Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Luciano Castro: “Muchas veces no era convocado porque había un prejuicio conmigo”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 27/04/2025 04:31

    Luciano Castro: “Muchas veces no era convocado porque había un prejuicio conmigo”. Allí, sobre el piso del escenario, una exigente Mercedes Scápola le decía con firmeza: “¡No, mierda! ¡Eso no! Te dije que no”. Y entonces Luciano Castro comprendió que en ese ensayo no le estaba hablando Mey, su amiga actriz desde hace años, sino Mercedes, su nueva directora. Que le repetía a viva voz que dejara de una vez “los malos hábitos” -como él mismo los define- de su época de galán en comedias televisivas. “Con eso, me mató”, sonríe. Los dichos de Scápola resonaron en este hombre de medio siglo de vida y 37 años de carrera. Y no le resultaron del todo ajenos: el propio Luciano se lo había dicho a sí mismo un tiempo atrás. Solo necesitaba escucharla. O más bien, escucharse. “Me estaba dando cuenta de que no avanzaba, y me empezó a jugar la edad: ‘Si me quedo acá, ya con 50 años...‘. Quería hacer algo para que se me pueda ver distinto”, recuerda Castro. Y fue justo ahí cuando apareció su amiga Mey con la obra Caer y levantarse. De esa manera, cada lunes -a partir de mayo- se lo verá en las tablas de El Picadero como nunca antes: es el primer unipersonal de su carrera. Luciano Castro estrena Caer y levantarse en el teatro Picadero dirigido por Mey Scapola. Pero además, de miércoles a domingo Luciano se presenta en el San Martín con la pieza Sansón de las islas, para así redondear “un año profesionalmente distinto”, como reconoce. “Lo armé así. Y por suerte me está saliendo. Nunca me habían convocado del San Martín. (El dramaturgo) Gonzalo Demaría, que es mi amigo hace muchísimos años, había escrito una obra para mí. Y la eligieron para el San Martín. Y el San Martín aceptó que yo esté. ‘Me pego un baño de prestigio’, dije. Pero tenés que estar a la altura: podés hacer agua, y hasta te puede jugar en contra”, se sincera Castro. —¿Había un desafío? —Es que eso me pasó desde que empecé: tuve que dejar de ser un chico Jugate (Conmigo) y demostrar que podía actuar. Y demostrar que me la bancaba de galán, y que podía hacer teatro. Todo el tiempo tuve que demostrar. ¿A quién? A los demás. A mí no, eh. Yo sabía quién era: tengo una formación terriblemente sólida, estudié con Raúl Serrano. Pero tenía que demostrarlo. —¿Al público, a los productores, a los compañeros? —A los que te convocan: muchas veces no era convocado porque había un prejuicio conmigo. Cuando estaba en Jugáte un día un productor me dijo: “Pero vos sos un boludo tira crema”. Porque en Jugáte tirábamos crema. Y él ni se imagina cómo me partió el alma... (Gustavo) Yankelevich me decía que no alcanzaba con el envase, que yo tenía que capacitarme, ser un animal de la actuación, que tenía con qué. Y lo que dijo este tipo, porque se merece ser despectivo con él porque él lo fue conmigo, me motivó un montón a estudiar cada vez más. De hecho, mucho tiempo después de Jugáte. Volví a trabajar cuando ya podía rendir como actor. —¿Seguís en contacto con los chicos de Jugate Conmigo? —Nunca dejamos de hablar ni de vernos en 33 años que nos conocemos. Con ninguno de los chicos. Y no pasa un cumpleaños, un día no que… Bueno, yo silencio los grupos porque no los aguanto, pero cada tanto me meto ahí y me agarra una nostalgia... Porque el cariño es el mismo: hablamos igual que cuando teníamos 