16/05/2025 09:52
16/05/2025 09:52
16/05/2025 09:52
16/05/2025 09:51
16/05/2025 09:50
16/05/2025 09:50
16/05/2025 09:49
16/05/2025 09:49
16/05/2025 09:49
16/05/2025 09:49
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 16/05/2025 04:37
Ninguna posesión vale más que el tiempo y los afectos (Imagen ilustrativa Infobae) En un mundo donde lo material y el consumo parecen ocupar un lugar central en la vida de todos y la tecnología crece más rápido que nuestra capacidad de discernir entre aquello que está bien o no, se presentan dificultades con los niños porque naturalmente quieren todo lo que ven y aquellas ofertas de modelos a seguir o modas proponen tener más y más en lugar de Ser. Uno de los recursos que menos tenemos para criar a nuestros hijos es, precisamente, el que ellos más necesitan: el tiempo. Nuestros hijos no nacen queriendo cosas, nacen queriéndonos a nosotros y necesitando afecto y cercanía. Somos nosotros los que vamos supliendo esa necesidad pura de amor y cercanía por una necesidad mucho más materialista y consumista. Esto sucede muchas veces sin que nos demos cuenta, sustituimos la necesidad de tiempo y atención por algo material y de ese modo llega el momento en el que suplimos las necesidades reales de nuestros hijos por algo que “los distraiga”, como juguetes, golosinas, dispositivos electrónicos. En muchos casos es la forma en la que hemos aprendido a vincularnos desde niños, y como adultos repetimos lo aprendido. ¿Qué podemos hacer como padres? ¿Estamos a tiempo si nuestros hijos no son tan pequeños? Sí, siempre estamos a tiempo de hacer, sentir y pensar distinto y mejor. Como primer paso, es importante reconocer sin culpas que quizá hemos dado muchas cosas materiales como regalos, quizá hasta como una forma de demostrar amor, quizá por sentir culpa, justamente, por no dar ese tiempo de calidad que nos hubiera gustado u otra causa. Lo primero que debemos tener en cuenta es nuestro propio vínculo con lo material, es decir, el valor que le damos a lo material en lo cotidiano. Nuestros hijos aprenderán más por aquello que nos vean hacer que por lo que nos escuchen decir, así que seamos ejemplo con nuestras acciones de cómo quisiéramos verlos actuar a ellos. Cultivemos valores humanos como la empatía, la gratitud, la honestidad, el respeto. Respondamos con nuestras acciones, enseñando que ninguna posesión vale más que el tiempo y los afectos. Démosle prioridad a aquello que la merece. Prioricemos la experiencia por sobre lo que se posee. Y aquí, algo que resulta de mayor importancia: que esas experiencias y tiempo de calidad en familia no estén opacados por lo material. Podemos simplemente jugar en el parque, leer juntos, hacer algo que nos divierta, buscar espacios de conversación sobre aquello que nos gusta o gustaría hacer, compartir nuestros sueños, mate y merienda. Simplemente estar un ratito juntos sin necesidad de ir al cine o a un lugar de juegos, tener la mejor bici para salir a pasear o merendar en lugares caros. Incorporemos momentos diarios para reflexionar con los niños sobre las cosas buenas que tienen en sus vidas, tanto materiales como no materiales (salud, familia, amigos, habilidades). Enseñemos a valorar lo simple. Ayudemos a los niños a encontrar alegría en las pequeñas cosas: un día soleado, una flor, una canción, un abrazo. Si nos ven hacerlo a nosotros, estarán aprendiendo a hacerlo ellos. Evitemos la comparación constante con otros niños en términos de posesiones materiales y virtudes. En cambio, enfoquemos la atención en las cualidades, virtudes, talentos individuales, dándole el valor real y auténtico que él mismo merece. Esto nos invita a pensar en aquellas compras o consumos que hacemos junto a nuestros hijos luego de que plantean querer algo porque todos lo tienen: es la oportunidad de acceder junto a ellos al pensamiento crítico. Entendiendo que seguramente sea algo que les gusta o desean, pero el hecho de que todos lo tengan, ¿lo hace necesario para ellos? ¿Cómo va a sentirse luego de tenerlo? ¿Y cuando quiera algo nuevo? Entonces, ¿es posible que encuentre la forma de conseguir eso que quiere por sus propios medios? Son parte de los diálogos que nos pueden llevar a construir estos valores que buscamos. Pongamos el foco todos los días en aquellas virtudes que cada niño posee, resaltemos su valor personal, sus cualidades y recordémosles a menudo que los amamos tal cual son. El tiempo compartido habilita la escucha, y esta habilita conocernos y así poder cubrir las necesidades reales de nuestros hijos y construir lazos familiares sanos y sólidos. Educar en base al materialismo dilapida la autoestima, la seguridad y la confianza de nuestros niños. Aquello que hoy poseemos, mañana puede que no, y nos estaríamos arriesgando a que nuestros hijos tengan su sentido de valor personal sujeto a ello y, por tanto, este desaparezca con lo que creíamos poseer. Educar en valores y virtudes priorizando darles nuestros TIEMPO, MIRADA Y AMOR construye su autoestima y sentido de valor personal con bases sólidas, sanas y seguras. No se trata de que como papás y mamás nos sintamos culpables, se trata de que despertemos de forma más consciente a hacer pequeñas cosas que estén a nuestro alcance con más amor. La educación en valores es un proceso continuo que requiere paciencia, consistencia y amor. Justamente aquello que el materialismo intenta nublar todos los días, generando necesidades que en realidad no son tales, sino distracciones de lo realmente importante: nuestro tiempo, el de nuestros hijos y lo que hacemos con él.
Ver noticia original