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Parana » Inventario22
Fecha: 05/05/2025 22:21
En el marco del Seminario Internacional Cultura Viva Comunitaria. Una Escuela Latinoamericana de Políticas Culturales, realizado en Ciudad de México, Néstor García Canclini brindó una conferencia magistral en la que abordó los principales desafíos para pensar hoy las políticas culturales comunitarias. Bajo el título “Retos de la cultura viva comunitaria: de los diálogos con las instituciones a las plataformas digitales”, desplegó una reflexión lúcida y provocadora. Ante un auditorio colmado, el filósofo y antropólogo argentino-mexicano repasó el origen del movimiento de cultura viva, trazó vínculos entre las políticas públicas y las prácticas culturales autónomas, y reflexionó sobre los modos en que lo comunitario se resignifica en tiempos de algoritmos y plataformas. Con énfasis en la necesidad de construir formas nuevas de vida en común, afirmó: “Las comunidades se construyen. Y para construir comunidad se necesita apropiarse de territorios, de símbolos, de narrativas. Y también de tecnologías”. Canclini propuso repensar las tensiones entre instituciones y redes comunitarias, e insistió en la urgencia de revisar los modos en que las culturas populares y las experiencias colectivas están siendo traducidas, simplificadas o directamente invisibilizadas en los circuitos dominados por las plataformas digitales: “No nos reúnen como personas, sino como perfiles. No como miembros de comunidades, sino como clientes en un mercado”. La conferencia culminó con un ejemplo concreto: la experiencia brasileña de la Ley Aldir Blanc, una política cultural impulsada desde las redes comunitarias que, durante la pandemia, logró articular a decenas de miles de trabajadores culturales, generar legislación, distribuir recursos y abrir un nuevo horizonte para la política pública. Para Canclini, esa experiencia demuestra que “las tecnologías digitales pueden ser apropiadas desde abajo, para rehacer lo público y democratizar la participación”. Horas después, en una entrevista exclusiva, Canclini trazó su recorrido intelectual y militante, sus primeras aproximaciones al arte popular y las políticas culturales, su lectura crítica sobre el presente latinoamericano y su apuesta --tan ética como pedagógica-- por construir una escuela latinoamericana que articule investigación, práctica y pensamiento. Con una advertencia clara: “No puede haber transformación sin conocimiento. Y no puede haber escuela sin investigación”. --¿Cómo fue que se inició en el campo de las políticas culturales? ¿Cómo se interesó por la cultura como objeto de estudio? --Bueno, yo estudié Filosofía en Argentina y di clases de Antropología Filosófica y Estética, tanto en la Universidad de La Plata como en la de Buenos Aires. Estuve cerca de muchos grupos de artistas que, en los años 70, desarrollaban prácticas innovadoras y experimentales, muchas veces en relación con movimientos populares, barriales, con las villas, con movimientos sociales críticos y políticos. Escribí algunos textos sobre eso, no tanto centrados en políticas culturales, pero sí, por ejemplo, un artículo largo que salió como fascículo en una enciclopedia del Centro Editor de América Latina, que se llamaba Vanguardias artísticas y cultura popular. Tuvo repercusión, porque era un tema que se debatía mucho. Documenté experiencias de muchas ciudades. Después hice un libro, Arte y sociedad en América Latina, donde expandí esa documentación a otros países de la región. Incluí experiencias de Colombia, de Brasil, y por supuesto de Argentina, Uruguay, Chile. Tenía relación con algunos activistas. Eso me dio un material muy rico, mayor que el que manejaba en mis clases. Desde principios de los 70 fui profesor hasta el 74, cuando nos echaron a miles de las universidades de La Plata y de Buenos Aires. Antes del golpe militar, durante el gobierno de Isabel Perón, ya no se podía hablar de estas cosas. Tanto fue así que el libro, Arte y sociedad en América Latina, iba a ser publicado por Nueva Visión. Estaba en imprenta. Un día me lo devolvieron y me dijeron: “No lo podemos publicar”. Yo pensé que era porque había citas de autores marxistas. Pero la explicación principal que me dieron fue que citaba artistas que estaban exiliados o muertos. Ya había censura y proscripciones antes del golpe. Después del golpe intenté quedarme en Argentina. Me fui a Bariloche, traté de ocultarme... Imposible. Muchos compañeros murieron. Entonces vine a México. Y aquí se completó un ciclo, en dos sentidos Yo había enseñado Antropología Filosófica, pero no había hecho trabajo de campo, salvo estas experiencias con artistas. Acá comencé a estudiar las artesanías. Quería ver el otro lado: el arte popular más tradicional, de pueblos originarios. Y eso me llevó a estudiar la enorme política estatal que había