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    » Diario Cordoba

    Fecha: 06/05/2025 06:39

    ¿Por qué nos atrae tanto la liturgia de los cónclaves? Podíamos estar días enteros disertando sobre esta poderosa y telúrica imantación, pero me vale una apelación alejada de sesudas teosofías. No se distanciaría mucho de la pregunta que carcomía a la actriz Olimpia Dukakis en ‘Hechizo de luna’ al cuestionarse por la infidelidad de los hombres, al sufrir las patéticas calaveradas de su marido. El miedo a la muerte es la respuesta común; la trascendencia que se hace sublime en la capilla Sixtina, ese pulso entre la brevedad del tránsito mundo y la inmortalidad conquistada por la genialidad del artista. La elección de un Papa es hoy para los hombres la digitación más cercana a la corteza de los árboles, pues nos entronca a los días de Tiberio. Y las perturbaciones de sus concéntricos anillos no son ajenas al propio deambular de Occidente, desde la cruenta santificación de los primeros papas mártires, hasta los pontífices guerreros o el exilio de Aviñón. Hemos visto estos días la bufa insolencia de Trump ataviado como un obispo de Roma, quizá envidiando esa cúspide del poder terrenal de Gregorio VII, que obligó al mismísimo emperador sacro germánico a hacer penitencia con un sayo. La fumata blanca es el momento más mediático de esta elección, pero el nombre elegido por el 267 sucesor de Pedro puede ser indiciario de la línea que marcará su pontificado. No hay medias con la designación elegida y tira más la impronta de los últimos que usaron el nombre elegido. Pío IX tuvo unos arranques aperturistas y Pío X subió a los altares, pero Pío XIII trasladaría a la ciudad y al mundo la visión conservadora del papa que afrontó los desmanes de la II Guerra Mundial y bendijo las ceremonias bajo palio de Franco. En esa línea se situaría un Gregorio XVII, pues Gregorio XVI mal digirió las zozobras revolucionarias del primer tercio del siglo XIX. Clemente XV entroncaría con la serena potestad de los papas ilustrados. Benedicto XVII recuperaría la impronta de Ratzinger, testimoniada en el camauro y los mocasines rojos. Inocencio XIV decaería por la reminiscencia de la película de moda. Escasas e incluso extravagantes posibilidades para aquellos nombres que han tenido una aparición unigénita, como es el caso de Ponciano, Antero, Hormisdas, Formoso o Conón. Urbano IX trasladaría una rotundidad cosmopolita. Bonifacio X tendría que expiar la mala fama de Bonifacio VIII. Paradójicamente, Esteban X sería una elección rompedora, pues hay que remontarse al siglo XI para encontrar a su sucesor. Sería extraño un Francisco II, porque azuzaría a las secciones más conservadoras de la Iglesia. Igual que un Juan XXIV, que invoca subliminalmente a un nuevo Concilio vaticano. Uno apostaría por la doctrina social de un León XIV o el aplomo progresista de un Pablo VII. Si eligiesen al filipino Tagle, no sería extraño un Tomás I. En cualquier caso, descarten la osadía -casi un anatema- de un Pedro II. *Graduado en Derecho, Ciencias Ambientales y escritor

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