27/04/2025 08:24
27/04/2025 08:24
27/04/2025 08:23
27/04/2025 08:23
27/04/2025 08:23
27/04/2025 08:22
27/04/2025 08:22
27/04/2025 08:22
27/04/2025 08:22
27/04/2025 08:21
Concepcion del Uruguay » Miercoles Digital
Fecha: 26/04/2025 23:43
En el siguiente artículo el uruguayense Néstor Ojeda reflexiona sobre el pontificado de Francisco, observando diferentes reacciones dentro del mismo seno de la institución: "Lo que encontré en muchas comunidades no fue un avivamiento, sino una resistencia. Algunos fingieron entusiasmo, pero en lo profundo continuaron en su zona de confort. Lo que debía ser un nuevo Pentecostés se transformó, para muchos, en nostalgia del pasado, en una retórica cada vez más tradicionalista, en la idealización de una Iglesia del pasado —más segura, más cerrada, menos compasiva. No me dolió la crítica a Francisco. Me dolió la indiferencia. Me dolió ver cómo se elevaban discursos conservadores que intentaban silenciar el llamado a la misericordia y a la inclusión". Por NÉSTOR OJEDA (*) Este viernes, mientras finaliza el velatorio del Papa Francisco, no puedo evitar mirar hacia adentro y sentir la necesidad profunda de poner por escrito todo lo que significó —y significa— su papado en mi vida. Cuando el 13 de marzo de 2013 fue anunciado su nombre, “Franciscus”, y apareció aquel rostro sereno, humilde, en silencio sobre el balcón de San Pedro, supe que algo radical acababa de suceder. Las lágrimas me brotaron sin aviso. Sentí que el cielo tocaba la tierra. Que algo nuevo, grande, casi profético, irrumpía en la historia. Que la Argentina —mi patria, su patria— iba a despertar al soplo del Espíritu. Que su elección no solo era un gesto de Dios hacia el mundo, sino un llamado personal para mí y para todos los que queríamos una Iglesia con olor a oveja y rostro de misericordia. Entonces, soñé. . . Soñé con una Iglesia renovada. Soñé con comunidades que se abrieran como brazos tendidos, que salieran a las periferias. Soñé que las estructuras viejas crujirían y darían paso a formas más evangélicas de vivir, servir, escuchar. Soñé con una pastoral que sanara, que encendiera corazones, que transformara la Argentina desde lo más profundo. “El tiempo es superior al espacio.” Yo mismo integraba una Pastoral de mi diócesis. Me parecía que todo lo vivido, todas mis búsquedas, dolores, esperanzas, se ordenaban en ese momento. Pensé que muchos hermanos y hermanas iban a salir también al encuentro del otro, que anunciarían la Buena Noticia con libertad y ternura, con coraje y creatividad. Pero la realidad fue más cruda. Lo que encontré en muchas comunidades no fue un avivamiento, sino una resistencia. Algunos fingieron entusiasmo, pero en lo profundo continuaron en su zona de confort. Lo que debía ser un nuevo Pentecostés se transformó, para muchos, en nostalgia del pasado, en una retórica cada vez más tradicionalista, en la idealización de una Iglesia del pasado —más segura, más cerrada, menos compasiva. “No se trata de ocupar lugares, sino de iniciar procesos.” No me dolió la crítica a Francisco. Me dolió la indiferencia. Me dolió ver cómo se elevaban discursos conservadores que intentaban silenciar el llamado a la misericordia y a la inclusión. Me dolió ver que en varios seminarios se promovía el clericalismo más rancio, se imponía la distancia entre pastores y pueblo, se enseñaba que el sacerdote debía marcar ciertas diferencias en los roles, más que instar al “Pueblo Fiel” a caminar juntos Me gusta pensar la Iglesia como pueblo fiel de Dios, santo y pecador, pueblo convocado y llamado con la fuerza de las bienaventuranzas de Mateo 25. Una de las características de este pueblo fiel es su infalibilidad; sí, es infalible in credendo. (In credendo falli nequit, dice LG 12). Infallibilitas in credendo. Y lo explico así: “cuando quieras saber lo que cree la Santa Madre Iglesia, andá al Magisterio, porque él es el encargado de enseñártelo; pero cuando quieras saber cómo cree la Iglesia, andá al pueblo fiel (Papa Francisco, Carta de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos al Pueblo de Dios) “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por encerrarse y aferrarse a sus propias seguridades.” (Papa Francisco, Evangelii Gaudium). “Dios no se cansa nunca de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.” Años después, todavía me encuentro atravesado por este pontificado. Me enseñó que el Evangelio no se defiende desde los púlpitos, sino que se encarna en las heridas del mundo. Que ser Iglesia no es cumplir normas, sino ser testigos de la ternura de Dios. Que hay que levantar la voz por los descartados, por los pobres, por los que nadie escucha. “La realidad se comprende mejor desde las periferias.” A pesar del desencanto que me trajo la reacción de muchos dentro de la Iglesia, nunca dejé de admirar su coraje, su humildad, su profetismo. Él me enseñó que se puede seguir creyendo, aún cuando tiemblen los cimientos. Que se puede amar a una Iglesia que no siempre nos ama de vuelta. Que se puede seguir construyendo puentes, aun entre ruinas. “Hagan lío. Salgan afuera. Prefiero una Iglesia accidentada por salir que una enferma por encerrarse.” Francisco fue, para mí, una señal. No una utopía frustrada, sino una siembra. Y aunque el fruto no lo vea yo, fue él quien me empujó a seguir adelante, a no renunciar a soñar con una Iglesia de los pobres y para los pobres, con una fe encarnada, valiente, tierna, comprometida. Hoy, mientras lo despido con el corazón encendido, sé que su vida dejó una huella en mí, en muchos, y en la historia. Y que esa huella no se borra. (*) Néstor Ojeda es fotoperiodista de Concepción del Uruguay. Este artículo fue publicado en el sitio Catholics y se reproduce por gentileza de su autor. Esta nota es posible gracias al aporte de nuestros lectores Sumate a la comunidad El Miércoles mediante un aporte económico mensual para que podamos seguir haciendo periodismo libre, cooperativo, sin condicionantes y autogestivo. Deja tu comentario comentarios
Ver noticia original