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» Diario Cordoba
Fecha: 09/05/2025 22:18
Mi fascinación por los sucesores de Pedro viene de lejos. Fuera de la arraigada formación cristiana que empapa la propia formación de esta nación - la conversión de Recaredo en el reino visigodo viene a ser la emulación del abrazo de la cruz por Constantino-, esta motivación se impulsó como motor principal de la trama de mi primera novela. Un escudo papal tenía un papel mayúsculo en los acontecimientos, juego paralelo a la realidad que vivió Pío VI, el obispo de Roma al que ninguneó Napoleón dejando su cuerpo insepulto como de las osadías de imponer sobre la fe la arrogancia del poder y la razón. La poderosa simbología de ese escudo retrataba el soplido del Céfiro o de Eolo -nuevamente la sagaz simbiosis de la Iglesia con el mundo clásico - sobre unos lirios benditos, que era tanto como apelar a los vientos de la Historia. Luego, Pío VII coronó al corso en Notre Dame, y la iglesia volvía poco a poco a devolver al César lo que es del César, achicándose los Estados vaticanos frente a las reminiscencias de los pontífices con coraza, que llevaron a enfurruñarse en su ensimismamiento a los papás decimonónicos hasta que Pío XI - con Mussolini en la otra rúbrica - firmo el Tratado de Letrán. Salgo de mi habitual columna de los martes gracias a la generosidad de este periódico y a una curiosa serendipia. Justo una semana antes de la elección del papa Francisco titulé mi columna "León XIV", empujado por ese sabio engranaje que la Iglesia ha manejado como ninguna otra institución en los últimos dos mil años. Doce años después, en el artículo del pasado martes, volví a apostar por ese nombre, incidiendo en todas las connotaciones que conlleva su elección. Pero quise ser más prudente con el título. Me he alegrado por la elección del cardenal Prevost con el que ha signado su pontificado. El primer León fue el que paró los pies a Atila, una tentación muy grande para buscar los símiles con el actual inquilino de la Casa Blanca. Llegaron muchos "Leones", amigándose muchas veces en la sucesión con pontífices que se llamaron Esteban. León X acogió el oropel de los Medicis. Pero estoy convencido que el nombre elegido por Roberto Prevost quiere homenajear a León XIII, el papa que sin fisurar el hermetismo de la curia, quiso abrir San Pedro a la cuestión social. Defendió la lucha de clases y de alguna manera su impronta bendijo las grandes iniciativas legislativas que se promulgaron en España a principios del siglo XX, como la ley de accidentes de trabajo. León XIII, con su encíclica "Rerum novarum" quiso amoldar el choque de ideologías del siglo a la pátina cristiana. Pero buena parte del siglo XX fue una estéril búsqueda de soluciones conciliadoras que en muchas ocasiones llevaron a la Iglesia a sumarse al victimario, alentando cruzadas y desquitandose con desmanes por apoyar el poder bajo palio, o aportando sus propios mártires como en América con la teología de la liberación. El Espíritu Santo y el demiurgo se concilian en la Capilla Sixtina. León XIV puede recular un tanto en las formas y en las liturgias, pero no así en la senda emprendida por el papa Bergoglio. Esta fumata blanca parece obra de un algoritmo, pero responde a la venerada sensatez de una institución bimilenaria. Los equilibrios. Cuando Trump hace ejercicio de soberbia y narcisismo, le contraponen a un compatriota misionero; que ha hecho de ese Perú y por añadidura de esa Latinoamérica humillada por los neocons su segunda patria. Predicando en Chiclayo, en Piura, en el paisaje costeño que tanto embelesó a Vargas Llosa - en el pueblito de Grocio Pardo se autobiografió un bello casamiento, una literaria historia de amor -. Cuando el partido demócrata estaba en estado de shock, y los migrantes jugaban a las catacumbas en los interminables suburbios yanquis, desde Roma surge un soplo de insolencia, una homilía por la paz y los derechos humanos que consolida la línea del papa Francisco. A León XIV le esperan unos retos tremendos, de la propia dimensión de esta humanidad desorientada por esta tendencia de autocracias e individualismo. Es el céfiro de los escudos de la Roma eterna, la que nos sopla con un frescor nuevo. *Graduado en Derecho, Ciencias Ambientales y escritor
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