29/04/2025 23:13
29/04/2025 23:12
29/04/2025 23:12
29/04/2025 23:11
29/04/2025 23:11
29/04/2025 23:11
29/04/2025 23:10
29/04/2025 23:10
29/04/2025 23:10
29/04/2025 23:06
» Diario Cordoba
Fecha: 29/04/2025 17:44
Fue un acto solemne, en el que abundaban académicos y políticos con sus trajes formales y sus firmes apretones de mano. Pero cuando Serrat salió a cantar a Machado, la voz ya escasa y una memoria que le fallaba y que le llevó a interrumpir Retrato para sacar unos papeles con la letra y poder seguir adelante, cualquier solemnidad quedó desterrada y fue la emoción la que invadió el salón de actos de la RAE. Había abierto boca antes el actor José Sacristán haciendo de quien, según el presidente de esta institución, Santiago Muñoz Machado, sigue siendo, "el poeta más celebrado de los últimos 70 años, y también el más querido". El homenaje que brindaba este martes al sevillano la Real Academia Española era casi el ingreso que no llegó a materializarse en su día, a pesar de que Machado fue elegido en 1927 para ocupar el sillón ‘V’ de la institución y de que escribió un discurso para ese ingreso que no llegó a leer nunca. Era una de esas grandes ocasiones en la RAE. No estaban esta vez los reyes, pero sí rostros conocidos como los que ocupaban las bancadas de los académicos: los viejos rivales Luis María Ansón y Juan Luis Cebrián sentados juntos, el Premio Cervantes 2023 Luis Mateo Díez, y otros como el exdirector Víctor García de la Concha o Carme Riera. En la primera fila, junto a la infanta Margarita de Borbón se instalaban el propio Serrat y la presidenta del Congreso, Francina Armengol. Estaban también Juan Carlos Rodríguez Ibarra, María Dolores de Cospedal, Marta Rivera de la Cruz e Íñigo Méndez de Vigo. Y por supuesto Alfonso Guerra, comisario de la exposición que estos días inaugura la RAE en torno a los dos hermanos Machado, Antonio y Manuel. También Gregorio Marañón, presidente del Teatro Real, que decía a este diario poco antes de empezar que no solo la Academia tenía una deuda con Machado, "la tenemos todos", celebrando especialmente que estuviera allí Serrat para poner música al acto. Oficiaba como anfitrión el presidente de la RAE, Santiago Muñoz Machado, que en el discurso con el que se inició el acto decía que "hemos aprovechado el poder creativo de la memoria, tan del gusto de Antonio Machado, para soñar esta tarde otra vez con su ingreso". Hablaba después de cómo ambos hermanos, Antonio y Manuel, fueron los dos elegidos académicos de esta casa, y de cómo la Guerra Civil les separó, convirtiendo a Antonio en un firme defensor de la República, hasta las últimas consecuencias, mientras dejaba involuntariamente a Manuel "transformado en un franquista aparente y sin resquicios" que, él sí, ejercería como académico hasta el final de sus días. Enumeró después Muñoz Machado sus hipótesis sobre por qué Antonio no llegó a ingresar nunca en la RAE. La primera, que su honestidad le impidió hacerlo porque consideraba que Primo de Rivera había impedido el ingreso de su rival, Alcalá Zamora, al que el dictador detestaba. La segunda, relacionada con su trabajo: que el éxito literario y teatral de los dos hermanos en la época en que debía ser nombrado lo tuviera ya ocupado. También su actividad política: en la Agrupación al Servicio de la República con Ortega, Marañón y Pérez de Ayala; y más tarde en la Alianza de Intelectuales Antifascistas. La última, que en 1936 el Frente Popular solicitó al Gobierno de Azaña la supresión de todas las academias y la creación de un Instituto Nacional de Cultura como el francés, algo que ese gobierno, al que Machado apoyaba, terminó llevando a cabo. También recordó Muñoz Machado los homenajes anteriores al poeta en la Academia, o casi. Cuando en 1979 poetas como Caballero Bonald, Celaya, Ferreiro o Ángel González intentaron, sin éxito, leer su discurso en la Academia (lo