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» El Ciudadano
Fecha: 06/05/2025 04:39
Miguel Passarini El amor inconmensurable de una madre puede abrazar a un hijo hasta dejarlo sin aire, hasta que ese abrazo se vuelva insoportable, hasta que la puerta de la casa familiar, ese útero de muros y techos, sea la única salida posible a un conflicto basal y por momentos infernal que desde la mitología griega, pasando por la literatura, hasta arribar al psicoanálisis, ofrece cientos de formas, puntos de vista, ensayos y reflexiones. La versión argentina de La Madre estrenada a fines del año pasado en el porteño Teatro Picadero, obra del notable dramaturgo y realizador cinematográfico francés Florian Zeller (París, 1979), que con El Padre y el El Hijo integra una singular trilogía que va sin eufemismos ni especulaciones al hueso de esos vínculos, pasó el fin de semana con dos funciones a sala llena por el Teatro Astengo. Con un notable trabajo protagónico de Cecilia Roth, que de este modo regresó al teatro luego de varios años dedicada con exclusividad al cine y tras su paso por la versión escénica del ensayo Teoría King Kong, el elenco se completa con Gustavo Garzón (el marido y padre), Martín Slipak (el hijo) y Victoria Baldomir (la pareja del hijo), bajo la dirección de Andrea Garrote. Ana es la madre en cuestión, una mezcla muy confusa de sueño y realidad, por momentos evocativa y en otros horrorosa y desbocada, en un devenir donde todo pasa por el dolor, la angustia y el vacío que le generó la partida de Nicolás, su hijo de poco más de 30 años que se fue a vivir con su novia y que para ella se vuelve algo definitivamente inexplicable. También hay una hija ausente y un marido que se adaptó a esa realidad entre la comodidad y el hastío. Frente a todo eso, Ana, como una bella durmiente sexagenaria que se despierta de una pesadilla, empieza a deconstruir eso que creyó que tenía cimientos sólidos pero que, ante un planteo de tono revisionista y sin solemnidades, se viene abajo dejando al desnudo y en carne viva el declive de lo que, se supone, debe ser una familia “funcional” aunque claramente no existan. A partir de la obra de Florian Zeller, la disruptiva visión de la también actriz Andrea Garrote desde la dirección pareciera buscar alivianar la dureza de los conflictos que plantea el texto original a partir de un sutil corrimiento de una idea de drama trágico a un tono singularísimo de comedia dramática, apostando en todo momento a la notable presencia escénica de Roth, en un trabajo que la expone a situaciones de alto voltaje emocional, muy bien acompañada por el resto del elenco y con una puesta muy despojada, porque si de algo habla La Madre es del despojo. Lejos de buscar juzgar las lógicas que transitan estos personajes que, como un loop, repiten situaciones y discursos agobiantes mientras la depresión y la locura se apoderan de esa madre desesperada, la obra arroja de manera descomunal a la plantea una larga lista de interrogantes respecto de cuál es el rol de una madre frente a ese salto generacional que implica el vínculo con su hijo varón mientras confunde amor maternal con una especie de deseo incómodo que la deja aún más vulnerable, en algunos de los mejores momentos de todo el montaje. Pero además, también a modo de pregunta, La Madre pone en discusión problemáticas intramuros que son propias a todas o casi todas las familias que van aún más allá del llamado “nido vacío” que deja la partida del hijo pródigo, cuando la construcción de esa familia se dio alrededor de ese vínculo y cuando se está ante el momento exacto de la finitud de esa supuesta realidad vincular idealizada. Con culpas y arrepentimientos que llegan demasiado tarde, con el desprecio a lo que fue amor de pareja transformado en otra cosa más cercana a la piedad que cuenta con exactitud la pareja de padres, lo más valioso de esta propuesta, incluso por encima del texto, es el arrojo con el que Roth asume el desafiante compromiso de ponerle el cuerpo a esa madre que camina todo el tiempo por los bordes del abismo con destino a la locura, en un estado de ansiedad e incluso de alienación donde todo lo demás es funcional a ese relato, independientemente del valioso aporte que hace Slipak como el hijo que al regresar ocasionalmente a la casa de sus padres desata una tormenta en esa trama que se desliza hacia abajo como el agua. Bella y dolorosa, con un humor que va de lo pueril a lo cruel, La Madre es en todo momento un material incómodo (enhorabuena) incluso también con un final que ofrece cierto grado de redención para una mujer confundida que pareciera buscar en su hijo un forma de relación que perdió hace tiempo con su pareja, dejando en claro que todo comportamiento posesivo está muy lejos de lo que supone la sanidad de los vínculos.
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