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  • Manejar no es un acto automático: la urgencia de incorporar la conducción defensiva

    » Primerochaco

    Fecha: 09/05/2025 05:21

    Por Pablo Aiken – Especialista en Seguridad Vial Cada vez que nos subimos a un vehículo, asumimos una responsabilidad enorme, aunque pocas veces lo pensemos así. Lo hacemos casi en piloto automático: encendemos el motor, tomamos el volante y nos lanzamos a las calles. Confiamos —a veces con una fe ciega— en nuestros reflejos, en nuestra experiencia, y en que nada malo va a pasar. Pero lo cierto es que el tránsito no es un terreno neutral. Es un espacio donde interactúan miles de personas que, como nosotros, tienen apuros, distracciones, emociones cruzadas y, muchas veces, un profundo desconocimiento de los riesgos reales a los que se enfrentan. Durante años hemos culpado a factores externos por los siniestros viales: el mal estado de las rutas, la lluvia, la niebla, la falta de iluminación. Pero los datos son claros y demoledores: el 90% de los siniestros viales tiene como origen el factor humano. Esto no es solo una estadística, es un grito de alerta que nos obliga a cambiar el enfoque. El problema, en su mayor parte, somos nosotros. Y por ende, también la solución. Ahí es donde entra la conducción defensiva. Un concepto que para muchos suena técnico o innecesario, pero que debería ser tan natural como usar el cinturón de seguridad. La conducción defensiva parte de una premisa: no basta con cumplir la ley, hay que prever lo que los demás pueden hacer mal. Es una actitud, una forma de leer el tránsito como si fuera un tablero de ajedrez, donde hay que pensar varias jugadas por delante. Algunos creen que manejar bien es solo cuestión de práctica. Pero practicar algo de forma incorrecta no mejora nada, solo afianza errores. Frenar pisando el embrague, no usar el espejo retrovisor central correctamente, no verificar los puntos ciegos, acelerar en una curva, usar la bocina como escudo o pensar que el intermitente nos da «derecho» a cruzarnos… todo eso forma parte de un cúmulo de malos hábitos que muchos replicamos a diario sin darnos cuenta. Manejar, entonces, no es solo una habilidad técnica. Es un ejercicio constante de conciencia, humildad y control emocional. La conducción defensiva se entrena. No se trata de manejar con miedo, sino con una atención plena y estratégica. Es prever que un niño puede cruzar corriendo entre autos, que alguien puede abrir una puerta sin mirar, que el auto de adelante puede frenar de golpe aunque tenga vía libre. Es entender que las motos, los peatones y los ciclistas no siempre son visibles, pero están. Es aceptar que el que viene en sentido contrario puede estar distraído, o peor aún, alcoholizado. ¿Estamos preparados para reaccionar? ¿Y si no alcanza con el reflejo? Ahí es donde la anticipación se vuelve vital. También es necesario decirlo: vivimos en una cultura vial enferma de impaciencia. Aceleramos en los semáforos como si nos persiguiera el tiempo, insultamos al que va lento, subestimamos los límites de velocidad como si fueran sugerencias opcionales, y naturalizamos maniobras riesgosas porque «todos lo hacen». Pero ese «todos» es el que explica por qué Argentina arrastra, año tras año, cifras inaceptables de muertos y heridos en el tránsito. Frente a este escenario, urge una transformación profunda. No bastan más controles ni más multas, aunque sean necesarios. Lo que necesitamos es una revolución cultural en la manera de conducir. Una nueva alfabetización vial que comience en las escuelas, que se refuerce en las familias, y que se haga carne en cada capacitación laboral, en cada renovación de registro, en cada decisión diaria al volante. El tránsito no debería ser una guerra de egos. Es, o debería ser, una red de cooperación donde la prioridad es preservar la vida. Y eso exige ceder el paso cuando corresponde, mirar dos veces antes de cambiar de carril, bajar la velocidad cuando hay dudas, y sobre todo, no creernos invulnerables. Porque cuando ocurre un siniestro, las consecuencias no se miden solo en daños materiales: se miden en familias destruidas, en vidas truncadas, en culpas que no se borran jamás. En definitiva, la conducción defensiva no es para conductores perfectos, sino para conductores conscientes. Es una herramienta poderosa, accesible y vital. Una actitud que puede marcar la diferencia entre llegar o no. Y esa, quizás, sea la única estadística que realmente importa.

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