en México, que en Argentina no existía. Un desarrollo muy estimulante para documentar y estudiar. Eso fue lo que me hizo entrar al campo de las políticas culturales. --En las últimas décadas hubo una fuerte institucionalización de las políticas culturales, muchas veces con eje en lo comunitario. ¿Qué observó de ese proceso? --Lo comunitario existía mucho antes de que se hablara de “cultura viva comunitaria”. En los años 70 había teatro en la calle, artes visuales colectivas, murales... Alumnos míos de la Facultad de Filosofía de Buenos Aires y de la Facultad de Artes de La Plata trabajaban en barrios obreros, en villas miseria, en Berisso, y lo hacían colectivamente. Eso era arte comunitario. Y había una reflexión sobre todo eso. Por ejemplo, Augusto Boal, que se exilió en Argentina desde Brasil, dio dos clases en mis cursos en Buenos Aires y en La Plata. Trabajaba comunitariamente con los alumnos, aplicando técnicas de teatro del oprimido, de teatro colectivo. Era fascinante. Fuimos muy amigos. Había mucha experiencia de comunicación, a veces subrepticia, clandestina, a distancia. No había internet, pero sí una red entre muchos países de América Latina. Ahora, es cierto eso: en ese momento, las instituciones, aunque hicieran declaraciones como las de la Unesco, no comprendían el impulso transformador ni las nuevas metodologías. Lo de Boal, lo de varios teatreros de la época, lo de artistas visuales como León Ferrari, lo de Tucumán Arde... Había un trabajo muy consistente. Y cuando vine a México encontré algo parecido. En los 70 y 80 también había mucho trabajo en grupo. Y no solo en teatro, que ya de por sí es más colectivo, sino en poesía, poesía mural, poesía visual... Había artistas visuales con obra individual que además formaban grupos. El grupo Proceso Pentágono, el grupo SUMA, el grupo No... había tantos que uno decía: “Vamos a llamarnos grupo No”. Había una energía muy potente en ese sentido. Creo que se fue diluyendo en los 90 con el posmodernismo, con cierta decepción por los fracasos de los movimientos revolucionarios, y con la represión brutal que hubo. También con el neoliberalismo. Esa represión fue muy severa, sobre todo en el Cono Sur y en Centroamérica. Lo de Guatemala fue cruel. Hubo experiencias que desalentaron continuar, o directamente mataron a los artistas. Muchos se exiliaron, se desconectaron. Y ahora eso se está retomando, aunque en condiciones muy difíciles. Por ejemplo, hay lugares en México donde hice trabajo de campo cuando llegué, poblaciones artesanales indígenas, a las que hoy no podría entrar. En Michoacán, por ejemplo. Entonces hay que repensar esas condiciones. No es que desaparece la acción comunitaria, sino que se refuerza de otra manera. Enfrenta nuevos desafíos. --¿Cree que hoy América Latina tiene capacidad de incidir en los debates globales como en la Mondiacult del ’80? --Creo que hay posibilidades, pero hay que considerar varios factores. Uno de ellos es el debilitamiento de los organismos internacionales. Y no hablo solo de la Unesco. Vimos lo poco que pudo hacer la OMS durante la pandemia: actuó como pudo en muchos países, ayudó a entender ese proceso tan desconcertante y contribuyó con la investigación, sí, pero con muchas limitaciones. La ONU también enfrenta serias dificultades frente a las múltiples guerras de hoy: Israel contra los palestinos, Ucrania, o incluso guerras menos visibles como las de los cárteles, que son ya organizaciones transnacionales. Hay cárteles mexicanos que operan en 52 países. Entonces, ¿dónde están los organismos internacionales capaces de ofrecer cierta gobernabilidad global? Vemos intentos torpes de crear gobernabilidad, como los de Trump, diciendo: "Este territorio va a pasar a formar parte de Estados Unidos", proponiendo cambiarle el nombre al Golfo de México, a Groenlandia, al Canal de Panamá. Son muchas acciones simultáneas que más que construir gobernabilidad, debilitan aún más el orden internacional. Y en realidad deberían ser los organismos multilaterales los que contribuyan con respuestas estructurales. Me alegra que ahora haya una nueva reunión sobre políticas culturales. La necesitamos. Necesitamos acciones ante descomposiciones graves: en la cultura, en la conectividad, en las relaciones sociales, en las plataformas digitales, en la salud, en la ecología. ¿Dónde están los organismos internacionales encargados de frenar el extractivismo, de ponerle límites al neoliberalismo y sus acciones devastadoras sobre la naturaleza? Estamos en un mundo que se extingue. Los océanos van a subir, y eso va a hacer desaparecer territorios, obligar a millones a migrar. Se necesita una gobernabilidad mundial más que nunca. Pero por ahora vemos muy pocos actores --ni siquiera actores nacionales-- con capacidad de intervenir. Creo que tenemos que asumir esta situación, no resignarnos ni caer en la decepción, sino