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» El litoral Corrientes
Fecha: 18/05/2025 02:10
Cada vez que visito Donosti (San Sebastián), no paro de repetirme que “no solo del cine vive la ciudad. ¿Y de qué vive?, se preguntarán nuestros amables lectores, a lo que respondo con toda seguridad: de su propia belleza, de sus edificios, plazas y calles señoriales, de su aire a mar, de su célebre playa de la Concha y otras de olas chúcaras jineteadas por surfistas. En las callejas del casco histórico puede uno perderse o elevarse…a base de zuritos de cerveza o vino Txacoli, que bien sirven de riego para la inmejorable oferta de pintxos, muchos de ellos de alta cocina. Ni qué decir del txuletón troceado de buey (novillo) a la brasa o la plancha para el deleite de un buen comedor de carnes rojas. La ciudad en sí es un festival de olores y sabores, de bullicio callejero, y de buen gusto. No ha de extrañar entonces la presencia de la “buena mesa” en la obra de grandes escritores vascos como Miguel Unamuno y Pío Baroja. Pero lo festivo no solo se circunscribe a la patricia San Sebastián; todo el País está sustentado o mejor dicho tocado por el “don” de la celebración. Se puede afirmar que en las vascongadas diariamente ponen en práctica una máxima que circula por ciertas regiones de España: “yo soy del comercio y del bebercio”. Y para no dejar que esta pierda vigencia uno se encuentra con la actividad (marzo/abril) de “ir de sidrería”: un periplo báquico de alto encantamiento que cosiste en visitar algunas bodegas de sidra y catar in situ desde los propios toneles sus micciones ambarinas llenas de tesoros que cada uno descubre según se le vaya soltando el paladar o el cielo; todo esto acompañado de un excelente bacalao y de txuletón a diestra y siniestra y en el centro… Permítanme hacer un alto en el camino para referirles una pequeña anécdota: hace unos años veía una entrevista a un importante acordeonista vasco llamado Kepa Junkera, quien es considerado un maestro en la ejecución de la “trikitixa”, un acordeón diatónico de botones, de origen italiano, parecido a nuestra verdulera. En cierto momento el periodista le preguntó qué otro acordeonista escuchaba, y Kepa no tardó en contestar que admiraba el trabajo de Raulito Barbosa, dando una breve explicación sobre nuestro chamamé. En el extremo noreste de la provincia de Guipúzcoa, a unos veinte kilómetros de San Sebastián, se encuentra Hondarrabia, una ciudad de veinte mil habitantes, levantada a la vera de la desembocadura del río Bidasoa, que hace de frontera natural con Hendaya, Francia. Esta ciudad reviste una belleza sinigual. Fundada en 1203 por el rey castellano Alfonso VIII, aunque el núcleo de población ya existía en 1180 con el rey Sancho el Sabio de Navarra. En Hondarrabia también la práctica callejera de ir de pintxos y de vinos está muy acentuada, así como también disfrutar de sus playas; pero si uno, de pronto se encuentra en un día de abril, acaso domingo de ramos, puede toparse (igual que este cronista) con un desfile callejero lleno de color y ritmo, cuya imagen y algarabía, roza lo epifánico, al ver pasar un convoy encabezado por una carroza con forma de sardina y otra de ballena, en honor a los antiguos pescadores y cazadores. Detrás le siguen los “gigantes”: unas impactantes figuras de personajes arquetípicos del pueblo, hechos a la manera de títeres enormes (de unos tres metros de altura) animados por una persona de cuerpo entero, en vez de por una mano. Estos gigantes desfilan bailando animadamente al son de música folclórica vasca ejecutada con trikitixa y panderetas. No tengo palabras para explicar la emoción que me causó verlos pasar y sumarme a la procesión danzante, invadido del espíritu de otros tiempos. Lo mejor, el culmen de ese paseo lleno de gracia llegó unas cuadras después, cuando la pieza que iban ejecutando los músicos, llegó también al culmen para dar paso a una especie de estribillo y alguien de los danzantes o del público, soltó un sentido grito: “un fuego que se quema en los ojos”, esos que los correntinos llamamos sapucay. Quizá usted, querido lector, sea condescendiente conmigo y atribuya a mi condición de nostálgico inmigrante, el hecho referido al sapucay; pero en honor a la verdad agrego que tuve la oportunidad de comprobar que el grito provenía de un participante vasco. Vaya entonces, para cerrar, una mención a la canción popularizada en los años setenta, por el compositor e intérprete Mikel Laboa, quien musicalizó el poema Txoria txori (El pájaro, pájaro es) escrito en euskera por Joxean Artze, en 1957. ¡Salud, poesía y libaciones! El pájaro, pájaro es Si le hubiera cortado las alas habría sido mío, no se me habría escapado. Si le hubiera cortado las alas habría sido mío, no se me habría escapado. Pero así, habría dejado de ser pájaro. Pero así, habría dejado de ser pájaro. Y yo... yo lo que amaba era el pájaro. Y yo... yo lo que amaba era el pájaro. Joxean Artze
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