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  • Una dieta pobre en lecturas

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 10/05/2025 06:41

    En Argentina casi 12 de cada 100 alumnos de tercer grado no saben leer Esta semana, y con tan sólo unas pocas horas de diferencia, vimos aparecer dos informes educativos de enorme trascendencia para el país: uno de ellos, el informe Aprender Alfabetización 2024: Resultados de 3° grado de la primaria, revela datos importantes (y, en algunos casos, alarmantes) sobre la capacidad de lectura de estudiantes de primer ciclo. El otro, Kids Online Argentina, publicado por UNICEF y UNESCO, detalla los resultados de una encuesta nacional –también desarrollada en 2024- sobre uso de tecnología entre niños, niñas y adolescentes de entre 9 y 17 años que viven en centros urbanos de todo el país. La publicación casi simultánea, surgida de la coincidencia fortuita, nos ofrece la oportunidad privilegiada de analizar conjuntamente dos dimensiones que suelen considerarse por separado, pero que están muy correlacionadas. Los datos son contrastantes y en una mirada superficial, pueden parecernos contradictorios. Por un lado, según el primer informe, casi 12 de cada 100 alumnos de tercer grado no saben leer, vale decir, presentan serias dificultades para leer y entender un texto simple. Si bien un 45% de la muestra logra acceder a lecturas de cierta complejidad, esta proporción disminuye al 39% si hablamos de escuelas estatales (frente al 62% e escuelas privadas) y baja aún más al 32% cuando nos enfocamos en el nivel socio económico bajo. En este estrato, casi uno de cada cinco estudiantes presenta alfabetización inicial insuficiente, es decir, apenas logra leer palabras sueltas con ayuda de imágenes. El informe Kids Online nos confronta con una imagen que está en las antípodas: prácticamente toda la población infantil y adolescente de centros urbanos goza de conexión a internet. El 96% accede desde su casa y el 95% utilizando un celular propio. En nuestro país, la edad promedio de acceso al celular con conexión es de 9,6 años, lo que representa una novedad absoluta. Sólo un 21% de los adolescentes de 17 años reconoce haber tenido celular con conectividad a esa edad, lo que revela que el momento del primer acceso -propio e independiente- viene anticipándose, como ocurre en todo el mundo. El contraste es evidente: ¿cómo llegamos a tener tantos niños analfabetos en una sociedad sobreestimulada e hiperconectada, que reboza de herramientas y estímulos para el aprendizaje? ¿Cómo se explica que estemos en la ola de la transformación digital del siglo XXI con proporciones de analfabetismo características del siglo XIX? La paradoja se disuelve cuando prestamos atención a una serie de evidencias que son bien conocidas para los expertos educativos. Primera obviedad: alta conectividad en centros urbanos no es sinónimo de alta conectividad federal, ni conectividad, en general, es sinónimo de conectividad para el aprendizaje. El celular no es un dispositivo preparado para el aprendizaje, ni la banda ancha o modalidad de conexión necesarios para fines escolares se equipara con las condiciones para chatear o ver historias. Pero esta no es la única razón ni la primera que explica la aparente paradoja. Supongamos por un momento que se logra la conectividad adecuada para el aprovechamiento escolar. Incluso entonces, estaríamos lejos de lograr un “derrame” educativo. La distribución de tecnología por sí no logra el aprendizaje. Más aun, puede conspirar contra ella. El estudio es elocuente en este punto: los principales objetivos que persiguen niños, niñas y adolescentes al conectarse son el entretenimiento y la socialización. 92% chatea, 90% usa redes, 94% mira videos en youtube, 87% mira películas. La proporción desciende a 60% cuando se trata de utilizar la conexión con fines educativos. Sucede en este campo como en la alimentación: es saludable que nuestros hijos ingieran azúcares, pero si el azúcar desplaza la ingesta de otros nutrientes, los exponemos a la malnutrición. Que niños y adolescentes estén hiperconectados a costa de desplazar la actividad deportiva, el juego colaborativo en entornos abiertos, la lectura recreativa o el diálogo familiar revela un problema que trasciende y abarca a la escuela y nos compromete prioritariamente como adultos. La tecnología no es un enemigo, tampoco es un aliado. Pero puede serlo si arbitramos las medidas necesarias. Existen, incluso, plataformas de acceso gratuito para promover la lectura. Si queremos que todos nuestros chicos se inserten al siglo XXI, tenemos que asegurar que poseen las habilidades básicas para su desarrollo pleno. La capacidad de lectura es una de ellas. Démosle un lugar protagónico en la dieta familiar.

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