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  • Caso Lucia Maidana: revelaciones de un violador serial y asesino perverso – MisionesOpina

    » Misionesopina

    Fecha: 11/05/2025 00:40

    Alto y rubio, de cabellos enrulados y ojos claros, con una quemadura notoria en la mano derecha –que habría sufrido al intentar incendiar el departamento de la estudiante de Capioví-, constituye la descripción más detallada del hombre que sembró pánico en la comunidad estudiantil posadeña, hasta donde se sabe entre el 2013 y 2018. Mucha agua pasó bajo el puente y mucha tinta se imprimió bajo el rodillo de las rotativas madrugadoras. Mucho se dijo sobre el femicidio de Lucía Maidana, la joven estudiante de Comunicación Social, oriunda de Capioví, asesinada el 6 de abril de 2013, en el interior del departamento que alquilaba en el barrio El Palomar. Sin embargo, prácticamente nada se informó acerca del posible homicida y violador que terminó con la vida de ella, a poco más de doce años del brutal crimen que estremeció a Posadas en general, y a la comunidad estudiantil universitaria en particular. Nicolás Sotelo se llama el joven que, durante los primeros años de investigación, estuvo en el centro de las sospechas y hasta fue detenido en averiguación del hecho. Pero, a posteriori, una prueba de ADN pareció desvincularlo definitivamente. Vaya paradoja del destino, un análisis genético similar revelaría, tiempo después, un dato tan irrefutable como impactante: el asesino de Lucía Maidana fue el mismo que atacó y violó a otras tres estudiantes en el centro de Posadas y alrededores. Desde entonces poco se había dicho del atacante, menos aún de su fisonomía o de su psiquis perversa. La comparación de los cuatro casos arroja similitudes llamativas en cuanto a patrones de conducta o comportamiento criminal, y sobre todo de la perversidad del agresor. Maidana fue asesinada el 6 de abril de 2013. Es muy probable que conociera a su verdugo, porque la ventana situada al costado de la puerta de acceso le permitía ver y hablar con el visitante sin necesidad de abrirla. No obstante, lo hizo. Abrió la puerta. Por eso los investigadores hablaron en su momento de “ingreso facilitado”. Al igual que en los otros casos, ocurridos con posterioridad, la víctima recibió un golpe demoledor en la cabeza que la dejó en un estado de indefensión total. Lo ocurrido después es una historia conocida, que aquí se evita mencionar para evitar caer en sensacionalismos. Pero hubo un detalle perverso: el atacante vistió a la víctima antes de prenderle fuego. Tal vez lo hizo para ocultar el ataque sexual, pensando que lograría incendiar la construcción; puede ser, pero hay otras hipótesis. En este, como en los otros casos, se cree que el criminal conocía a sus víctimas; que incluso las acechaba sin que ellas se percataran de esa circunstancia. Por eso sabía dónde vivían y que estaban solas. En los cuatro episodios, atacó por sorpresa y golpeó a las mujeres en la cabeza con un objeto contundente, martillo, fierro o ladrillo. Conocía el ambiente universitario, probablemente como estudiante, y tenía tiempo para seguir y vigilar a “sus presas”. Tres de las estudiantes cursaban en la Universidad Nacional de Misiones (en el anexo sobre calle San Lorenzo), pero la cuarta lo hacía en el Instituto Montoya, lo que de alguna manera rompió el patrón de conducta criminal, aunque bien pudo haberla acechado durante semanas a la salida de esa casa de estudios superiores. El segundo ataque se produjo el 28 de octubre de 2013, en una pensión ubicada en calle Junín al 2000 de la capital provincial. En esta ocasión, la Policía accedía a un dato revelador: a partir del testimonio de la mujer agredida, supo que el violador era un muchacho de pelos rubios y enrulados, de ojos claros y de tonada lugareña. Y que además, poseía una quemadura notoria en la mano derecha, que los investigadores siempre creyeron que se la produjo cuando intentó quemar el departamento de Lucía. Incluso, en medio de la violación, le habría dicho “me están esperando afuera”, dando a entender que podría contar con la colaboración de un cómplice. En este hecho, la estudiante es sorprendida cuando se duchaba y recibe un golpe demoledor en la cabeza, que la atonta y deja indefensa. Con posterioridad diría a los investigadores que el depravado actuó con una pistola y un martillo, “de mango amarillo” alcanzó a detallar. El tercer caso acaeció el 3 de enero de 2016 y en esta oportunidad, el perpetrador dio rienda suelta a su perversidad: filmó la agresión sexual con el teléfono celular de la víctima, que terminó llevándose, obviamente. “La persona perversa encuentra satisfacción en lo que hace, sobre todo porque genera angustia en el otro”, indica una profesional en psicología. Puede ser esta la causa por la que no volvió a matar, es posible. Sobre un perverso –indica-; “nadie puede imaginar que esa persona hace lo que hace; aparenta ser muy educada; jamás podría pensarse siquiera que sufre ataques de ira; son sumamente inteligentes y estrategas, que estudian a sus víctimas y que no despiertan sospechas. En prisión, por ejemplo, exhiben un excelente comportamiento. Pero se debe aclarar que los perversos no tienen el mismo motivo ni motivación”. En el episodio de 2016, la víctima aportó una información que se sumó a la descripción efectuada por la anterior: el delincuente fue un joven alto, de 1.80 de estatura, que se dio a la fuga con el teléfono de ella. La cuarta agresión se registró el 23 de febrero de 2018, en un inmueble de la calle Líbano al 2800. Este, sin dudas, fue el ataque que rompió el patrón de conducta del criminal. La estudiante de Ciencias Económicas fue emboscada en la vía pública, derribada de un golpe en el cráneo y arrastrada hasta el garaje de una vivienda, propiedad de una mujer de 70 años que estaba sola, donde la accedió. Casualidad o no, este hecho ocurrió 24 horas de que los medios de comunicación informaran sobre nuevas pruebas en la investigación del caso Lucía Maidana. El depravado, con absoluta impunidad y completamente cebado, actuó con una impulsividad perversa absoluta: cortó la ropa de la víctima con una tijera. Ella contaría después que, además, llevaba un martillo y una pistola, como en casos anteriores. En todos los casos, el agresor se llevó elementos y dinero de las víctimas. Está claro que no fueron robos, y aunque la Justicia cuenta con el patrón genético del responsable de episodios tan espeluznantes, lo cierto es que aún no tiene a la persona con la que cotejar ese resultado genético. Por eso la existencia de un banco genético de personas con antecedentes penales es tan importante. Tarde o temprano, si la buena fortuna corre a favor, aparezca quien violó y mató Lucía y abusó demás de otras tres estudiantes universitarias.

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