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» El litoral Corrientes
Fecha: 11/05/2025 14:13
Hace pocas horas, por anticipado, se conmemoró en Corrientes el aniversario de la independencia paraguaya, ceremonia que permitió la confluencia binacional en un lugar emblemático de la ciudad como es el anfiteatro José Hernández, así llamado en homenaje a un prohombre de la literatura costumbrista eternizado a partir del poema narrativo “Martín Fierro”. Entre las máximas imperecederas que Hernández volcó en su obra cumbre sobresale una cuarteta invocada para conjurar desavenencias consanguíneas, tan conocida que reproducirla podría considerarse una sobreabundancia aquí cometida: “Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera; tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera”. Se trata de una verdad absoluta corroborada en el marco de los acontecimientos acaecidos en Corrientes y Resistencia a partir del viernes pasado, en vísperas del 214° aniversario de la emancipación paraguaya. ¿Cuáles sucesos? En medio de tantas noticias de impacto (la asunción del nuevo Papa, la caída de la Ley de Ficha Limpia y las denuncias presidenciales contra periodistas, entre otras), la presencia de una delegación paraguaya encabezada por el presidente de la compañía estatal procesadora de caña, José Ocampos, logró captar la atención mediática por mérito propio al abrir una instancia de confraternidad que se materializó en el triple plano de lo gestual, lo cultural y lo comercial. Ocampos, abogado, profesor e historiador de reconocido prestigio en el país vecino, llegó en misión comercial para promover los productos de CAPASA (siglas que abrevian el nombre de la Compañía Paraguaya de Caña de Azúcar SA), recuperada del ostracismo y convertida en protagonista de un sorprendente resurgimiento productivo. ¿Por qué? Porque lo que hasta hace dos años era una planta en estado de virtual abandono se presenta hoy como un ejemplo de las políticas públicas orientadas al estímulo del capitalismo de Estado. Se trata, ni más ni menos, de una prueba palpable de que no sólo es posible sino viable reanimar y fortalecer unidades económicas a través de la injerencia estatal. El propósito es, finalmente, abrirse a la inversión privada para crecer progresivamente hasta jugar en las grandes ligas del mercado internacional pero no desde la masividad de los productos globales, sino desde la pureza de lo selecto, en una dimensión de negocios donde lo cualitativo se impone por sobre lo cuantitativo. CAPASA no pretende competir con Coca Cola, sino con las destilerías más exóticas de América, Asia y Europa. De sus alambiques emana la caña paraguaya que todo amigo de las bebidas espirituosas sabe disfrutar en la bohemia de aquellas tertulias interminables. Y junto con ella, como alternativa cosmopolita, aparece un exquisito ron inspirado en la consistencia subyugante de los aguardientes milenarios, diferente a sus rivales pero al mismo tiempo equivalente en lo que hace al refinamiento y la tradición de los destilados más nobles del mundo, tal como se pudo comprobar en una degustación que el sábado por la mañana rompió la rutina del supermercado Tatú de la calle San Lorenzo. La compañía CAPASA despertó en el segundo cuarto del siglo XXI para proyectarse al futuro con el apetito de los emprendimientos de raíces profundas y crecimiento sostenido. Como en los años del New Deal, cuando Franklin Roosevelt dirigió los recursos públicos a la recuperación de empresas desahuciadas en el crack de 1929, se observa aquí una impronta keynesiana que direcciona la inversión estatal hacia los factores de producción, una teoría económica demonizada por el liberalismo extremo de las doctrinas anti-Estado. La experiencia remite a la redistribución de las superficies agroganaderas que el prócer paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia -presidente vitalicio fallecido en 1844- ideó durante la primera mitad del siglo XIX, cuando Paraguay asomó la cabeza en el podio de los liderazgos continentales gracias a una economía autosustentable que desafiaba el modelo británico de la dominación por vía del endeudamiento. La gestión de cuño nacionalista y al mismo tiempo desarrollista fue continuada por el presidente Carlos Antonio López, hasta que el imperio inglés movió lo hilos parra fomentar la Triple Infamia, así denunciada por Juan Bautista Alberdi la guerra que hundió a la portentosa Paraguay en la tragedia. Hoy el recuerdo de la guerra late en las venas del pueblo paraguayo como un impulso vital que lo mueve hacia el progreso en un contexto global desafiante, descripto por José Ocampos con asertividad cuando, al ser consultado por el Canal 9 de Resistencia, advirtió sobre la necesidad de una mancomunión regional que eleve la capacidad autoprotectiva de Latinoamérica frente al interés de Donald Trump en los recursos naturales. “Tenemos que ser conscientes de que si la potencia norteamericana considera que los recursos naturales de nuestra región constituyen garantía de seguridad nacional para ellos, los tomarán, así como intentan con el Canal de Panamá, el norte de México o Groenlandia”, remarcó Ocampos para luego hacer un llamamiento a “hacer realidad el sueño de la gran patria federal que alguna vez soñó Artigas”. Con esas palabras resumió el historiador José Ocampos el sentido de una visita que, en un principio, fue pensada como un ejercicio protocolar, pero que con el correr de las horas se convirtió en la piedra fundamental de una idea que puede plasmarse en realidad a partir de dos elementos sustanciales: la voluntad política de los gobiernos y el compromiso comunitario de ambos pueblos. De ambos factores, el segundo está garantizado a partir de las demostraciones de afecto que se prodigaron los asistentes al acto de anoche en el anfiteatro Hernández. Hablamos de la conexión ancestral que vincula por idioma, costumbres y credos a los herederos de la civilización guaranítica enraizada en las planicies conocidas en tiempos remotos como “Gran Chaco”. Es decir, el actual territorio paraguayo, el sur de Brasil y las provincias argentinas de Corrientes, Misiones, Entre Ríos, Formosa, Chaco y norte de Santa Fe. “Somos todos una misma familia, una misma nación guaranítica, y entre iguales tenemos que aprender a mirarnos para salir al mundo en bloque, de forma que podamos tener mejores oportunidades frente a adversarios superpoderosos”, fundamentó Ocampos, quien estuvo acompañado por el cónsul de Paraguay para Corrientes y Chaco, Fabio López, presencia diplomática que aportó la representación institucional del país limítrofe. El ejemplo de CAPASA puede ser visto como una gota en el océano desde la perspectiva macroeconómica, pero la constancia de la gota horada la piedra. Es precisamente lo que busca esta empresa paraguaya a través de la nobleza de un elixir atemporal como es el destilado de caña, insumo indispensable para ahuyentar los males en agosto y, al mismo tiempo, vehículo de penetración económica parangonable con la gesta del oficial inglés Iván Hirst, artífice del rescate que convirtió a Volkswagen en un emporio. Hirst fue enviado por Churchill para liquidar los restos de la fábrica de automóviles tras la rendición del Eje, a fines de 1945, pero al ver las potencialidades de aquellas ruinas y el entusiasmo de los viejos operarios, desactivó las bombas incrustadas en la línea de montaje, revivió la planta y en 1946 exportó el primer lote del hoy mundialmente famoso Escarabajo. De la misma forma, con la misma mirada progresista, José Ocampos cumplió con el mandato de reactivar la compañía estatal CAPASA, que comienza a abrirse al mundo con la fortaleza de un producto obtenido de las entrañas de una tierra resiliente y orgullosa de su origen atávico.
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