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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 29/04/2025 04:37
Winner, el último oso polar del zoológico porteño, murió en la madrugada de Navidad de 2012, víctima de un paro cardiorrespiratorio provocado por el calor extremo y la pirotecnia La madrugada del 25 de diciembre de 2012 llegó con temperaturas elevadas sobre Buenos Aires. Mientras la ciudad celebraba la Navidad con fuegos artificiales y calles desiertas por la ola de calor extremo, con sensación térmica que rozó los 50°C, en el ex Zoológico de Buenos Aires, Winner, el último oso polar del predio, agonizaba en su recinto artificial. Su muerte, registrada poco después de la medianoche, no fue solo el final de una vida en cautiverio sino que marcó el comienzo de una transformación histórica en la relación de la ciudad con los animales cautivos. El entonces director de Bienestar Animal del Zoológico, Miguel Rivolta, dijo al conocerse el deceso: “No es un oso polar que esté acostumbrado a vivir sobre el hielo y en bajas temperaturas” y alegó que la causa determinante fue "el ambiente y las altas temperaturas" y el carácter "activo, nervioso" del oso. Del otro lado, activistas por los derechos de los animales y ciudadanos se autoconvocaron de inmediato frente al zoológico en una protesta espontánea que exigió su cierre y la urgente reubicación de los animales. Esa manifestación, sumada al creciente consenso social sobre la necesidad de un cambio de paradigma, derivó en la decisión oficial(tomada en 2016) de clausurar el histórico Zoológico de Buenos Aires y transformarlo en el Ecoparque Interactivo. Ese reclamo de los activistas se inscribió en la misma tradición iniciada por Ignacio Albarracín a fines del siglo XIX. En 1891, a través de la Sociedad Argentina Protectora de los Animales, impulsó la sanción de la Ley 2.786, la primera norma que prohibió el maltrato animal en Argentina. De manera similar, ese grupo humano nucleado en organizaciones como SinZoo denunciaron el sufrimiento que implicaba el cautiverio, reclamando el fin de la explotación de animales. Ambas luchas, aunque separadas en el tiempo, compartieron el mismo objetivo: reconocer a los animales como individuos, sujetos de protección moral y legal. Albarracín murió un 29 de abril de 1926 y en su honor, desde 1908, en esa fecha de celebra el Día del Animal en Argentina. Enterados de la muerte de Winner, los activistas animalistas se concentraron en la puerta del Zoológico para repudiarla. Se iniciaba un camino que cambió la vida de los animales El oso que cambió el paradigma Winner había nacido en 1996, como parte de un programa de reproducción en cautiverio, en el Zoológico Nacional de Santiago de Chile. Poco después fue trasladado a la ciudad de Buenos Aires para habitar el recinto inaugurado en 1993 y diseñado específicamente para osos polares: tenía una pileta de 145.000 litros de agua y áreas internas, pero también tenía desarraigo climático con humedad, temperaturas extremas del verano porteño y el ruido de una ciudad que no duerme. Todas esas características eran incompatibles con la fisiología de una especie adaptada al silencio helado del Ártico, pero allí lo estaban condenando. El hecho de que no hubiera nacido en libertad no cambió su naturaleza. Durante sus 16 años de vida, Winner fue el único oso polar de la capital argentina. Su existencia transcurrió bajo la mirada de visitantes que, en un contexto social donde todavía se consideraba normal el confinamiento animal para fines recreativos, difícilmente cuestionaban el espectáculo al que estaba sometido. Sin embargo, hubo un grupo de personas que sí vio esas miradas de angustia, pánico y cansancio, y algunas se organizaron bajo el nombre SinZoo, que denunciaban las condiciones de vida de esos animales y alzaban su voz para advertir que Winner no debía estar allí. Entonces sucedió el final imaginado bajo la ola de calor. El 24 de diciembre de 2012, Buenos Aires vivió una de las jornadas más calurosas de su historia. La temperatura alcanzó los 36,7 °C, pero la sensación térmica, amplificada por la humedad, trepó hasta los 50,6 °C, un récord absoluto según datos del Servicio Meteorológico Nacional. A ello se sumó el estruendo incesante de la pirotecnia, que invadió la ciudad en la madrugada navideña. La historia de Winner, tantas veces narrada como ejemplo de crueldad, empujó cambios concretos y logró un trato más respetuoso y consciente con las demás especies Su vida transcurrió bajo la mirada de visitantes cuando todavía se consideraba normal el confinamiento animal para fines recreativos Winner no soportó el estrés térmico. Murió por un cuadro de hipertermia agravado, sin poder regular su temperatura corporal en un ambiente que nunca debió ser el suyo. Aunque la Fundación Zoológico de Buenos Aires atribuyó su muerte a “una combinación de factores”, la explicación no logró calmar la indignación pública. La noticia recorrió los medios de comunicación nacionales, Infobae fue uno de los primeros en dar la triste noticia, y despertó un debate social que ya venía gestándose hacía años: ¿Qué sentido tenía seguir manteniendo animales salvajes en pleno centro urbano y en condiciones artificiales? El malestar social fue sorprendente e inusual y, con el paso de las horas comenzaron a circular versiones sobre el desencadenante del fallecimiento: el encierro, el estrés, la falta de refrigeración necesaria