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Gualeguay » Debate Pregon
Fecha: 11/05/2025 18:24
—¿De dónde viene el gusto por los libros? Como suelo contar, mi vieja, cuando yo tenía ocho años, me hizo socio de la Biblioteca Popular de mi pueblo. Tenía unos anaqueles impresionantes. Había de todo y fui devorando libros a lo bestia, desde muy gurí y sin criterio selectivo. Leí cosas magistrales y otras que eran una pavada, y a pesar de eso, muchas me gustaron igual. Tener el libro cerca, abrir un libro, uno que ya pasó por otras manos y otras casas, es una experiencia que siempre me gustó mucho. Esa idea de que cuando abrís un libro y entrás en un personaje, estás volviéndolo a la vida, que va a estar actuando, respirando hasta que cerrás el libro… y capaz que después también. Lo que esas historias te dejan, incluso lo que uno decide copiar e imitar de esos personajes, tiene un peso enorme. Por ejemplo, cuando tenía nueve años un amigo me regaló Corazón, de Edmundo de Amicis, una edición de Atlantis ilustrada con acuarelas. Ese libro me formó en muchas ideas, en el compromiso, en valorar y respetar a los trabajadores. Hoy ese libro puede parecer una ñoñada, pero tuvo mucho impacto en mi vida. —¿Cómo se forjó tu relación con la literatura? Principalmente como lector. Cada vez que agarro un libro, me interno en él. De chico era más que nada una aventura: meterme en los mares con Salgari, andar por Alaska con Jack London. Durante mucho tiempo la literatura fue eso para mí, no la escritura. Lo de escribir fue algo que me incentivaron en la escuela, sobre todo en la primaria, y en casa, mi vieja. Destacaban cosas que escribía. En esa época se acostumbraba a hacer redacciones o composiciones. Era un ejercicio que me divertía, me entusiasmaba y tenía buena recepción. Después, el otro ámbito en el que más escribí fue el periodismo. Mis primeras experiencias fueron en radio, pero para trabajar en prensa tenía que escribir mucho, pulir el estilo, la forma de comunicar. Con experiencias como Río Bravo, El Colectivo, Chamigo —una revista que sacamos con un querido amigo en Santo Tomé— fui afilando la punta del lápiz. Me interesaba cada vez más el lenguaje, cómo usarlo, cómo trabajarlo. Aun así, no me pensaba como escritor. Hubo un momento, en la pandemia, cuando me arrimé a los talleres de escritura de Santiago Llach. Fue una experiencia impresionante. Me ayudó a formarme, además muy rápidamente. Desde entonces participo en todas las ediciones del Mundial de Escritura. Hoy mismo estoy escribiendo el texto para la consigna del día. Eso me mantiene la muñeca caliente, ejercitada para escribir. —Sos un gran lector. ¿Cómo ves los debates sobre los cánones literarios? Discuto mucho sobre los cánones. Hay autores que me siguen conmoviendo, impresionando, aunque la crítica diga que “envejecieron mal”. Vuelvo a leer a Leopoldo Marechal y encuentro plena vigencia. Me pasa lo mismo con Roberto Arlt. Y con Julio Cortázar: me sigue gustando tanto como la primera vez que leí La autopista del sur. Lo disfruté como si estuviera jugando. Sí, con el tiempo hay cosas suyas que me gustaron más y otras menos. Pero creo que caprichosamente se les baja el pulgar a autores que dejaron clásicos impresionantes. Quiero dar ese debate, aunque no soy especialista en literatura, pero lo quiero dar. —¿Cómo surgió ‘Yuchán florecido’, el libro que ganó el Premio Fray Mocho? Son dieciséis cuentos que giran en torno a un grupo de guerrilleros en el contexto de las luchas por las autonomías provinciales, en la primera mitad del siglo XIX. Algunos de ellos son viejos combatientes de los ejércitos de Belgrano o San Martín, que después de haber combatido a los realistas en el norte se suman a la defensa del federalismo en el Litoral. No hay personajes históricos reales, pero sí muchos casos que existieron. Ellos forman un pequeño ejército llamado “los Pumas Infernales”, comandados por el general Amemby, un personaje que aparece poco, pero está muy presente en los recuerdos y en las decisiones del grupo. Lo que pretendo que se cuente ahí es cómo nuestro pueblo siempre, ante las necesidades, se unió y se organizó para resolverlas, para enfrentar al enemigo común, para conquistar la libertad, los derechos que se le permiten, por los cuales había que luchar. Y eso es lo que hacen estos tipos. No siempre son gente que está decidida y convencida todo el tiempo. Tienen dudas, las plantean, hay flaquezas. Aparece el temor pero no la cobardía. Y siempre la valentía como un resultado de lo colectivo. Justo ahora que todo el mundo habla del Eternauta, me doy cuenta de que estas historias dicen cosas parecidas. Espero que eso que yo pretendo, esté reflejado, que haya sabido escribirlo así y contarlo así. —El libro también es una obra colectiva en otro sentido. ¿Quiénes te acompañaron en este proceso? Eso es algo que me encanta. Me junté con gente amiga, compañeros de lucha, con quienes comparto sueños. La foto de tapa es de Pablo Merlo, que es un capo. Le pedí que leyera los cuentos y me mandara una propuesta. Cuando me mandó la foto le dije: “Es esa, no tengo dudas”. La peleamos a muerte para que sea la tapa de Yuchán florecido. Creo que representa muchísimo. También invité a Juan Manuel Borrero, que hizo las ilustraciones. Es docente, parte de la conducción de Agmer Rosario del Tala y un gran artista plástico, muy comprometido. Que sus dibujos estén en el libro me llena de orgullo. Y el prólogo es de Martín Tagtagi, que además de ser un hermano y amigo, es un compañero de lucha en la conducción de Agmer Paraná y un gran lector, con una formación muy sólida. Presentar el libro rodeado de gente tan querida fue como festejar un cumpleaños. Estar acompañado por ellos es una alegría inmensa. Yuchán florecido (extracto) Por estos bajos no hay yuchán que sea silvestre. Por eso, el sargento confiaba en que encontraríamos agua fresca allá donde el cielo estaba reventando en flores rosadas. Levantó el brazo derecho y ordenó cambiar el rumbo. No serían más de seis leguas. Fleitas interrumpió su cantilena y desempolvó la limeta reseca. Nos tenía hastiados repitiendo que quería dejar el ejército, que estaba cansado, que con todo lo que sirvió ya no sería considerado desertor, que tanta sangre del bando propio o enemigo se le impregnó en la piel. Apuramos la marcha hacia el yuchán florecido, menos por el agua prometida que por la posibilidad de dejar a Fleitas en el rancherío vecino. Con un caballo y un poco de ganas de trabajar -más ganas que habilidades- sería bien recibido.
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