17 años y tenemos 70, 80, 50. Luciano Castro: “Tenía que dejar de ser el chico Jugáte y demostrar que podía actuar”. —¿Era bueno el vínculo con Cris Morena? —Sí, sí. Cuando la apuntan a Cris de picante... Yo no hubiese podido trabajar de otra forma si Cris no hubiese sido picante. Es muy difícil formar chicos, y más cuando estás en una edad en la que creés que la rebeldía es contestar o hacer lo que querés. Año 92. Me acuerdo lo obedientes y lo profesionales que éramos. Porque mirá que laburábamos mucho, eh: grabábamos lunes y martes, y de martes a domingo estábamos en algún lugar del país. —Se la cuestiona mucho a Cris por todo lo que tiene que ver con la alimentación y los cuerpos. —Ah, bueno, pero de eso yo no vi nada. —A vos siempre te gustó cuidarte. —¿A mí? Al contrario: a mí me pedían que dejara de comer, pero no por mi físico sino porque me estaban buscando y yo estaba comiendo. A mí jamás me dijeron nada. Y tampoco escuché que les dijeran algo a mis compañeros. Luciano Castro: "El único momento donde soy importante de verdad es cuando estoy con mis tres hijos". —¿Les diste dolores de cabeza a tus padres durante tu adolescencia? —Sí, sí, por supuesto. Como corresponde. Pero normal, como cualquiera. Quizás un poco más. Pero nada raro. El disgusto más grande fue cuando me fui de mi casa tan jovencito y no volví nunca más. Mi madre no la podía creer. —¿Cuántos años tenías? —15, 16. Era muy chico para irme de mi casa. Pero por la vida que yo tenía, era dar un paso adelante, ser independiente. —¿Y adónde te fuiste? —A una pensión. Después me fui a un departamento. Tenía 15 años. A los 17 empecé en Jugáte. —A los 15 todavía estabas en el colegio. —Sí, pero ya era dueño de mi vida. Siempre fui dueño de mi vida, siempre hice lo que quise. Pagué consecuencias por eso; disfruté por eso. Y ya de chico vivía así. —Si le pregunto a Griselda Siciliani cómo fueron los días previos a los estrenos de Sansón y de Caer, ¿qué me va a decir? —Que soy un demente (risas). Tenía que estrenar Caer y yo me quería ir a surfear. Y ella no podía creer que yo no estuviera pensando en la obra. “¿No estás nervioso?”; “No, no estoy nervioso. Después de tres meses de ensayo, ¿cómo voy a estar nervioso? Lo único que quiero es estrenar”. —Y te fuiste a surfear. —No. Porque me dejaron pasando la letra, la concha de su madre (risas). —Sansón tiene que ver con un momento muy doloroso de nuestro país, con las Malvinas. Vos nunca te metiste demasiado en política. —No, no. —Pero no quiero dejar de preguntarte, porque estamos en un momento de mucho revisionismo de lo que se vivió en los 70 y durante la dictadura. ¿Qué te genera eso? —No hay que dejar de revisar. No revisar, no ver lo que pasó en nuestra historia, es una locura. Hay muchos hijos y nietos que tienen que aparecer. Si después quieren contar otra historia, que cuenten otra historia; no me importa. Hubo mucha gente que murió y eso hay que revisarlo, y tienen que estar las cosas claras. ¿Quién puede negar a las Madres y las Abuelas, a los desaparecidos, a lo que pasó en el país? Hay cosas que no se pueden negar porque pasaron. A mí no me molesta que revisen, pero hay que ver cómo revisamos. Si revisamos para ir para adelante, vamos a revisar todo. Pero si vamos a revisar y no vamos a avanzar... tengamos cuidado porque puede ser un arma de doble filo porque nos podemos quedar en un lugar… Es como cuando estás enojado o dolido: no resolvés de la mejor manera. Y te pueden gustar o no las Madres, las