hicieron que su corazón colapsara. Una vez más se puso en duda los cuidados que quienes mantenían la concesión del predio aseguraban darle. Uno de los "Abrazo al Zoo", impulsor del cierre del ex Zoológico (SinZoo) Desde el abrazo al zoo, al cierre y transformación Semanas después de la muerte de Winner, la agrupación animalista SinZoo convocó a un abrazo simbólico al zoológico porteño, al que asistieron más de 2.500 personas para exigir el cierre del predio y el traslado de los animales a entornos acordes a sus necesidades y lejos de las miradas humanas. La protesta no fue solo una expresión emocional, sino el reflejo de un cambio cultural que ya no toleraba la existencia de zoológicos tradicionales en una ciudad moderna. En 2016, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, entonces en manos de Horacio Rodríguez Larreta oficializó la clausura del zoológico y anunció su transformación en el Ecoparque Interactivo, “orientado a la conservación y rehabilitación animal”, según dijo. Desde entonces, varios animales fueron trasladados a santuarios, como las elefantas Mara y Pupy, que viven en el Santuario de Elefantes de Brasil. Pero hubo otras muertes que lamentar y animales que el tiempo y la burocracia hicieron que murieran esperando una segunda oportunidad, como la elefanta Kuky, fallecida en 2024 antes de su partida, entre tantos otros. Es por esto que la historia de Winner se consolidó como un símbolo del debate sobre el cautiverio animal en ámbitos urbanos. Su muerte impulsó cambios concretos en la mirada social sobre los animales en exhibición, en cautividad. Aunque no vivió para experimentar un destino diferente, su legado abrió el camino hacia una relación más consciente y respetuosa entre las personas, la Justicia, los gobiernos y los animales. Ese cambio de paradigma encuentra un antecedente histórico en la figura de Ignacio Albarracín, el abogado que a fines del siglo XIX dedicó su vida a la defensa de los derechos de los animales. A través de su labor en la Sociedad Argentina Protectora de los Animales (SAPA) y la sanción de la Ley 2.786 —inmortalizada como Ley Sarmiento— de 1891, Albarracín sentó las bases jurídicas para la protección animal en Argentina, una lucha que, más de un siglo después, seguiría inspirando a nuevas generaciones de activistas. Ignacio Albarracín, el padre del proteccionismo argentino El prócer de los derechos de los animales Ignacio Albarracín es considerado un prócer en la defensa de los derechos de los animales en Argentina. Su vida estuvo dedicada a transformar una sociedad que naturalizaba el maltrato y la crueldad animal en una más consciente de la necesidad de su protección jurídica. Graduado en Derecho en la Universidad de Buenos Aires, mantuvo una relación cercana con su tío segundo, Domingo Faustino Sarmiento, quien, tras su presidencia (1868-1874), seguía ocupando cargos públicos de relevancia, como la presidencia del Consejo Nacional de Educación, y era una figura de gran peso político e intelectual en el país. A mediados de la década de 1870, Albarracín comenzó a manifestarse públicamente contra las riñas de gallos, las corridas de toros y otras prácticas de sometimiento animal, actividades entonces habituales y socialmente aceptadas. Se definió como opositor acérrimo de esas formas de violencia, convencido de que, aunque algunos consideraran a los animales seres inferiores, no existía justificación alguna para martirizarlos o gozar de su sufrimiento. En esa convicción encontró el propósito de su vida: otorgarles una protección legal. Con ese objetivo, y respaldado por Sarmiento, Albarracín participó de la fundación de la Sociedad Argentina Protectora de los Animales (SAPA), el 21 de agosto de 1879. La organización, una de las primeras en América Latina dedicadas a la protección animal, surgió en un escenario en el que prácticas como la doma violenta, las corridas de toros y los abusos contra animales de carga eran cotidianas. Junto a Sarmiento, Bartolomé Mitre, el reverendo J. F. Thomson, Guido Spano y Vicente Fidel López, Albarracín promovió esta iniciativa que buscó educar a la ciudadanía, denunciar los actos de crueldad y promover reformas legislativas. Sarmiento fue nombrado primer presidente de la SAPA, mientras que Albarracín se desempeñó como primer secretario. Ignacio Albarracín y uno de sus perros Tras la muerte de Sarmiento en 1888, Albarracín asumió la presidencia de la SAPA, cargo para el que fue elegido por voto popular y que ocupó hasta su muerte en 1926. Desde esa posición fortaleció la acción institucional de la sociedad, impulsando campañas públicas, refugios para animales rescatados y proyectos de ley. Su mayor logro fue la sanción de la Ley 2.786 de 1891, conocida como Ley Sarmiento, que prohibió los actos de crueldad contra los animales y estableció penas de multa y arresto para los infractores. Esta norma fue un hito en el derecho argentino y una de las primeras leyes de protección animal a nivel mundial, al reconocer a los animales como sujetos de tutela jurídica del Estado. Mediante su incansable activismo jurídico y social, Albarracín sentó las bases del proteccionismo moderno en Argentina. Su legado se honra cada 29 de abril, fecha de su fallecimiento, instituida como el Día del Animal. Su figura permanece como una referencia histórica en la lucha por la dignidad y el respeto hacia todas las especies animales.
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