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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 10/05/2025 13:30
Por Sergio Olguín (*) Pensá una estupidez que pueda llegar a hacer o decir el presidente Milei y vas a acertar. Apenas se anunció que el nuevo papa había adoptado el nombre de León, en las redes sociales se llenó de mensajes que profetizaban: “se viene una boludez de Milei”. Al rato estaba nuestro primer mandatario usando sus redes para afirmar: “Las Fuerzas del Cielo han dado su veredicto de modo claro”. Todo escrito con mayúsculas, al mejor estilo de los foristas enojados de hace veinte años. Acompañaba su ingeniosa frase con una imagen hecha con inteligencia artificial de un papa con rostro de león. No importa que el nuevo papa haya decidido continuar a León XIII en su elección de nombre, el primer papa comprometido con plantear las bases para la doctrina social de la Iglesia, hablar de los trabajadores y denunciar la pobreza. Milei necesita pegar saltitos y gritar “acá estoy, acá estoy, mírenme”. Todo de un patetismo tan escandaloso como los arrebatos compadritos de Trump, los plagios de Nik o los negocios denunciados de su hermana Karina. Entre las muchas falencias del presidente está que no puede parar. Es un incontinente, como mínimo verbal y escritural (incluyamos como escritura también sus retuits en X). Como un niño malcriado busca llamar la atención. Para eso recurre al insulto, la mentira, la amenaza. Lo naturalizamos, pero no deberíamos. Además de despertar vergüenza ajena, es peligroso. Sus ataques de egolatría toman un cariz más preocupante cuando se convierten en acciones y políticas de estado. La semana pasada hubo dos de esos gestos desesperados por ocupar el centro de la escena. Gestos que podemos pensarlos como respuestas a la misma situación. Por un lado, se hizo dar una distinción, la “Orden Ecuestre Militar de los Caballeros Granaderos de los Andes”. El cuerpo de Granaderos, que forma parte del Ejército, que a su vez está en la órbita del Ministerio de Defensa, que depende directamente del presidente Milei, le otorgó un premio a Milei. Encima lo recibió emocionado, secundado por Karina y el ministro Luis Petri. Se supone que cualquier orden de tipo militar debería premiar el heroísmo, el arrojo, la fiereza para defender la patria, virtudes de las que Milei ha dado sobradas pruebas de carecer. Si no fuera porque destrozó, entregó y empobreció al país, Milei debería darnos más lástima que risa. Pero no. Segundo episodio: la designación de la actriz y productora Cristina Agüero como consejera del INCAA, una persona con trayectoria no muy rescatable en el mundo audiovisual. Después de un año y medio sin que el INCAA apoye a alguna producción argentina, la elección de Agüero parece más una provocación o, si se prefiere, una muestra más de lo poco que le interesa a este gobierno la cultura en general y las producciones audiovisuales en particular. No es casualidad que estos dos hechos (autopremio heroico y designación en el INCAA) hayan ocurrido en los mismos días en que la sociedad argentina decidió hablar de un solo tema, de El Eternauta. La serie de Netflix dirigida por Bruno Stagnaro reúne todo lo que Milei odia. En primer lugar, porque es un producto argentino y representa como muy pocas obras artísticas de estos años la esencia del ser nacional. En El Eternauta la argentinidad está al palo: en los diálogos, en las imágenes, en lo que se cuenta, en las reacciones de los personajes, en el culto a la amistad, en la conmovedora banda de sonido (sí, estoy pensando en la escena de la iglesia con la Misa Criolla y la voz de Mercedes Sosa renaciendo junto a la Resistencia). Para Milei y su gobierno, que se ha comportado desde el primer día como un ejército de ocupación que odia profundamente este país, las características de la sociedad argentina son kriptonita. Para colmo, tanto Stagnaro como su equipo creativo se curtieron en las producciones argentinas de cine y televisión, que contaron en mayor o menor medida con el auspicio del INCAA. ¿Cómo formar a los directores, guionistas, técnicos y actores del futuro sin el apoyo de instituciones públicas? La falta absoluta de políticas culturales de este gobierno, el desprecio hacia la labor creativa, quedan en evidencia ante el talento nacional que exhibe El Eternauta. En su cabecita loca, Milei se autopercibe como un héroe. Colecciona imágenes suyas hechas con IA en las que aparece bello, musculoso y valiente, tres cualidades de las que carece. Imagínense su furia al ver que la sociedad argentina adopta como su propio héroe no a su imagen photoshopeada sino a Juan Salvo, un hombre común llevado por las circunstancias a convertirse en líder de la resistencia contra una fuerza inhumana y violenta. Insoportable. Qué ridículas resultan esas imágenes libertarias hechas con una aplicación al lado del trazo fino de Francisco Solano López dibujando a Juan Salvo preparado para luchar contra la nieve mortífera. Y está la Memoria, la que Milei desprecia siempre que puede, la que ataca cada 24 de marzo con videos insultantes a las víctimas del terrorismo de estado. Que una ficción entretenida y de calidad internacional tenga como autor a Héctor Germán Oesterheld, un artista desaparecido por la dictadura, padre de cuatro hijas también desaparecidas, es el peor escenario para las políticas de Milei (y por qué no, también de Victoria Villarruel) sobre los derechos humanos. En octubre de 1982, cuando la dictadura todavía se hacía sentir, José Pablo Feinmann escribió un artículo en la revista Superhumor titulado “La nieve de la muerte cae sobre todos nosotros”. Feinmann recordaba que durante noviembre y diciembre de 1976 se reeditó El Eternauta en forma de fascículos. “No sospeché entonces que la historia de Juan Salvo, su familia y sus amigos, expresión de la aventura, el coraje y la fidelidad del grupo en 1957, iba a transformarse, en la reedición de 1976, en metáfora del terror, la persecución y la muerte”, escribe Feinmann. El artículo termina con una reflexión cuyos ecos resuenan en la actualidad: “Tengamos algo por cierto: hay historias que no deben repetirse. Nunca más deberá nevar en Buenos Aires, en Argentina. No hay nada, por supuesto, que lo asegure. O quizá sí: cuando se desciende tan hondamente en el abismo, la única posibilidad es la esperanza. Y en esta historia, también, estamos todos implicados”. A Feinmann le hubiera gustado ver la adaptación de El Eternauta. La habría disfrutado y como buen cinéfilo seguramente la serie le habría despertado comentarios muy encendidos. Me gusta imaginar que también se habría divertido viendo los gestos desesperados de Milei para mostrarse como un héroe hecho con inteligencia artificial y estupidez humana. Si hubiera podido ver los posteos del presidente sobre la elección del nuevo papa, es muy probable que Feinmann hubiera usado una expresión muy nuestra, muy argentina, muy digna de aparecer en algún capítulo de la segunda temporada de El Eternauta: ¡qué paparulo! (*) Este artículo de Opinión de Sergio Olguín fue publicado originalmente en el diario Página/12.
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