Abuelas, pero con su dolor, fueron y movieron un país. Eso no se puede negar. Entonces, tenemos que ser honestos: el que quiere revisar, que revise, y el que no, que no lo haga. Pero no seamos caretas ni hipócritas. —¿Te enoja cuando se cuestionan los 30 mil desaparecidos? —Es que no sé por qué se cuestiona eso. Esa es mi pregunta: ¿por qué se cuestionan los 30 mil desaparecidos? Bueno, vamos a suponer, vamos a darles la razón: ¿son 1000 desaparecidos, es un desaparecido? No cambia nada. ¿Fueron 18 mil? No pasa por el número, pasa por lo que pasó. Punto, es así. Luciano Castro junto a Fausto y Esperanza. —¿Cómo llevás la paternidad? —Feliz. El único momento donde soy importante de verdad es cuando estoy con mis tres hijos, mano a mano. Donde lo que yo digo, ¡pum!, pega ahí, baja, queda. Es el único momento donde soy importante de verdad. Después, soy uno más. El mayor (Mateo) tiene 23 años y tiene su vida: labura, quiere estudiar periodismo deportivo. —¿Y Fausto y Esperanza cuántos años tienen? —11 y 10. En el verano me fui con ellos: estuve 40 días con ellos, solos. —Se te cae la baba cuando hablás de ellos. —Y... me pueden. A Fausto lo tuve a los 41 años pero a Mateo lo tuve a los 25, hay un abismo entre uno y el otro. Esperanza y Fausto me agarraron de vuelta de un montón de cosas, con un montón de mañas y de vicios que me quedaron de la vida. Tengo una formación muy fuerte de lo que es la familia. No sé si tuve la mejor familia, pero estoy seguro de que no tuve la peor. Tengo unos hermanos y unos viejos terribles. Y esto que hablábamos: mi vieja es docente y vio desaparecer a amigos. Entonces, ¿a mi vieja qué le vas a decir que no pasó lo que pasó? Estabas tomando un té con ella y al día siguiente... Mi mamá un día dijo: “Menos mal que nunca militamos”. Y yo pienso: “Menos mal porque quizás no nos tendríamos”. Pero me hubiese gustado que en esa época alguien en mi familia levante la voz. La familia para mí es muy fuerte: hay como una imagen, desde mi punto de vista media demodé, de lo que debe ser la familia. No sé si la sociedad la comparte. Lo único que nos inculcaron mis viejos fue que seamos libres, independientes y buena gente. Pero de verdad. —¿Es lo mismo que les inculcás a tus hijos? —Cuando los despido, que los dejo, les digo: “Bueno, chau, nos vemos. Sean libres y felices. Mírenme: pero de verdad, eh”. Eso es lo que los va a salvar. Y es muy gracioso porque tengo un sonido peculiar: hago un sonido así, agudo, y los tres se dan vuelta. —¿Los llamás como a un perro? —No sé. Yo a los perros los llamo por el nombre (risas). Los llamo como a un perro... Puede ser. Nunca lo había pensado, realmente. Es la primera vez que me lo dicen (risas). —Es cariñoso. —No, pero no me molesta. Lo tomo... Qué sé yo, imaginate que estoy llamando a mis hijos: los llamo como sea. Nunca me lo dijeron pero es verdad: a los perros les hacen así. —Claro. —Pero yo no les hago así. —¿Hay diferencias para vos en la educación de Esperanza respecto a los dos varones? —No. —Hay cero carga machista ahí, como papá. —No lo permito. Y se lo digo a ella: “No permitas que te metan un discurso que se está logrando. Vivimos en un país muy careta y es mucho lo que se logró. Salgan a la calle a defender lo que se logró. No se olviden”. Muchas veces erro como padre también, eh. Digo burradas y después tengo que volver sobre mis pasos y aclarar. Pero no, no hay diferencia. Tampoco quiero que haya diferencias de ella hacia mí: “Ay, esto no le cuento a