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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 17/05/2025 04:31
"Se llamaba Fanny, le decían Feigue y era mi mamá". Está sentada en un silloncito de esos que le gustaban a ella, donde se relajaba, cómoda y firme, como si se sintiera abrazada. La persiana está baja pero se adivina la luz de una tarde algo tórrida. A un costado de la foto se lee la fecha en la que fue tomada: 17/11/90. Hubo un tiempo –les recuerdo a los más jóvenes– en el que las fotos venían con recordatorio; podía parecer moderno, pero de estética, nada. Duró poco. Mucho más había durado en cambio la costumbre manuscrita de poner la fecha detrás, a veces incluso con alguna leyenda que detallaba quiénes estaban en esa foto, dónde había sido tomada y la razón detrás de esa captura, un cumpleaños, vacaciones, una reunión de amigos. Hoy ya no abundan las fotos de papel y casi no existe la letra manuscrita. La que está sentada en esa foto que acaba de llegar a mi vida tiene 50 años, se llamaba Fanny, le decían Feigue y era mi mamá. Ella también es pura memoria. Para la gente de mi generación, llega un momento en el que el archivo familiar se gasta. Año a año, para los cumpleaños o las fechas clave vas repitiendo en las redes sociales las mismas fotos de tus padres y las de tu infancia, incluso las de la infancia remota de tus hijos. Son aquellas fotos que conservaste en papel después de descartar cientos y cientos que habían salido movidas, fuera de foco o en las que alguien había salido con los ojos cerrados o desfavorecido. Esas que acumulabas en físico como ahora acumulás en la galería del celular. La diferencia es que ahora es tan voluminosa la reserva que, si bien no se agota, tampoco terminás de saber exactamente qué hay ahí, en ese corazón de recuerdos formado por tus registros y por todos los registros que te interesan y te llegan por mail, por whatsapp o por alguna de las redes. Pero a veces, y cuando ya creés que viste todo, hay sorpresas. La madre de algún compañero de tu hijo que te manda, un siglo después, esa foto del acto en la escuela que siempre se olvidaba de mandarte; un viejo amigo recuperado en el laboratorio de emociones de FB que sube una imagen del viaje de egresados que no tenías; la foto familiar que nunca habías visto y con la que te encontrás tarde, cuando vas a vaciar la casa de tu abuela o de tu padre, esa casa que ya no habitarán ni ellos ni vos porque ellos ya no están y la casa se acaba de vender. Por mi parte, no tengo dudas: cada nueva foto vieja que llega a mis manos es una memoria inesperada y feliz, la pieza ignorada de un rompecabezas de emociones que puede reacomodar el resto de las piezas y que a veces te permite hacer foco en algo que tenías olvidado. La foto de Fanny Feigue Mamá me la envió mi prima Mariela por mensaje de Instagram. En esa foto ella está en la casa de mis tíos, que además de ser familia fueron siempre muy amigos de mi mamá. Hay otra foto en la que mis tíos se ríen a cámara, como rieron siempre. Los Litos (él, Lito, primo de mi madre; ella, Lita, su esposa, la única que puede contarnos todavía cómo fue aquella tarde en la que sacaron esas fotos) son parte indisoluble de mi infancia y lo fueron incluso durante el tiempo en que vivieron fuera de la Argentina. Una foto que es un regalo y que también es una pieza de un rompecabezas de emociones. Aún a la distancia, su presencia era fuerte y vital. Escribí alguna vez sobre lo ingenioso que era mi tío, su gran sentido del humor y las cartas alucinantes que enviaba con una letra perfecta y en las que era capaz de escribir en círculo para entretener al lector o de poner en el sobre -junto con el papel manuscrito- fragmentos de las galletitas saladas que estaba comiendo mientras nos escribía. La foto inesperada llega como un regalo y no solo porque desconocía su existencia y me impresiona verme tan parecida a ella sino porque la que está ahí sentada mientras responde con gesto pícaro a la cámara es la mejor mamá que tuve, la que sabía reír y disfrutar, la que se arreglaba para salir de su casa (me encanta cómo te queda esa pollera mami; qué bien luce ese celeste de tu blusa, qué hermosos eran tus ojos verdes). Esa mujer que está ahí –y que hace veinte años ya no está acá– es la que peleaba como podía para salir de la cama y la depresión; la que disfrutaba de las buenas conversaciones, la que elegía juntarse con la gente que la quería, que la quiso siempre, que la valoró siempre. Tengo muchas fotos de mi mamá que miro con nostalgia pero no comparto. Es nostalgia por lo que la quise, pero es también pudor porque en esas imágenes de los últimos años ya no se ve la modesta altivez de esta foto vieja que acabo de ver por primera vez ni el regocijo de compartir un buen momento con gente querida. Las que abundan son fotos tristes de alguien triste y por eso prefiero siempre ver lo hermosa que era de jovencita, cuando seguramente soñaba con una vida plena, como soñamos todos. Y es también por eso que valoro tanto esta foto recién estrenada en la que se la ve linda, coqueta, feliz. El mensaje de Mariela apareció de sorpresa pocos días después de que se cumplieran veinte años de la muerte de mi mamá, una cifra asombrosa y definitiva. Ese 5 de mayo subí una story en blanco y negro en la que se nos ve en la playa, debo tener tres o cuatro años. Estoy a upa, ella me mira pero yo miro para otro lado, seguramente a alguien, pero no sé a quién. Ella me mira como me miró siempre, como nadie nunca me miró después. "Valoro tanto esta foto recién estrenada en la que se la ve linda, coqueta, feliz" La foto llega cuando no dejo de pensar en ella aunque su rostro se vaya desvaneciendo en mi recuerdo como se desvanece a medida que intento acercarme a su mirada. No son los veinte años de su ausencia los que repican en mi cabeza sino otro número. En unos días será mi cumpleaños y ya hace mucho tiempo que no recibo su llamado de medianoche, apurado y risueño. Tengo proyectos, disfruto de los míos y no me siento de salida. Al contrario, aunque en la cuenta vital hay mucho más pasado que futuro, solo pienso en capitalizar a mi favor lo que aún queda. El que viene no va a ser un cumpleaños más: estoy a punto de cumplir los años que ella tenía cuando murió y la coincidencia me desconcierta, me abruma y por momentos también me da rabia. Pero, sobre todo, mami, me da mucha, muchísima tristeza.
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