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Parana » AIM Digital
Fecha: 04/05/2025 16:25
"Creo que el esfuerzo humano no tendrá un efecto apreciable sobre la humanidad. El hombre ahora es más activo, no más feliz ni más sabio de lo que era hace 6000 años". La frase es parte de una carta de Edgar Allan Poe -posiblemente el único genio universal estadounidense (es una opinión sin otra base que su obra)- a un amigo. Antes había dicho no creer en la perfectibilidad humana (un tópico muy meneado por el progresismo) sino más bien en la capacidad de repetir los mismos errores en diferentes épocas. Poe, con su prosa de precisión quirúrgica, que ninguna cantidad de mosto podía enturbiar, propone sus afirmaciones solo como creencias, porque no se pueden probar. Pero da un número redondo: 6000 años, cifra que tiene un significado sobresaliente en las concepciones cíclicas de la historia. Sugiere que antes de esa fecha es posible que haya habido una humanidad más sabia, la que construyó las pirámides; o más feliz, la que vivía en comunidad. Poe contrapone la felicidad y la sabiduría a la actividad, a la agitación, como todo el saber tradicional. El tiempo es un concepto muy elusivo, que a pesar de todos creemos controlar con solo interrogar al reloj para saber cuánto falta para que se cumpla el horario laboral o para que salgan los niños de la escuela. Sin embargo, el pasado no existe sino en la medida en que la memoria puede traerlo al presente y crear en ella un desdoblamiento que nos traslada ilusoriamente a lo que fue. Lo mismo para el futuro, que está en la imaginación aquí y ahora pero permite volar en un espacio ficticio. Góngora dijo con maestría insuperable que el sueño, autor de representaciones, en su teatro sobre el viento armado sombras suele vestir de bulto bello. Pero por mucho que creamos soltar las ataduras, esos bultos bellos están sujetos al presente, que contiene toda la realidad. A lo largo del tiempo ha habido muchos tiempos, en realidad tantos como seres humanos con capacidad para formular doctrina sobre él, que de todos modos no son tantos. El tiempo que vivimos está partido en pasado, presente y futuro, es el tiempo lineal de la política y la vida social, que algunos remontan a San Agustín, que rechazó el tiempo circular para hacerlo marchar en línea recta desde el paraíso terrenal en el comienzo a la Jesuralén celeste en el final. Otras visiones del tiempo son las del eterno retorno, que trata de poner límites al infinito y obligarlo a repetirse, el “Carpe Diem” latino, que sabiamente invita a vivir cada momento como si fuera el último; o el "no tiempo" que transcurríamos sin la menor noticia 100 ó 1000 años antes de nacer, o transcurrirá sin nosotros 100 ó 100.000 años después de morir. Otra idea, quizá menos novedosa pero posiblemente más peligrosa es el tiempo de la modernidad y la posmodernidad, donde campea el mito del progreso, que da forma a toda la civilización hoy en día. El tiempo, para semejar un valor homólogo al de la economía que tomó las riendas y donde el valor es rey, debe mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Pero lo que está pasando con el tiempo como aliado natural del progreso es algo así como un fracaso: habrá que intentar con otra cosa tan pronto se pueda. El progreso como horizonte vino a parar en exponencial concentración de riqueza de pocos y miseria de muchos, destrucción de la naturaleza y el consiguiente peligro existencial, el agotamiento de la cultura y su conversión en instrumento de dominio. El progreso prometido es ahora huída hacia adelante, un adelante envuelto en niebla densa que no deja ver casi nada. Como se reitera a través de la historia, que son los retazos del pasado que puede recoger el presente, el progreso y el retroceso se siguen uno a otro. Cuando la situación colapsa y las cosas pasan de castaño oscuro, en general en la noche profunda aparecen las claras de la aurora y sale el sol. Posiblemente de la misma manera el ser en gestación a partir del no ser en cierto momento advierte, percibe; luego nace, crece y comprende antes de volver a donde salió. De la Redacción de AIM.
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