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  • Una mirada desde la alcantarilla. Cuántas pausas entran en un sapo

    Parana » Ahora

    Fecha: 14/05/2025 11:48

    Cuántas pausas entran en un sapo Un sapo, dijo mamá. Un sapo en la entrada de casa. Parado delante de la puerta. Un sapo con sus saltos parejos. Saltos mudos de un sapo. Nosotros hincados en la misma posición del rezo de las noches pero ante los ojos sin párpado de un sapo que parecía mirarnos y que queríamos que nos ensartara la amenaza: puedo mearlos y dejarlos ciegos. En casa las cosas se decían sueltas de la lengua, un sapooo, gurises vuelvan de la plaza. Escuchábamos todo en el pueblo hasta el gallo que se levantaba antes que doña Inés mientras pisaba maíz, sus pasos, el ruido de su panza, el peso de su cuerpo hundido en el corral, Inés caminaba con su joroba y partía para el campo que era apenas distinto de nuestro pueblo. La campana de la iglesia movía su péndulo como si se enterrara en el centro del diafragma de la casa. Qué es una casa si no una caja torácica, algo a punto de estallar, una cueva de comadrejas que nacen y mueren y vuelven a saltar contra alambrados y liebres. El sapo y nosotros hincados frente a él. Anuncia lluvia, anuncia visita, anuncia que algo malo puede pasar. Anuncios que no llegaban a nada. Se desarmaban como el barro de la calle. La madre ya no hace alarde de su voz, habla suave con los nietos. Les dice a mis hijos: bichitos de luz. Ovejas del monte. Ojitos de cada estrella. Silencio de cururú. Y ellos saltan como conejos o sapos en el charco de sus ojos.

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