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  • Una brava y seria corrida de Santiago Domecq queda discretamente desaprovechada

    » Diario Cordoba

    Fecha: 06/05/2025 21:48

    Ficha del festejo Ganado: Seis toros de Santiago Domecq, de excelente y muy seria presentación, con más volumen y alzada los tres últimos, y de juego encastado en general. Salvo cuarto y quinto, de menos fondo, desarrollaron una exigente bravura y especialmente el segundo, "Anárquico, número 116, colorado, de 558 kilos, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre. Manuel Escribano, de verde botella y azabache: pinchazo y estocada caída trasera (silencio); pinchazo y estocada baja (silencio). Miguel Ángel Perera, de corinto y oro: estocada trasera y cuatro descabellos (ovación tras dos avisos); estocada atravesada (silencio). Borja Jiménez, de tabaco y oro: pinchazo, estocada corta y tres descabellos (silencio tras aviso); pinchazo y bajonazo (silencio). Plaza: décimo festejo de abono de la Feria de Abril de Sevilla, con lleno en los tendidos (unos 12.000 espectadores) en tarde soleada y con rachas de viento. La muy seria y encastada corrida de la divisa gaditana de Santiago Domecq que salió hoy a la Maestranza de Sevilla se fue al desolladero con todas las orejas en su sitio después de que, por una u otra razón y de manera más o menos evidente, resultara desaprovechada por la terna que la lidió entre discretos silencios. De hecho, sólo hubo una ovación para Miguel Ángel Perera tras matar al segundo de la tarde, justo después de que Anárquico, un serio colorado de finas hechuras, fuera arrastrado por las mulillas alrededor del anillo como premio a una bravura de la que el diestro no acabó logrando trofeos por su poca contundencia con los aceros. Codicioso desde que apareció en el ruedo, el de Domecq, se vino algo abajo en banderillas al ser muy sangrado en varas, pero recuperó pronto su brío en cuanto Perera le abrió la faena por alto. Y ya no dejó de ir a más, tomando con entrega los poderosos trazos que le planteó su matador, al que el viento, por las obligadas pausas, entorpeció más de la cuenta para terminar de someterlo con mayor ligazón. Muy asentado sobre la arena, Perera no se vio nunca desbordado, muy al contrario, sino que no dejó de aplicar su autoridad sobre las bravas embestidas, e incluso alardeó reiteradamente en la distancia corta, ya en el epílogo, ligando circulares y muletazos de ida y vuelta antes de dejar una estocada muy trasera, por eso mismo de efecto retardado, y posteriormente perder un más que probable trofeo con sus fallos con el descabello. Al quinto, un cuajado castaño albardado al que probablemente dañaron dos puyazos de pésima colocación, el torero de Badajoz lo ayudó, al menos a recuperarse, en una faena que, como el toro, no terminó de romper. Ese ejemplar y el serísimo y veleto cuarto fueron los dos de menos fondo de la lustrosa corrida de Santiago Domecq, solo que este tuvo una templada calidad en su forma de embestir que Manuel Escribano trató con suavidad, aunque sin poder ligarle nunca más de tres muletazos seguidos. En cambio, el torero de Gerena no había terminado de acoplarse con el que abrió plaza, al que saludó con una apurada larga a portagayola tras la que dejó ver un entregado galope que atemperó ante una muleta que, por el viento y la falta de precisión del torero a la hora de engancharlas, no contribuyó a que sus embestidas fluyeran con el recorrido que parecían tener. Esa misma seria bravura, la del toro que pide una reciproca entrega de quien se le enfrenta para romper a embestir, tuvo el tercero, al que Borja Jiménez castigó excesivamente en los doblones por bajo con que le abrió el trasteo y en los que ya se vio que el animal respondía mejor y más largo al ser tan exigido, que fue lo que no volvió a pasar a medida que iba yendo a menos. En cambio, a más, a mucho más, fue el encastadísimo sexto, un hondo y cuajado toro que, desde la larga cambiada en chiqueros con que también lo saludó Jiménez, se hizo prácticamente el amo del anillo maestrante, empujando con una potente y verdadera bravura al caballo de picar y, con su codicia, poniendo luego en apuros a la cuadrilla en el segundo tercio. Con el público entregado al espectacular comportamiento del de Santiago Domecq, el joven sevillano le abrió faena con las dos rodillas en tierra, pero tuvo que ponerse pronto en pie para no verse desbordado, en el que iba a ser un visible esfuerzo del que obtuvo escasos frutos, ya que su meritoria quietud no estuvo acompañada del gobierno necesario que hubiera atemperado tanta bravura en los inconcretos muletazos que le aguantó.

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