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» Diario Cordoba
Fecha: 03/05/2025 02:24
El pasado fin de semana, la Universidad de Córdoba fue el epicentro de la trigésimo octava edición de la Olimpiada Española de Química. Organizado por la Real Sociedad Española de Química y con la coordinación del Prof. Manuel Blázquez, de la Facultad de Ciencias, este evento no solo celebró la destreza intelectual de 125 jóvenes talentos, sino que también reafirmó la posición de la química como gran pilar del conocimiento científico. La química investiga la composición, estructura, propiedades y transformaciones de la materia, mediadas por relaciones, interacciones y reacciones. Pero esta definición, aunque precisa, no captura la profundidad de su alcance: la química es, ante todo, una exploración de las fronteras donde los átomos y las moléculas se encuentran, ahí donde sus superficies electrónicas dictan los destinos de la unión, la repulsión o la transmutación. Los enlaces químicos, ya sean covalentes, iónicos o intermoleculares, no son sino coreografías de electrones, esos agentes inquietos que, en las capas externas de los átomos, negocian las leyes de la afinidad química. Cada reacción es un drama representado en la periferia atómica. Esta primacía de lo superficial en la química trasciende lo técnico para adquirir una dimensión casi metafísica. La reactividad química no reside en el núcleo sino en la corteza donde los electrones, como centinelas de la materia, determinan las posibilidades de interacción. Así, la química revela una verdad inapelable: lo que define la materia, lo que la transforma, no es su interior, sino su exterior; no su corazón sino su piel. En un giro irónico, esta centralidad de la superficie desafía las nociones cotidianas de superficialidad, un término que la cultura popular asocia con lo trivial. La química, sin embargo, nos exhorta a reconsiderar esta percepción: las superficies son los sitios de la trascendencia. Tomemos el grafeno, cuya estructura bidimensional, expuesta en la conferencia inaugural por el Dr. Nazario Martín, ilustra cómo una sola capa de átomos puede superar en resistencia al acero y en conductividad al cobre. En la bioquímica, las superficies de las proteínas son las que catalizan reacciones vitales o, por el contrario, desencadenan patologías si se alteran. La química nos enseña que lo superficial no es banal, sino fundacional; que en los puntos de contacto entre partículas se forjan las realidades más profundas del cosmos. La Olimpiada de Química no solo puso a prueba las capacidades analíticas de los estudiantes, sino que también encarnó esta fascinación por las fronteras de la materia. Los participantes representan una generación comprometida con desentrañar los misterios de las interacciones químicas. Como destacó el consejero José Carlos Gómez Villamandos, su dedicación a la química y otras disciplinas STEM (ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas) augura un relevo generacional que continuará expandiendo los límites del conocimiento científico. En el habla de la cultura popular, la expresión «este alimento tiene químicos» se pronuncia con desconfianza, como si la química fuera una intrusa artificial en la pureza de lo natural. En contraste, decir «entre ellos hay mucha química» evoca una conexión profunda, casi mágica. Esta dicotomía revela una incomprensión fundamental: todo es química. Los «químicos» en los alimentos son moléculas, tan naturales como las que componen nuestro cuerpo; la «química» entre personas es, en última instancia, un reflejo de las interacciones moleculares que sustentan la vida. La química nos invita a reconciliar estas contradicciones, a reconocer que su estudio no solo desvela las superficies de la materia, sino también las profundas conexiones que explican lo que somos en el fondo. *Profesor de la UCO
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