para la fase pasiva. A muchos les resultará desagradable esta conclusión, pero los cuentos de hadas solo los creen los niños con su esperable ingenuidad. En el mundo real la humanidad enfrenta desafíos y siempre se las ha ingeniado para encontrar senderos de solución. No hay que angustiarse, sino más bien ponerse manos a la obra para diseñar una plataforma sustentable mañana mismo.

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