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  • Angelo Becciu: el olor a oveja negra

    » Diario Cordoba

    Fecha: 08/05/2025 11:56

    El cardenal católico italiano Angelo Becciu. / . No todos los días puedes llamar delincuente a un cardenal, pero Angelo Becciu ha sido denigrado por su propio club. A diferencia del Tribunal Supremo, que bloquea solícito a Juan Carlos I insultando de paso a quienes se atreven a denunciarlo, el encargado de las causas de santidad fue el primer purpurado sentenciado por un tribunal penal de primera instancia del Vaticano, a la condena casi eterna de cinco años y medio de cárcel. El Papa murió lleno de cardenales. Los moretones que recibió superan en número al centenar de purpurados que nombró en doce años. Pese a que la proliferación favorece la infiltración de la cizaña, un cardenal ladrón sigue siendo un especimen exótico. Angelo salió Diavolo. En las preferencias aromáticas de Francisco, el sardo de saldo despedía un olor a oveja negra, dicho sea sin ánimo de criticar los insuperables tejidos lanares de Loro Piana. La Iglesia es el único ente humano capaz de vender a Francisco como progresista. El extraño piso londinense adquirido por Becciu, con intermediarios y fondos todavía más rocambolescos, contribuye a ennoblecer la figura del Papa que prácticamente escupió de su lado al sumo responsable de las canonizaciones. No expulsaba, retiraba el saludo. El tribunal reforzó la voluntad del Pontífice, al derramar sobre el proscrito una malversación auténtica, no como la calzada a Puigdemont por el Supremo protector de reyes. Paradójicamente, Francisco ha reforzado la fascinación por la curia, mucho más entretenida que la Iglesia de los pobres. De ahí que el trance de mayor suspense, tras el fallecimiento papal, ha sido la insistencia de Becciu en participar en el cónclave. En un personaje de menor fuste, se encajaría la expulsión final en la presión recibida, en el caso del italiano se acabarán conociendo los términos de una transacción que puede reflejarse en la apelación de su condena. Los cardenales poseen un grado de conocimiento personal inferior a los ministros de Sánchez, por poner un caso extremo de anonimato colectivo. Sin embargo, el capelo imprime carácter y transforma a sacerdotes anónimos en focos de seducción. Con todo, habrá que explicar por qué Becciu atrae mayor atención que el limeño Juan Luis Cipriani, acusado con bases sólidas de abusos sexuales y también entrometido en los conciliábulos póstumos. Hay un regusto de 'Schadenfreude' o alegría por la desgracia ajena al denunciar la corrupción de quienes se sienten más inteligentes que los demás, un perfil que se ajusta a Becciu como una sotana bien entallada. Dado que todos los sucesos vaticanos se enlazan con la película 'Cónclave', excelente síntesis de las elecciones papales de 2005 y 2013, el papel del cardenal de Cerdeña se corresponde con el interpretado con su exuberancia natural por Sergio Castellitto. La corrupción vaticana no es un pecado original, encaja notablemente con la perfidia vulgarizada en entornos laicos. En el análisis fisionómico pero también caracteriológico, la cabeza cuadrada y de mandíbula prieta de Becciu concuerda con el linaje de Carlos Ghosn, el presidente brasileño de Nissan y Renault que se fugó en un aparato de sonido tras su detención en Japón. Y por supuesto, la rectangularidad del cardenal proscrito enlaza con el entrecejo permanentemente fruncido de Dominique Strauss-Kahn. El hombre que pudo presidir Francia y el que pudo liderar la Iglesia. Becciu y sus hermanos en la postración, tras la caída desde cimas nevadas, comparten la creencia hegeliana de que los perfiles napoleónicos son ajenos a las leyes humanas. El axioma se cumplió en Juan Carlos I, quizás porque es demasiado inteligente para perder leyendo a Hegel el tiempo que consagró a amasar una fortuna impermeabilizada por el Supremo. El ascenso de Becciu y sus compañeros de infortunio se tuerce siempre en el último tramo. Los cardenales deberían distinguirse por su participación en el cónclave, pero el delincuente se singulariza por su disputada ausencia. A cambio, la fijación con un italiano puro transmite cierto hartazgo con el populismo de los prelados periféricos, ya sea el karaoke del filipino Tagle o el funk del ghaniano Peter Turkson. Esta sección debería exigir un enfoque práctico, y resolver cómo se distingue a un cardenal corrupto. Desde luego que Becciu disimulaba en su añeja entrevista en Ecuador, en un muy pasable castellano, donde laudaba la "disponibilidad" de pago. O en Roma cuando demandaba "severidad" y un "test psicológico" a los seminaristas, por motivos sexuales que no económicos. En ambos casos, solo el entrevistado sabía que era un malversador. Por tanto, la pregunta no es si Becciu encaja a la perfección en su estampa de ‘angelo corrotto’, sino cuántos de su estirpe votan esta semana en el Vaticano.

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