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» Diario Cordoba
Fecha: 15/05/2025 05:35
Charles-Henri Sanson ayudó a su tío a ejecutar en 1757 a Robert-François Damiens, un pobre diablo, con probabilidad enfermo mental, que intentó matar a Luis XV con un cortaplumas. Después de que lo torturaran largamente, Sanson lo castró, le cortó los tendones y lo ató a unos caballos para que lo desmembraran, como a Ganelón en la Chanson de Roland. Casanova fue testigo de la ejecución y quedó horrorizado, lo que no le impidió tapar a Tiretta y Mme. XXX para que pudieran fornicar durante -escribe- dos horas. Sanson guillotinó a Luis XVI en 1793. Antes, le cortó el pelo para garantizar un corte limpio. Pienso que el tacto cariñoso de las manos de Sanson mientras le rapaba la nuca fue el último amor que pudo sentir Luis XVI. Sanson no era un asesino, sino un verdugo. No era autor de un asesinato, sino de una ejecución. Pasar de las tenazas a la palanca de la guillotina le limpió las manos de sangre: eso hacen algunas palabras, lavarnos las manos para que parezca que no hemos hecho nada malo. Palabrear alto para que no se oigan los gritos. El lenguaje legal-así Wasserstrom y Arendt- sirve para quitar responsabilidad al que hace lo que hace falta hacer, o creemos que hace falta. Se hace en una sentencia para condenar sin necesidad, se hace en una defensa para defender las mayores miserias. Lo hacen lamentable e intensamente los gobiernos, para hacer pasar por justo y necesario lo que son actos despreciables para cualquier inteligencia media. Agitando lo suficiente el incensario del Derecho administrativo, la autoridad se convence de que siempre ahoga el olor de sus muertos. *Abogado
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