papá, esto sí se lo cuento”. Y lo logré, porque mi hija con 11 años a veces me cuenta cosas que me muerdo los codos, pero le digo: “Muy bien hija, muy bien” (risas). Luciano Castro: "No me imagino nada sin Griselda" —Te voy a hacer algunas preguntas cortitas, vamos a jugar un poquito. ¿La peor cita de tu vida? —Era muy chico, tenía 13, 14 años. Fue un papelón lo que hice. Con un amigo mío fuimos a encontrarnos con dos chicas para ir al cine. Y cuando llegó con la amiga, le dije a mi amigo: “Nos vemos”. Me fui. No estuve bien. Lo dejé tirado a mi amigo, que se quedó, estoico; bancó la parada. —¿Te levantás con la primera alarma o posponés? —No pongo alarma. Me levanto solo, 6:30, 7:00. Es horrible. —Por eso Griselda dijo que no van a convivir. —No lo dijo por eso (risas). Que no se agarre de eso... Lo dijo porque tiene argumentos mucho más sólidos que ese (risas). —¿Sexo a la mañana o a la noche? —No se elige eso. No. Prefiero... sexo. —¿Todo el tiempo? —No sé si todo el tiempo. Cuando salga. —Cuando sale. —¡Claro! Me dice: “¿Tenés ganas de garchotear?”; “Ah, son las cinco... No”. —¿Seis y media de la mañana? —No vamos a ahondar en algo que después sale la gilada. —¿A qué famoso bloquearías de WhatsApp? —A ninguno. —¿Tenés gente bloqueada? —No. Hay que ser boludo para bloquear a alguien. —¿Qué es lo más loco que hiciste por amor? —Oh, qué hija de p… (sonríe). —¿Hay un romántico? —Sí. Cursi a full. Amo lo cursi, es efectivo 100%. (Una vez) me fui a buscar un orfebre, diseñé unos aros, me tomé un avión y se los di en la mano: le dije un par de cosas y me fui. —¿Me querés decir a quién? —No. —No fue con Griselda. —Pasaron muchos muchos años. —Tengo acá lo que se escribieron mutuamente en los cumpleaños con Griselda. Ella te puso: “Hoy este pibe cumple 50. Te amo. Me gustás más que a los 30”. Y vos le escribiste: “Feliz cumple. Hasta el final”. ¿Cuándo te tatuaste ese “Hasta el final”? —Es una frase mía. —¿Y qué significa? —Eso. Todo lo que sea pasión y vida y amor es hasta el final. —¿Te imaginás hasta el final con Griselda? —Sí. Mucho más ahora, que estoy grande. Por ahí de pibe no. Ahora, con 50 años, sí. Tengo una proyección. —¿Te imaginás envejecer juntos? —Sí. Quiero, sí. Luciano Castro y Griselda Siciliani súper enamorados. —Es un rebuen momento en lo profesional y en lo personal: todo está bien. —Pero si la otra no quiere vivir conmigo... (risas). —¿Vos sí querés? —Sí. Pero las cosas las tenemos claras, eso es importante: ella tiene claro que no quiere y yo tengo claro que sí quiero (risas). —¿Y quién va a ganar esa pulseada? —No hay pulseada porque ella tiene argumentos muy sólidos para que no convivamos. Y sé que son ciertos, que no me los dice para alejarme. No quiero usar ninguna palabra que después me puede jugar en contra, pero soy Susanito, cómo se dice. Soy novio. Soy un Wrangler: un clásico. Dije una marca. ¿Hay que pagarla? No. —¿Cómo funcionó ese ensamble con los chicos? —Si lo armamos, no nos sale como salió. Es todo lo que te puedo contar. —¿En serio? —Sí (risas). Eso también se agradece mucho. —Qué bueno, qué importante. No siempre pasa eso. —Por eso digo: si lo querés armar, no nos sale como nos salió. —Te dejo borrar y nunca sucedió uno de estos tres quilombetes mediáticos: la filtración de tus fotos, a tus ex hablando de cuestiones que tienen que ver con vos o tu audio del pollo, ¿cuál elegís? —Ninguno. —¿Ninguno? —Ninguno. —¿No lo pasaste mal? —No me importa. Todo tiene que ver conmigo. Y en un punto soy