01/05/2025 14:44
01/05/2025 14:44
01/05/2025 14:43
01/05/2025 14:43
01/05/2025 14:43
01/05/2025 14:42
01/05/2025 14:42
01/05/2025 14:40
01/05/2025 14:40
01/05/2025 14:40
» Diario Cordoba
Fecha: 01/05/2025 08:47
Vi a mucha gente durante el apagón del 28A. Algún día toda la tecnología se irá así y nadie sabrá arreglarla, pero no era esa día. Pensé con simpatía en la gente a la que la fatalidad le soluciona un problema: el que necesitaba un día más para entregar un trabajo o preparar un examen, la que no quería hacer un viaje y pudo no hacerlo, los que evitaron la muerte que les esperaba en Samarra. En Córdoba somos incapaces de incorporarnos al carril que nos toca en avenida de América con Gran Capitán, pero podemos circular sin semáforos con gran cortesía, porque los españoles somos así: buenos cuando las cosas van mal y malos cuando van bien, y si todos los vientos los tenemos a favor el corazón se nos hace basura. Somos un pueblo de penitentes. Nos tomamos -el trance fue breve- el asunto con ligereza, y oí a gente muy distinta, en distintos sitios, proponer una barbacoa en el Arenal, experimentar la nostalgia de baja intensidad de no tener tecnología que nos aísle (algún tiktokero con el mono también había) y preocuparse por la comida de la nevera. Lo normal. Los bares estaban cuajados: lo normal. O podemos resolver el problema en la mesa de una terraza o hay que sacar al ejército a la calle, con aquella cada vez más incómoda exhibición del confinamiento. Nadie esperaba gran cosa de la política, que no hizo gran cosa, ni antes ni después: lo triste y normal. Pensé en «Los terrores del año mil» y en mis doce máquinas de escribir (útil pedrada personal) listas para trabajar y entregar en fecha la columna. Sé que la Hermes funciona porque Vera echó con ella la tarde de ayer. *Abogado
Ver noticia original