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» El litoral Corrientes
Fecha: 03/05/2025 10:08
*Por José Luis Zampa El concepto de autoría mediata, en el derecho penal, asigna la principal responsabilidad de un hecho criminal a quien lo ideó, planificó y finalmente se sirvió de un tercero -que por lo general ignora el trasfondo- para la consumación material de su malicia. La tragedia en la que una joven pareja correntina perdió la vida al ser embestido su auto por un camión semirremolque en una zona de altísima peligrosidad como es la ruta nacional 12, en el tramo que va del Águila a la Eragia, no encuadra técnicamente en el argumento enunciado al comenzar este análisis, pero sí permite comprender el nexo de causalidad entre la paralización de la obra pública, el riesgo que esa indiferencia estatal crea y los resultados mortales que de tales peligros derivan. No hay estadísticas fiables sobre la cantidad de muertos y lesionados con secuelas graves que resultan de los siniestros registrados en las rutas menos seguras o más deficientes del país, pero no son necesarias para saber, por simple observación empírica, que una enorme cantidad de acontecimientos traumáticos derivados de colisiones y vuelcos son atribuibles a las condiciones de una red caminera en estado literal de abandono. En el plano general, las carreteras de simple mano (un solo carril para cada sentido de circulación) que atraviesan miles de kilómetros del territorio nacional son una trampa mortal para cualquier automovilista. Basta con representarse mentalmente la posibilidad de que uno de los dos conductores enfrentados cometa un error de distracción, pestañee de sueño o haya bebido unas copas para vislumbrar una consecuencia fatal que muchas veces se hace realidad: el choque frontal solapado. Cuando dos automóviles chocan de frente pero solamente concentran la fuerza de sus respectivas inercias en un único punto de toda la superficie delantera (esquina con esquina de ambas trompas), el impacto es devastador al punto de que prácticamente no quedan chances de sobrevida para los conductores. Lo grave es que las condiciones ideales para que este tipo de siniestros se produzcan se hallan expandidas a lo largo del 90 por ciento de la red vial argentina. Verbigracia: nuestro país cuenta con unos 40.000 kilómetros de rutas pavimentadas o asfaltadas, pero sólo 1.500 kilómetros son autopista y 2.800 kilómetros son autovías. Todo lo demás es de calzada simple, con lo cual cada vez que un automóvil pasa cerca de otro en dirección contraria (máxime si es un camión o un bus de pasajeros), por un par de segundos, los ocupantes flirtean con la muerte. Muchas veces la parca se aleja por imperio del destino, sin apoderare de ninguna vida. Pero en otras ocasiones pasa lo que no debía pasar. Ocurre lo indeseado. Se vuelve realidad el peor de los finales y, ante lo irremediable, afloran los debates, disparadores de cientos de especulaciones que no aportan más que distintos caminos para llegar a una conclusión irreductible, tan verdadera que asusta: estamos librados a nuestra suerte. La defunción instantánea del matrimonio integrado por Gastón Exequiel Escobar, de 24 años, y su esposa, Hilda Luciana Rajoy, de 23, golpeó los sentidos de una sociedad atada a las pantallas, que de pronto comenzaron a repetir a escala viral las imágenes del Peugeot 208 modelo 2015 con el que ambos jóvenes pensaban viajar en el fin de semana largo. Para eso habían acudido al taller de revisión técnica ubicado sobre la ruta 12, mientras la pequeña hija de la pareja (menor de dos años) quedó al cuidado de familiares. Gastón pagó el arancel de 65.000 pesos que le costó pasar por los controles del taller Norte Grande. Contento por haber aprobado las verificaciones, junto con Hilda, puso camino a su domicilio particular del barrio Loma Linda. Pero nunca llegaron. Al subir a la calzada, el pequeño Peugeot mordió la banquina y en un intento por corregir la trayectoria de su conductor, salió disparado hacia la izquierda (el cuadrante este de los puntos cardinales). En ese momento, se aproximaba al curvón un camión de