responsable de las tres cosas que dijiste. —¿Por qué? —Porque es la vida. —Pero que se filtren fotos tuyas... —No importa. —¿Por qué serías responsable si vos, en tu intimidad, podés hacer lo que quieras? —Ya sé. Y más la intimidad de un adulto. Pero no me interesa perder tiempo en dar lástima ni en hablar con nadie que no le importa nada de mí más que darme hasta que muera. No lo hago. No lo haría. No permitiría que se sepa que borré un momento de mi vida. No permitiría que te digan qué preguntar y qué no. —¿Qué te pasa cuando le pegan a Griselda? —¿Quién le pega? —Tus exparejas la cuestionan. —No. Nada. No. —¿No te duele? —No, no me duele. Puede gustarme más o menos, pero dolerme, no. —¿Y cuando te cuestionan a vos como papá? —Y... es raro. Lo dije una vez y lo vuelvo a decir: el día que yo tenga que explicar cómo soy como papá, ahí sí estoy en un problema. Pero bueno, a mí me copa que la gente hable. —¿Sí? —Sí. No te olvides que hubo una época en que no podíamos hablar. A mí me copa que la gente pueda hablar, incluso aquellos que ni merecerían hablar, ni tener un micrófono. ¿Qué me importa que lo tengan? Y lo digo de verdad, no estoy siendo demagogo. Porque vuelvo al ejemplo de me podés preguntar lo que quieras. —¿Te enojaste alguna vez con algún periodista? —No, no. Me habré cruzado mano a mano. No lo hago delante de la gente, no vendo humo. Una sola vez me peleé feo con un periodista, que lo llamé y le dije de todo y le dije que lo iba a ir a buscar. Y me dijo: “Venime a buscar”. Y lo fui a buscar. Y pudimos hablar y pudimos discernir. Y volvió a equivocarse y lo volví a llamar y lo volví a putear. Pero fue el único periodista. —¿Querés decir quién fue? —No, no, no. Pero a lo que voy:, valoro más eso a que me digan: “Mi fuente”. ¿Qué fuente? Tenés la fuente rota, ¿qué te pasó? Porque a ver, así como vos me dijiste qué quería borrar: ninguna. ¿Sabés por qué? Porque yo me hago cargo. No apunto a nadie. Si me victimizo, tengo mi espacio: hago terapia. Entonces, haga cada uno lo que quiera. Pero bánquensela después. Ese es el tema. Porque yo he visto gente hablar, decir cosas de mí que, de verdad, yo podría ser millonario solo por calumnias e injurias, y no trabajo más. Pero a mí no me sale eso. —¿Cosas de qué tipo? —Barbaridades. —¿Qué fuiste infiel? —No. Eso no es grave. Barbaridades han dicho de mí. —Ahora, los chicos van creciendo. ¿Hablás con ellos, los preparás para esas situaciones? “Che, van a leer esto, salió esto otro”; “Con mamá estamos atravesando una situación y los periodistas...”. —¿Qué los voy a preparar? Vienen y me lo dicen ellos. Y yo les digo la verdad de todo, siempre, hasta de cosas que quizás no me dejen bien parado como papá. No les doy tiempo a que elucubren porque cuando un chico empieza a tejer hipótesis, cuando llegás vos con la verdad, ya está. Y empieza a jugar tu verdad con lo que el chico armó en su cabeza. A mis tres hijos les digo la verdad. Y muchas veces, sobre todo con el más grande, por decirle la verdad pasé momentos no gratos. ¿Sabés lo que pasa? Yo me crie en la mentira. Por eso la importancia de la verdad. —¿Por qué te criaste en la mentira? —Por la adolescencia. Yo no me crie con los mejores referentes, pero no me daba cuenta porque nací ahí. —¿El boxeo acercó? ¿Es un punto en común con tu viejo, con tu abuelo? —Con la vida. Con mi hijo más grande, que es con el que más quilombos tengo. Es boxeador, tiene su licencia, ya tiene peleas. Nunca le pedí que boxeara ni lo llevé a un