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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 27/04/2025 09:35
Por Ernesto Tenembaum (*) Pocas horas después de la muerte del papa Francisco, Nicolás Márquez no se la pudo aguantar. Como muchas personas en estos tiempos, una parte importante de la vida de Márquez sucede en las redes sociales, donde dice exactamente lo que piensa sin censurarse ni una coma, ni un mínimo suspiro. En ese sentido, es el más sincero, y por ende el más brutal, de los soldados del Presidente. Mientras en todas partes del mundo se acumulaban las expresiones de condolencias, Márquez tuiteó su deseo de que el próximo Papa sea “católico” y luego se lamentó ante la perspectiva de que fuera elegido por los cardenales “amanerados y comunistas” que respondían a Francisco. Nicolás Márquez es uno de los coautores de la primera biografía autorizada de Javier Milei y un amigo personal del Presidente. En esa biografía, Márquez cuenta sobre una visita que realizó a la quinta de Olivos, en la que el primer mandatario lo recibió en la pileta y lo invitó a compartir largos con él. Las personas tienen derecho a cambiar de pensamiento y el presidente argentino lo ha hecho realmente muchas veces a lo largo de su corta carrera política. Sobre Patricio Bullrich, la República Popular China, la deuda externa, el Fondo Monetario Internacional, Mauricio Macri, Milei ha dicho una cosa y la contraria. Pero, sobre todo, ha cambiado sobre el Papa. Milei, por ejemplo, consideraba que Francisco era “comunista”, el enviado del Maligno en la tierra, y muchas otras cosas por el estilo. Pero cuando llegó a ser Presidente se retiró de esa batalla, y ante la muerte del Papa consideró que se trataba del más importante de los argentinos. Por eso, también, viajó a Roma a rendirle honores y se ofendió cuando algunos periodistas informaron que había llegado tarde al evento. Evidentemente, luego de todas las cosas que dijo, al Presidente le importa mucho no parecer un enemigo de Francisco. Pero, si la política se construye con gestos, se debe reparar en que, en medio del duelo, el Presidente compartió una amable velada con dos dirigentes libertarios que mantienen su desprecio hacia el Papa: el anarcocapitalista español Jesús Huerta de Soto y el libertario argentino Alberto Benegas Lynch, quien propuso romper relaciones con el Vaticano durante el acto de cierre de la campaña electoral de Milei en 2023. Mientras esto sucedía, el streamer preferido del Presidente, se despachaba en el programa preferido del Presidente: “No voy a ser hipócrita —decía el simpático Gordo Dan—, siempre pensé que Bergoglio era comunista”. Márquez, Benegas Lynch, Huerta de Soto, el Gordo Dan y aquel Milei piensan que el Papa era comunista. No han estado solos. Gran parte de la derecha europea lo catalogó de ese modo, especialmente en España, donde el clero se sintió abandonado por Francisco, quien privilegió a otros interlocutores. El autor de esta nota no está en condiciones de responder semejante pregunta. Pero, en los últimos días, se publicó un libro que abunda mucho sobre el tema y acerca ideas muy interesantes para entender al Papa, y también los tiempos que lo rodearon. Ese trabajo, por ejemplo, cita la siguiente descripción de un periodista del Corriere della Sera: “Lo raro es que a Bergoglio la gente no para de preguntarle de política, de hecho, casi solo le preguntan de política. Y luego están los clichés: el papa peronista, el papa comunista…Una vez le preguntaron si era de derechas o de izquierdas. “Eso es una pregunta de entomólogo”, contestó. “Y a mí no me gusta que me encasillen”. El libro se llama “El loco de Dios en el fin del mundo”, y su autor es Javier Cercas, un genial escritor y periodista español, que deslumbró con muchas de sus obras, sobre todo con Anatomía de un Instante, la narración del intento de golpe de estado contra la democracia española en 1970, y luego con El Impostor, un fascinante trabajo sobre la mentira a partir de una mentira que conmovió a su país. En este caso, Cercas se mete con el Papa Francisco. Durante cuatrocientas febriles páginas intenta desmenuzarlo, entenderlo, analizarlo, describirlo. Su trabajo tiene una particularidad respecto de casi todos los otros que se escribieron sobre Francisco. Cercas no cree en Dios. “Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz, un impío riguroso”, se define en la primera línea del texto. Y ese es el punto de partida para estudiar a uno de los grandes personajes de estos tiempos. Uno de los más hermosos fragmentos del texto es el que intenta contar cómo cambió el carácter de Bergoglio a lo largo de su vida. Así introduce el asunto: “Igual que cualquier persona mínimamente compleja, Bergoglio es un hombre poliédrico, huidizo, múltiple. ‘Hay tanta diferencia entre nosotros y nosotros mismos como entre nosotros y los demás’, escribió Montaigne. La identidad individual es un concepto problemático (no digamos la colectiva, que es una fantasía); no somos uno, somos una multitud”. Y luego remata: “El retrato que trazan de él los jesuitas argentinos de los años setenta y ochenta no es halagador: según ellos, Bergoglio era un hombre dotado de una gran vocación de poder, una notable inteligencia política y un proyecto para la Compañía de Jesús, pero también un tipo personalista, duro, soberbio, autoritario divisivo, sinuoso, manipulador e intimidante (más de un novicio de la época asegura que inspiraba miedo). Veinte años después, sin embargo, cuando ya era arzobispo de Buenos Aires, los testimonios coinciden en presentarlo de una manera casi opuesta: para entonces