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Parana » Ahora
Fecha: 06/05/2025 15:48
* A la inversa de las várices en las piernas, el trayecto de las hormigas marcaba un leve hundimiento hasta dejar estrías, líneas bien delimitadas de hacia dónde o desde dónde se podía llegar a un hueco. Un día creí que las montañitas de tierra eran simplemente cascotes agrupados y los pateé. Los bichos me mordieron las plantas de los pies, se engancharon como espinas entre los soquetes de toalla que mamá me compraba en la mercería que se llamaba Las pichinchas. Quedaba cerca del hospital, que estaba al final de la calle San Martín. La calle principal terminaba cuando se enfrentaba a su fachada, como si esas doce o quince cuadras de un extremo al otro de la ciudad terminaran en la boca con la cruz roja. Había olor a alcohol, había un edificio apenas más alto que el resto de las construcciones, había gente que caminaba como marcando otra línea, como yendo a otro pozo. Entrabámos a veces con las maestras que nos llevaban juntos a cumplir el calendario de vacunación, ahí se ponía en evidencia qué madre estaba para acompañarnos y qué compañeros no tenían nunca a nadie que pudiera dejar de trabajar para estar esas horas. Seguramente, a esa edad nuestra lectura era qué feo y qué suerte, qué alivio y pobrecito. Algo que escucharíamos de los adultos y que iríamos incorporando como todo lo que no se elige, una forma de ver el mundo en su primera dermis sin comprender que quizás esos otros padres eran empleados de alguno de los nuestros. El dolor marcaba la cara de Tony que era el más bajito y que tenía cara de viejo, seguramente era desnutrido y recién lo advierto mientras lo recuerdo pasados treinta años. Tenía piojos todo el año en todos los cursos de la primaria que hicimos juntos, después no lo vimos más. Tony era diminuto como una hormiga. * En el fondo de la casa de mis padres había una última pieza. Tenía muebles macizos de mis abuelos que no habían podido entrar en las otras habitaciones de la casa, había cosas que ya no se usaban o que eran de una temporada, las armas de cacería, las agujas de tejidos, las telas y abrigos pesados como yunques. En las casas de mis amigas también había un cuarto destinado a aquello que parecía inútil pero necesario. Las cosas atrapadas entre el polvo y enredadas en telas de araña, toldos enmohecidos, un olor que crecía como una microbiota. El aire espeso que se repetía con variantes según qué microorganismos se estuvieran alimentando. Me acuerdo de percheros con naftalinas envueltas en bolsitas de tul, de caños de piletas que ya no se usaban desde décadas antes, de mesas plegables, de colchones de goma espuma, de yogurteras inmensas como minibares, de regalos del casamiento de mis padres que jamás cambiaron de lugar. Las cosas formaban parte de la casa en silencio, no participaban de las conversaciones, como relegadas a observar cómo el tiempo podría todo, incluso a ellas. * Los silencios estaban dentro de las cosas. Una vez me senté en el ropero de nogal que tenía tallada la puerta y la parte alta con flores que iban deslizándose hacia los lados como cintas de raso cayendo a un barranco. En la oscuridad del mueble y con varias capas de ropa que apretaban como hojaldres apoyaba la palma y dejaba que el pelo se electrizara. En la zona fría de los tapados, apoyaba la cara en el lado interno de la seda y los cachetes parecían volverse párpados, la piel se afinaba. La oscuridad nunca me dio miedo. Los sonidos no sólo eran el crujido por mi peso adentro del armario. Cuando pasaba el tiempo y la madera asumía mi estancia como algo más que tragaba, lograba estar cómoda y escuchaba los pálpitos de las cosas. Como un tambor que está por ser sacudido. Como la vibración que guardan las copas después de una fiesta. Yo sentía que el cristal estaba entre mis huesos, que las astillas se enterraban en las muelas, que la carne y las formas duras de los muebles, que las telas y las cosas sin vida, formaban un aliento. Salía de ahí con mis pocos años junto con las polillas, imaginaba tener alas. En el patio de esa casa siempre había sol. Incluso los días de lluvia de la infancia son claros. Incluso sus recuerdos permanecen en la luz. *
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