gimnasio. Pero es como me dice él: lo tuve de muy chiquito y ha visto peleas mías, hacer guantes, trabajar de sparring. Iba con mi hijo al gimnasio, lo sentaba en el rincón, le ponía la mochila y subía a entrenar. Terminaba, decía “chau” y me iba con mi hijo. —¿Y la mamá, Florencia, no te decía: “Yo no quiero que este chico sea boxeador”? —No, la verdad que no. Me puteaba por otras cosas pero no por eso (risas). Éramos muy jóvenes, ella mucho más que yo: Florencia lo tuvo a Mateo a los 21 años. —¿Mateo tiene más hermanos por parte de su mamá? —Sí, dos más por suerte: Simón y Elena, que son hermosos. Eso a Mateo le hizo muy bien. También a Esperanza, a Fausto: se ven, comparten. A mí también me afecta. Lo que pasa es que yo no creo que sea la solución ni callarlo, ni demandarlo. Ni siquiera ir por ellos. Mucho menos contestar. No creo que sea la solución. Luciano Castro con Tatiana Schapiro en Infobae (Candela Teicheira). —Si charlamos en cinco años y salió todo genial, ¿cómo te encontraré? —Si sale todo como yo quiero: en la playa. Ahí voy a estar. Voy a vivir en la Costa. Lo iba a hacer a los 50, pero tuve un par de movimientos en mi vida y no lo pude hacer. Pero algún día lo voy a hacer: voy a vivir en una casa sobre la playa. —Con Griselda. —Ojalá, ojalá... De un tiempo a esta parte no proyecto ni hago nada sin pensar en Gri, ni consultárselo. No por pedirle permiso: para hacerla parte. No me imagino nada sin Griselda. Nada. Aparte tiene algo la loca: es muy graciosa, tiene un sentido del humor. Voy a ver boxeo, voy con Gri. Voy a comer asado a un lugar croto que me gusta a mí, voy con Gri. Vamos a comer a un lugar así, con moño y todo, voy con Gri. Me voy a surfear a Río, voy con Gri. Me entra en todos los planes. —Están muertos, enamoradísimos. —Sí, la verdad que sí. Me da mucha alegría decirlo porque trabajamos mucho para estar como estamos. Nos conocemos de muy chicos, ya no vamos a perder tiempo: “Esto ya no”, “Esto sí”; “Vamos para allá”, “Vamos para acá”; “Quiero vivir con vos”, “No”, “Eh...” (risas). Pero hablamos un montón y no son charlas vacías, son charlas con una proyección enorme. —Contabas que hacés terapia. ¿Cuántos años ya? —(Risas). —Tuviste varias separaciones Luciano. —En un momento consideré que merecía el alta y mi psicóloga dijo que no. Me fui de alta. ¿Y sabés cómo volví? —¿Quién te ayuda con los chicos en las noches que tenés función? —Tengo a mi amiga, Patri, que está desde que nació Esperanza y me da una mano. Es una persona de mi máxima confianza. —En la separación de Sabrina Rojas, Patri se quedó con vos. —No. Pobre, mi amor... No le digas porque se angustia con eso. —¿Por qué? —Y... porque también la quiere mucho a la madre de mis hijos. A ver, es inevitable: cuando te separás, mismo los amigos angustian y a mí no me parece mal que uno tenga que tomar partido. Es la vida misma. Eso pasa. —¿Se va recomponiendo el vínculo con Sabrina? —Yo lo anhelo. Ya me escuchaste lo que es para mí la familia. Tampoco lo fuerzo. No voy a hacer nada de más. No considero merecer muchas veces las cosas, entonces hago lo que tengo que hacer. Y si el tiempo me da la razón y todo fluye, va a ser hermoso no solo para mí, sino para todos. —¿En tu cabeza, en tu forma de verlo, Sabrina sigue siendo familia? —Siempre, siempre, siempre. Es la madre de mis hijos. Yo todo lo que tenga que hablar con la madre de mis hijos, lo hablo. Lo bueno y lo malo. Todos los días hablo.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por