era un cincuentón introvertido, melancólico y un poco atormentado, pero sobre todo un religioso que se desvivía en atender a los pobres. El papado le deparó una nueva metamorfosis: quienes lo conocieron antes y después de 2013 aseguran que, lejos de abrumarle, aquella responsabilidad máxima lo volvió un anciano cálido, exultante y en paz consigo mismo”. Si un hombre puede cambiar de carácter tantas veces en sus vidas, ¿podrá cambiar de ideología, podrá modificar la manera en que cree que debe ordenarse el mundo, o su propia idea de Dios? Está claro que sí. Pero, ¿cómo jugó esa complejidad en Bergoglio? ¿Era un papa comunista, de izquierda, de derecha? ¿Qué era en cada momento de su vida? La explicación que se atreve a dar Cercas es, también, “poliédrica”. En principio, el ateo que intenta entender al Papa, arriesga que la visión del mundo de Bergoglio fue forjada por tres acontecimientos: el peronismo, la efervescencia revolucionaria de los sesenta y setenta, y el Concilio Vaticano segundo. Cercas sostiene que Francisco es un producto de este último evento: “Un concilio que trató de imprimirle un giro social a la Iglesia, sintonizándolas con las urgencias políticas del momento, impulsándola a recuperar la pureza de sus orígenes, fomentando en los clérigos un espíritu de servicio y humildad y animándolos a separarse del poder, del boato y el dinero, y a ser pobres, sencillos y amables en su actitud”. La adhesión a esos compromisos sociales distanció, sin embargo, a Bergoglio de la “efervescencia revolucionaria que sacudió de punta a punta América Latina en los años sesenta y setenta y que condujo a tantos jóvenes hacia la militancia política o a las guerrillas”. Para Bergoglio, dice Cercas, “la Teología de la Liberación fue la respuesta religiosa equivocada a una legítima demanda de justicia social”. El problema, dice Cercas, es que esa mirada situó en aquellos años a Bergoglio en una postura ambigua y “muy dificultosa”. “Su preferencia activa por los pobres y su compromiso con la Justicia Social provocaban la desconfianza de la derecha; por otro, irritaba profundamente a la izquierda al consagrarse desde su puesto de mando a alejar a los jesuitas del marxismo y la Teología de la Liberación”. Esa ambigüedad, dicho sea de paso, lo emparenta con varios líderes argentinos, especialmente, a Juan Domingo Perón. Entonces, ¿fue un Papa comunista como dicen los amigos de Milei, y ha dicho el mismo Milei antes de desdecirse, como tantas otras veces? ¿O un poco comunista, al menos? Cercas concluye su búsqueda de este modo: “Lo más justo sería decir que fue un radical del Evangelio que otorga prioridad absoluta a los pobres…Políticamente es lo que ha sido siempre. Tal vez por eso en los años sesenta y setenta se lo consideraba un conservador (e incluso un ultraderechista) mientras que hoy, en plena resaca revolucionaria se le considera en occidente un izquierdista (o incluso un comunista). No es Bergoglio el que ha cambiado: el que ha cambiado es el mundo”. Claro, en un mundo donde la justicia social es una ambición mayoritaria, defenderla no define demasiado. Cuando se ha instalado, en cambio, que se trata de una aberración, quien la defiende puede ser tildado como “comunista”, como quien señala que la concentración de riqueza récord en estos últimos años es una obscenidad o quien cree que no todos los ricos lo son gracias a sus méritos porque las fortunas pueden deberse a herencias, o al narcotráfico, la especulación financiera, la corrupción o la evasión impositiva. Decir esas obviedades, tan centrales para la historia del capitalismo más exitoso, transforman a cualquiera, en estos tiempos, en un comunista aunque no lo sea, aunque se haya opuesto al comunismo cuando el comunismo realmente existía. En ese sentido, la calificación de comunista para Bergoglio, no habla tanto de Bergoglio como de los tiempos en que vivimos, y que –como suele suceder con los tiempos- ya pasarán. Cercas también repara en que Bergoglio, como cura latinoamericano, ha tenido un sesgo antinorteamericano. Eso, sumado a que no era un entusiasta de la democracia liberal (“algunos de sus escritos rezuman nostalgia por el orden compacto de la cristiandad medieval”), tal vez explique sus gestos poco críticos respecto de la Cuba castrista o la Venezuela chavista. Nada de todo esto impidió que Milei, el presidente del país de donde surgió Bergoglio, viajara a Roma para presentar sus respetos y se preocupara mucho para que nadie piense que llegó tarde. Es rara la posición de Milei frente a la muerte. En el mismo día en que falleció Gines González García, el Presidente dijo que había muerto “un hijo de puta” y que la muerte no mejora a la gente, frente a un grupo de empresarios cripto a los que luego intentó ayudar a hacer millones. A él no lo perdonó. Hace un par de semanas, ante el fallecimiento de Hugo Orlando Gatti, Milei tuiteó: “Hasta siempre, colega (si me permite llamarlo así)”. Pero apenas unos días antes, en un kilométrico reportaje, lo había calificado como “el boludo de Gatti”, porque aquel arquero genial a veces jugaba con los pies. A Gatti lo perdonó en tiempo récord. Por el comunista Bergoglio es capaz de viajar hasta el fin del mundo. “Cualquier ser humano mínimamente complejo es poliédrico, huidizo, múltiple”, escribió un español ateo, obsesionado por entender al Papa, su espiritualidad, sus planteos desafiantes, su audacia, su relación con Dios. “No somos únicos. Somos una multitud”. (*) Este artículo de Opinión de Ernesto Tenembaum fue publicado originalmente en el portal de Infobae.
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