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» Diario Cordoba
Fecha: 07/05/2025 04:47
Por un papa de nombre Vicente. / EFE He repasado la lista de papas en más de dos mil años de cristiandad y no hay ninguno llamado Vicente. O Vincenzo. Vicente no debe de ser nombre de papa. El papa Vicente. Ni de rey de España. Vicente I de Navarra. O Vicente III de Castilla. No hay. Desde los Trastámara ninguno salió con tal nombre de la pila bautismal o se coronó de tal modo, salvo corrección de los lectores. Ningún Vicente lució el solideo o la mitra. A excepción de Juan, los papas eligen nombres que la mayoría de padres y madres apenas ponen hoy a sus hijos (Gregorio, Benedicto, Clemente, Inocencio, León, Pío, Esteban, Bonifacio, Urbano). Tal vez sea esa la razón. Los papas son padres, aunque de otro modo. No en el sentido conyugal o parental. Por eso huyen de los nombres tradicionales que no pondrían a sus hijos y eligen otros de discutible atractivo léxico, sin temor a la broma fácil del cardenalato. Los papas no tienen hijos, que se sepa, salvo que se apelliden Borja (o Borgia), que eran de la valenciana Xàtiva, donde abundan los Vicentes, allí nombrados Visent o Visanteta. Ahí se perdió una oportunidad, con los Borja. El papa Visent. La Casa de Borja (o Borgia) optó por nombres más de papa que de pueblo llano. Calixto, nacido Alfonso; Alejandro, nacido Rodrigo; Inocencio, nacido Giovanni. La brecha nominal. Poco se habla de ella. Esa brecha separa a los Cayetano o Pelayo o Jimena o Mencía o Covadonga de quienes salen bautizados Kevin o Jessica o nuestros más propios Pepe y Manolo (el papa Manolo) o nuestro no papable Vicente, discriminado injustamente de la nomenclatura vaticana, a pesar de que su origen latino remite a Vincentius o a Vincens, que significa ‘el vencedor’. Papas y reyes han sido vencedores toda su vida, más por sangre y fuego que por padrenuestros y bienaventuranzas, lo que ha procurado que sigan entre nosotros y pasen la mitra o la corona de cónclave en cónclave o de padres a hijos. En los tronos de Europa se han sentado Carlos, Guillermo, Eduardo, Felipe, Juan, Alfonso, Luis, etcétera. O Isabel, Victoria, Sofía, Catalina, Leonor. Pero no Vicente, que se ha quedado para vestir santos. Literalmente. San Vicente Mártir, San Vicente Ferrer, San Vicente de Paúl. Ahí se hace fuerte nuestro Vicente. En España era cosa común bautizar a los hijos con el nombre del santoral de ese día, de modo que tu suerte en la vida se encomendaba a que el nacimiento no cayera siendo festividad de San Sabas, Santa Pelagia, San Petronio o San Crispín. La vida de un hombre podía cambiar desde el mismo día de su nacimiento, según fuera Eutiquiano o Guillermo, aunque Eutiquiano bien podría ser nombre de papa o de emperador de la antigua Roma. Eutiquiano II, el Pacificador. Un pueblo de Burgos convocó hace años el I Encuentro Internacional de Nombres Raros, y allí se presentaron Burgondófora y Filogonio. Ningún Vicente acudió, y en caso de haberlo hecho jamás habría ganado, porque ese nombre navega entre la normalidad del pueblo llano y la excepcionalidad marcada con líneas rojas por cónclaves cardenalicios y casas reales. Con toda naturalidad, padres y madres de España siguen poniendo a sus hijos e hijas Vicente y Vicenta, no tanto como Martín, Mateo, Hugo, Lucía, Sofía o Martina, pero ahí sigue Vicente campando donde va la gente por los fueros de la patria y del Registro Civil. Podremos hablar de igualdad total cuando haya reyes o papas que nazcan o se autonominen Vicente, un nombre noble, sencillo, que ha dado premios Nobel (Aleixandre), artistas eternos (Van Gogh), escritores (Blasco Ibáñez), leyendas del deporte (Del Bosque), actores (Vincent Price). Hay en España más de 106.000 hombres que se llaman Vicente y 27.000 Vicentas esperando su momento de gloria. Vicente ocupa la posición 68 de los casi 50.000 nombres diferentes registrados en nuestro país, luego, no es un apelativo cualquiera, no uno de tantos, no es un nombre raro. Una de cada 316 españoles posee un carné de identidad, un permiso de conducir o una tarjeta de socio de la biblioteca con el nombre de Vicente, no así miembro alguno de la monarquía o, por su vocación cardenalicia, un papable. La monarquía y el papado han desterrado nombres porque sí. Existió la reina Urraca, antaño nombre de fuste. También Alfonso VI le puso Urraca a su hija. La última mujer llamada Urraca en España murió en 2013. Nadie ha vuelto a registrar con tal nombre a una hija. Lo más cercano que la Santa Sede ha estado de sus 1.400 millones de fieles de todo el mundo ha sido con papas de nombre Juan o el último y primer Francisco. Llegará el día de un rey Vicente o una papisa Vicenta, en que la poderosa Santa Sede reduzca la brecha con el pueblo. Entonces comenzaremos a creer de verdad en la igualdad de oportunidades. Bergoglio pudo haber elegido Clemente o Urbano, pero optó por Francisco, en memoria del santo, que fue Pater Comunitatis, de ahí Pa.Co. Y no le fue tan mal.
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