la empresa Central Argentino que le dio de lleno al auto de menor porte. ¿Por qué? Una suma de riesgos concurrentes sin dudas. Pero, entre todos esos factores alineados para el martirologio, sobresale el dato abrumador de que la autovía capitalina permanece inconclusa desde hace ocho años. La sangre derramada por Gastón e Hilda encuentra un causante indubitado en una obra pública sin terminar por sucesivas administraciones nacionales. ¿Qué significa una autovía incompleta? Una acumulación de peligros, un laberinto de empalmes, una retahíla de desvíos provisorios que se han convertido en parte de un paisaje naturalizado, en el que vivir o morir son derivaciones potenciales constantes, cual ambas caras de una misma moneda. ¿Iba el camionero a mayor velocidad de la aconsejada por la prudencia? Posiblemente. ¿Se distrajo el conductor del Peugeot al tocar una banquina despareja y llena de pozos? Quizás. Pero entre lo posible y lo probable hay un abismo de diferencias. Veamos: si bien es posible que la causa primaria haya tenido relación con errores humanos, es altamente probable que Gastón e Hilda hubieran podido continuar con sus proyectos de vida si no hubiera sido porque el Estado dejó de hacer aquello para lo cual fue creado: obras en beneficio y en protección de sus habitantes. En ejercicio hipotético podemos afirmar que en la vieja ruta 12 Gastón pudo haberse salido del asfalto, pero con altas chances de recuperar el control de su auto a los pocos segundos porque en la antigua configuración de la tradicional vía de acceso a la capital correntina había dos banquinas perfectamente accesibles. Para que se entienda: antes había vías de escape, ahora (y desde hace varios años) la ruta antigua cuenta con una calzada paralela que permanece anulada y separada por el sistema de protección conocido como barrera “New Jersey”. Las divisiones tipo “New Jersey” fueron concebidas para separar bandas de circulación opuestas en carreteras multitrochas. Pero dada la paralización de la autovía correntina, estos muros de hormigón bordean la calzada justo donde debería estar la banquina oriental. Por lo tanto, los automovilistas que tienen la desgracia de rozarla o embestirla son devueltos al medio de la cinta asfáltica convertidos en chicanas móviles, meras masas mecánicas arrojadas a la ruleta rusa por fuerzas físicas irresistibles. Es lo que le pasó al Peugeot destrozado. En el derecho no se acostumbra, salvo excepciones, trazar cursos causales hipotéticos. Pero en homenaje al matrimonio empujado al vórtice del averno a las 10,30 de la mañana de aquel fatídico martes 29 de abril, lo aplicamos con crudeza: si no hubieran estado colocadas (como siguen estando) las barreras “New Jersey”, el Peugeot 208 de Gastón e Hilda no hubiera rebotado contra el cemento y no hubiera quedado en medio de la trayectoria del semirremolque que terminó aplastándolos. Una obra sin terminar de la envergadura de una autopista es infinitamente más peligrosa que una ruta de simple vía. Esas barreras dejaron a Gastón e Hilda encajonados en un mosaico mortal. Y ambos, ténganlo por seguro, fueron conscientes de su horroroso final segundos antes de ser atropellados por un camión que jamás hubiera podido frenar a tiempo. Radica allí la importancia sustancial de un Estado presente. En tiempos de pregones anarcocapitalistas, la confabulación diabólica que dejó huérfana a una pequeñita de un año y medio que todavía espera a mamá y papá, encuentra sus causas de fondo en la decisión gubernamental de no continuar con la hechura de una autovía que ya nadie espera en una dimensión alguna vez teorizada por Charles Darwin. El darwinismo describe un mundo donde todos sobreviven por obra y gracia de sus habilidades individuales, simplemente porque son más aptos o tienen mejor suerte. El estudio del célebre científico británico es conocido como principio de selección natural de las especies, una explicación naturalística de por qué muchos de nosotros estamos condenados a morir si la institución social llamada Estado deja de cumplir con su rol.
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