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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 08/05/2025 04:35
El detrás de escena del vestuario de El Eternauta El gamulán que viste a Juan Salvo y resiste los embates de la nevada mortal. El suéter a rayas de Favalli que sintetiza su espíritu acumulador y hogareño. La máscara que resalta los ojos de Darín y lo protege de lo que sea que cae del cielo. Pero también los harapos que encuentran los refugiados de la iglesia, el poncho que abriga emocionalmente a una scout y lo que visten los pasajeros de un tren rutinario camino a lo extraordinario. Desde lo que más resalta hasta lo en apariencia insignificante, cada prenda y cada decisión respecto al vestuario de El Eternauta tiene un justificativo. Y una responsable de llevarlo a cabo. Detrás de estos detalles está Patricia Conta, diseñadora de indumentaria egresada de la Universidad de Buenos Aires, directora de vestuario y responsable de un equipo de 14 profesionales que trabajó codo a codo durante un año. “Soy muy bajo perfil y me excede lo que está pasando con El Eternauta”, admite Patricia en diálogo con Teleshow, en un recreo de sus clases en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Sin falsa modestia, haciéndose cargo del “proyecto que todo el mundo siempre quiso hacer desde diferentes áreas”, como define con precisión a la adaptación de la historieta de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, dirigida por Bruno Stagnaro. Casi sin querer, la docente y vestuarista viaja con sus recuerdos a los inicios de un camino que se fue haciendo al andar. Jamás pensó que todo el mundo iba a hablar de sus diseños. En realidad, tampoco sabía que se iba a dedicar a esto, cuando hace 30 años una casualidad la depositó a cargo del vestuario de Fuego Gris, la obra surrealista de Pablo César con música de Luis Alberto Spinetta. Patricia Conta y parte del equipo de vestuario de El Eternauta (Instagram) El equipo diseñó el vestuario de cada personaje con un motivo particular Sin dejar nunca el ámbito académico, le empezó a gustar cada vez más trabajar en ficciones y se convirtió en una de las profesionales más requeridas en el área. De hecho, dos de los proyectos más taquilleros del último tiempo, como la película Mazel Tov de Adrián Suar y la serie El fin del amor con Lali Espósito, tienen su sello. Pero con nada pasa lo que pasa con El Eternauta. Ni siquiera, ocurría en su imaginación. “Toqué el cielo con las manos cuando me confirmaron, y ahí empezó un trabajo titánico”, explica para resumir casi un año calendario, desde la previa hasta el post, y con 150 jornadas intensas de rodaje. Con un equipo de 14 personas, que en situaciones límite trepaba a 20, Patricia buscó que cada detalle estuviera anclado en lo real y tuvo en claro que su tarea no era vestir a superhéroes musculosos. “Pensamos en hombres y mujeres comunes que podrían ser tu familiar, mis amigos, los pibes que ves jugando a la pelota, el señor que se va a tomar el café al bar”, explica. Para eso, registraron miles de fotografías de escenas de la vida cotidiana. De mañana, de tarde y de noche, en las plazas, las avenidas y las estaciones de tren. Un sustento empírico para darle más verosimilitud a la historia. Dos de los siete gamulanes que hicieron renegar a Ricardo Darín para su papel de Juan Salvo “Más allá de los protagonistas, lo que hay ahí es una decisión de diseño y de estética”, analiza Patricia, con pasión. “Los extras cuentan, y cada una de esas personas que aparece muerta al lado de la vía del tren, para nosotros tiene una historia. Este venía de laburar de la oficina, aquella de ver a su novio, y eso se cuenta desde el vestuario”, ejemplifica, y las imágenes visuales de los cuerpos caídos adquieren una nueva significación. —Es muy interesante cómo dialogan el pasado y el presente durante toda la serie. Más allá de la diferencia temporal de la adaptación, hay guiños constantes en las palabras, en las canciones, en los objetos, y también en el vestuario, que cumple un rol clave en esto. —Sí, este espíritu de que “lo viejo funciona”, que vuelve a tener una segunda oportunidad, es una idea que trasciende a todas las decisiones de la obra. En nuestro caso, como la acción transcurre en casa de Favalli, nos centramos en él y en su mujer y en una construcción real de lo que podía haber en ese placard y en esa casa. Qué actividades podría hacer esta pareja adulta y sin hijos, qué objetos tendría ese señor que es acumulador, que a la vez tiene un pasado como de estudiante relacionado con la ciencia, con la ingeniería, con la física, que arregla cosas. César Troncoso, alias Favalli, con su suéter de época tejido a mano (Marcos Ludevid / Netflix) —Y en ese suéter a rayas que conecta con el dibujo original. —Sí, es bastante icónico en el cómic y lo rescatamos de ahí, pero lo mandamos a tejer a mano. Y en esa cosa de la artesanía, de las manualidades, también se relaciona con el personaje. —También hay una decisión en que Juan Salvo use un gamulán y no un rompevientos con tela impermeable de última generación. —Es que el gamulán cuenta una historia. Se usó mucho acá en los 70 y remonta a algo mucho