acabaron haciendo en la calle), o cuando en 1989 consiguió hacerlo el poeta y académico García Nieto pero el director Manuel Alvar no trató la obra de Machado con muchos miramientos. También el discurso de ingreso de González en 1997, que centró en el poeta sevillano. "El discurso de don Antonio se ha convertido en un símbolo literario y en una pieza compendiada de su pensamiento", decía el director de la RAE antes de dar paso al actor José Sacristán para que leyese parte de lo que debió leer Machado en 1931, cuando tendría que haber ingresado y no lo hizo. “Perdonadme que haya tardado más de cuatro años en presentarme ante vosotros. Todo ese tiempo ha sido necesario para que venza yo ciertos escrúpulos de conciencia”, arrancaba un Sacristán transmutado en Machado. “Me habéis honrado mucho, demasiado, al elegirme académico, y los honores desmedidos perturban siempre el equilibrio psíquico de todo hombre medianamente reflexivo”, seguía. Se presentaba el poeta en su discurso como un hombre “poco sensible a los primores de forma, a la pulcritud y pulidez del lenguaje”, y se lo decía, o se lo debería haber dicho, como este martes se lo decía Sacristán, a una institución que tiene por lema desde su fundación “Limpia, fija y da esplendor”. El Machado estudioso de un folclore al que amaba por herencia de su padre, el defensor del habla y de los cantos espontáneos y arraigados a la tierra dejaba clara su preferencia por otro tipo de lenguaje más popular. “Lo bien dicho me seduce solo cuando dice algo interesante, y la palabra escrita me fatiga cuando no me recuerda la espontaneidad de la palabra hablada”. Sin embargo, reflexionaba después Machado sobre nombres irrefutables de la literatura y el pensamiento como Proust o Joyce, sobre Ortega o Spengler. Se quejaba de que "los poemas modernos están excesivamente lastrados de pensamiento conceptual", evocaba la revolución francesa y alertaba del "germanismo" de tipos como Goebbels. Y casi concluía diciendo que "el genio calla porque nada tiene que decir cuando el arte vuelve la espalda a la naturaleza y a la vida". En la RAE, al discurso de ingreso siempre le responde otro por parte de un académico. Siempre se ha creído que al de Machado le habría debido responder Azorín, y explicaba las razones el dramaturgo y académico Juan Mayorga, al que le tocaba interpretar el papel del autor de La voluntad. "Quizá lo habría hecho porque fui uno de los firmantes de su candidatura, porque insistía en su elección y porque algunos hechos literarios nos han acercado a lo largo de la vida". Y recordaba por ejemplo el amor que ambos autores sintieron por Castilla y sus paisajes. A Alfonso Guerra, que intervino después, le tocó defender su exposición, dedicada a los dos hermanos, de los que dijo que eran "dos grandes poetas, no un gran poeta y un poeta menor", y resumió las vicisitudes biográficas no solo de ellos, sino de toda su familia, con poderosos antecedentes intelectuales ya desde sus abuelos. Subió entonces Serrat al escenario con cierta dificultad, le siguió el pianista Ricardo Miralles, agradeció la invitación a la Academia y, sin apenas hablar más ("benditos sean los que hacen de la poesía un arma cargada de futuro", dijo citando a Celaya), se puso a cantar Retrato. No era la mejor voz del catalán la que cantaba "mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla": se quebraba, no llegaba, le faltaba fuelle e incluso desafinaba. Paró y sacó los papeles mencionados. Pero, al fin y al cabo, entre dos mitos se repartía la escena, el que escribió las palabras y el que, aunque la partitura la pusiese Alberto Cortez, la convirtió en una música perdurable. Le siguieron Llanto y coplas, La saeta y, ya en la propia, Cantares. Casi parecía que a Serrat se le escapara alguna lágrima, pero a quienes seguro se le escaparon fue a algunos de los sentados entre el público.
Ver noticia original