ver cómo reactivar fuerzas sociales que sí se están movilizando. En muchos países europeos, en América Latina, incluso en Estados Unidos. Después del primer mes de desconcierto que generó Trump, hubo respuestas. Hace unos días hubo movilizaciones en más de 100 ciudades de Estados Unidos. Vemos protestas en las universidades, muy reprimidas, sí, pero también muy presentes. La indignación existe. Lo que falta son formas nuevas de cohesión, comunicación y activación que respondan a estas condiciones. --¿Todavía cree en la capacidad de la cultura para sostener una potencia transformadora? --Sí. Creo que algo que podemos destacar, en la línea de esta Escuela Latinoamericana de Políticas Culturales, es justamente la necesidad de formar, quizá no una escuela en el sentido de edificio, bancos y sillas, sino una corriente, una tendencia coherente que articule las múltiples experiencias locales y regionales. Y creo que sí, que hay una perspectiva latinoamericana viva. Que ha continuado en estos años. Entre los 80 y los 2000, me acuerdo, varios de los que fuimos parte de aquellos estudios sobre cultura, que acompañamos movimientos sociales y artísticos en los años 60, 70 y 80, de repente encontramos que algunos llegaban a ministros de Cultura. Ticio Escobar en Paraguay, Hugo Achugar en Uruguay, Luis Peirano en Perú. Incluso en Chile, o en la generación siguiente. Hay una continuidad, y varios de los que formábamos el Grupo de Políticas Culturales de Clacso en los años 80 y 90 seguimos vinculados con quienes trabajaron en la gestión cultural en años siguientes. El hecho de que ahora una red quiera institucionalizarse en el sentido de crear una escuela me parece muy valioso. Es necesario. Y ahí hay algo que para mí es clave, que es la investigación. Necesitamos investigar las nuevas realidades, las poblaciones que actúan de otro modo, los jóvenes que viven en la precariedad y piensan el mundo de manera distinta. No solo distinta de quienes venimos del siglo pasado: distinta también para quienes hoy tienen 40 años. Tengo colegas en el posgrado de Antropología en México que me dicen: “Tengo 50 años y no entiendo lo que dicen mis alumnos. No sé por qué lo dicen, ni por qué hacen las elecciones que hacen”. Entonces, necesitamos comprender. Y eso requiere investigación. No puede haber escuela sin investigación. No puede haber transformación sin conocimiento. Y no podemos transformar si no entendemos mejor esta etapa que implica un cambio radical. --¿Cómo ve el actual proceso en la Argentina que parece confirmar la idea de que la historia se repite, primero como farsa y luego como tragedia? Estamos atravesando una situación muy compleja en lo político, en lo institucional, en lo económico. ¿Qué piensa? --Lo que se dice habitualmente ya está publicado. Hay varios libros que he leído que ya dicen lo que yo podría decir, y en muchos casos lo hacen desde adentro. La mayoría tiene más competencia y más experiencia directa. Ahora bien, hay algunos aspectos que se dicen menos. O mejor dicho, se dicen, pero se oyen menos. Y uno es, para mí, la necesidad de autocrítica. No solo en Argentina, sino en todos los movimientos de izquierda en América Latina. Hubo políticas que fracasaron. Es triste que, en muchos países, lo que se encuentra en los movimientos de oposición es un gran ensimismamiento: discusiones centradas en la minipolítica doméstica, en la pelea por ver qué caudillo, qué líder va a hegemonizar la próxima etapa. ¿Quién va a ser presidente? ¿Quién va a ser presidenta? Pero la gravedad de lo que está ocurriendo no permite eso: aumento de la pobreza, desempleo y precariedad, violencias atroces de cárteles y algunos gobiernos, desmantelamiento de instituciones de salud, científicas y culturales. Esto también pasa en México, aunque de otra manera, porque la composición partidaria es distinta. Pero frente a la crisis global, y con Estados Unidos tan cerca, las peleas internas por cuotas mínimas de poder resultan mezquinas. Más aún cuando ese poder puede ser amenazado por actores externos o por la misma crisis global. Y no digo que haya que unirse sin más bajo cualquier consigna. Más bien hay que reflexionar críticamente acerca de dónde venimos y cuál es la agenda necesaria hoy. Veo que algunos están empezando a hacerlo en Argentina, pero hace falta más. Si Milei está hoy en el gobierno es también porque los gobiernos anteriores fracasaron. Porque generaron un enorme descontento. No supieron atender demandas que estaban ahí, a flor de piel. Aumentó la pobreza. La inflación creció escandalosamente. Aumentaron las razones para estar insatisfechos con la política. Aunque una fuerza política pueda llenar una plaza, el descontento sigue ahí, y hay que tomarlo en serio. Eso es clave para lo que está ocurriendo hoy. Y para lo que puede pasar mañana.
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