más primitivo, porque remite al material con el que se vistieron los primeros hombres y mujeres, que es el cuero de animales. Y también te digo que repele bastante la lluvia, a pesar de no tener nada de tecnología. Salís con un gamulán y te mojás un poquito, pero no te empapás. —Darín se quejó mucho del gamulán. ¿A vos te dijo algo? —¡Por supuesto, todo el tiempo! (risas). El día de la presentación, lo encaré porque no quería que se quejara en todas las entrevistas del peso del gamulán y él me dijo que en realidad le echaba la culpa a Stagnaro. “Tendría que aclarar que vos hiciste todo lo posible para que no pesara”, me dijo, y es verdad. Fue un rodaje tan largo que pasamos días de mucho frío y de mucho calor, entonces teníamos siete gamulanes y al que más usaba él le sacamos todo el corderito para que no le pesara ni le diera tanto calor. Obvio que se quejaba, pero lo llevó con mucha hidalguía y creo que se terminó encariñando. Ricardo Darín, la máscara y el gamulán: la constitución de Juan Salvo (Marcos Ludevid | Netflix) —¿Más allá de estas prendas icónicas, ¿cómo se resuelve qué usa cada personaje? ¿Es una decisión tuya? —En general hago una propuesta conjunta, y en este proyecto se trabajó codo a codo con dirección de arte, vestuario, dirección de foto y Bruno Stagnaro, que como director es el que tiene la última palabra. A partir de ahí armamos lo que se llama una prueba de vestuario, en la que al actor o la actriz le probamos opciones dentro de ese recorrido. Puede pasar que no queda como lo habías imaginado, y cambiamos, pero siempre en el mismo sentido. Después de esa prueba de vestuario, se hacen fotos de todo y se vuelve otra vez al director. Y ahí se define. —¿Hay alguna prenda o diseño con el que te hayas encariñado? —Sí, con un poncho para una de las scouts que lo usa en una escena muy representativa. Mandamos a hacer scouting de un montón de frazadas porque yo quería una puntual. La avejentamos y después diseñamos los logos, porque no podía usar cualquiera, y así construimos el poncho. Y ahora me empiezan a llegar mensajes de scouts que me agradecen por representarlos tan bien y eso es muy reconfortante. El hombre de la máscara Además del gamulán, la otra vedette de vestuario es la máscara que lleva Juan Salvo. De hecho, es la portada oficial de la serie, con los célebres ojos de Darín protegidos y alertas, resguardados por un artefacto cuidadosamente diseñados en base a una serie de preceptos. Los bocetos para la máscara de Ricardo Darín “Hicimos unos bocetos que aprobó Bruno y las mandamos a realizar siempre con la idea de que fuera lo más real posible, pensando en qué máscara podría haber rescatado Favalli de algún viaje”, cuenta Patricia, respetando la premisa original. “Queríamos que fuera una máscara donde se pudiera ver su mirada, pero a la vez, que no fuera tan impresionante como las de guerra; que generara empatía y no que asustara”, agrega. Durante el proceso de confección de las máscaras, Patricia pudo unir sus dos pasiones. La vestuarista y la docente confluyeron en un taller para justificar los accesorios para cada personaje, desde los protagonistas principales hasta el último extra. Otra vez, el trabajo artesanal y de campo para no dejar ningún detalle librado al azar. “Primero hicimos un scouting de todos los negocios por donde andaban nuestros personajes, sacamos fotos de los objetos pensando en que podrían haber pasado por ahí y juntado materiales para construirse sus máscaras”, revela la vestuarista. Y comparte la consigna que le dio a su equipo para trabajar en tiempo real: ”Hagamos de cuenta que mañana se termina el mundo, ustedes tienen que salir con una máscara, cada uno hace la suya". Y se pusieron manos a la obra. La salida colectiva, uno de los lemas de la serie, se trasladó entonces a ese equipo de trabajo, que se volvió familia, con la contención, las discusiones y los festejos de cumpleaños propios de todo clan. Las máscaras, un personaje más de El Eternauta Un vistazo a la intimidad del taller de vestuario —Se debatió mucho sobre los aportes públicos o privados para la realización de El Eternauta. Y en la charla destacaste otro foco de análisis que es la cantidad de gente formada en la universidad pública que trabajó en el proyecto. —Mi formación, y la de la mayoría que dirigimos equipos, es en la educación pública; y antes de hacer El Eternauta, todos trabajamos en producciones chiquitas que pudimos hacer porque eran bancadas, y porque había gente que se tomaba el trabajo de pensar que la cultura era importante. No es que salimos de un zapallo, hay un camino recorrido. —¿Cuál es el principal legado de la serie? —Así como creo que el comic de El Eternauta es constituyente de nuestra identidad, esta serie también lo es, porque nuestra identidad tiene que ver con la educación pública también. Te cuento algo, mi hermana es maestra en una escuela pública y ayer me mandó una tarea que habían hecho los chicos de segundo grado. Tenían que dibujar qué querían ser cuando fueran grandes, y uno puso que quería hacer películas con el dibujito de El Eternauta. Con eso, para mí ya es tarea cumplida
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